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No sabía muy bien qué hacer, aún estaba desconcertado. Y el bulto tirado en el rincón, Vishniac. Prefería no mirar en esa dirección. No se consideraba un hombre débil, quizá algo cansado, pero le costaba reaccionar con la firmeza con que lo había hecho Herbert.

O Jenny, que, en ese momento, estaba curándole una brecha a Luca.

Quizá se escudaba en su profesión, pensó Fidel. Los médicos lo tienen fácil en las emergencias, siempre tienen algo que hacer, alguien de quién ocuparse para evitar pensar, pero ¿qué se supone que debía hacer un exobiólogo cuarentón en un accidente en Marte? No lo sabía.

Herbert miro a Fidel andando aún desconcertado, a Jenny curando a Luca sin que este dejase de trabajar. Se dio cuenta que empezaban a estorbarse, a moverse por la cabina sin orden ni concierto, quizá fueran a cometer algún fallo fatal, necesitaban algo de calma, organización.

– Necesitamos descansar. Debemos enfrentarnos a esto una vez nos hayamos tranquilizado. Vamos a intentar dormir algo.

– Yo voy a seguir despierto hasta que averigüe qué narices ha pasado.

Herbert miró un momento a Luca y asintió con la cabeza. Necesitaban saber qué fallaba, podría volver a hacerlo.

Atenuaron las luces de la cabina. Susana envió un informe completo a Lowell, para que fuese retransmitido a la Tierra y luego comenzó a revisar los procedimientos de emergencia y las órdenes que le llegaban desde la Tierra iluminada únicamente por la luz de su pad.

Luca la miró de reojo un par de veces y luego se enfrascó en revisar el estado de la Belos. El ordenador chequeó sistema por sistema y fue creando un fichero con todas las cosas que parecían no funcionar. Cuando lo leyó torció el gesto. Funcionaban el sistema de soporte vital, la baterías, los sistemas de comunicaciones, pero un par de barras de potencia estaban fuera, carecían de radioinstrumentos, localizadores y seguramente habría alguna pérdida de aire muy pequeña en cabina. Los tanques de aire, agua y los depósitos de alimento no daban señales de estar dañados. En conjunto la estructura parecía haber aguantado bien el impacto. Distribuidos por el fuselaje, en largueros, cuadernas y herrajes había colocada una miríada de sensores de esfuerzos. Esos aparatos habían registrado las fuerzas sufridas durante el aterrizaje. Luca estudió largo rato la distribución de aquellos esfuerzos, que se le mostraba en un gráfico multicolor y tridimensional que cubría toda la nave. Habían tenido suerte, no habían superado en ningún punto los 16 ges de diseño, sólo habían llegado a esos valores de forma puntual. La estructura general se mantenía perfectamente, pero esos esfuerzos localizados, le preocupaban. Había uniones de vigas y largueros que habían sido muy forzadas, a consecuencia de golpes o tirones estructurales. Ahí la chapa podría desprenderse y provocar una pérdida que el autosellante no pudiera taponar.

Elaboró una lista de tareas criticas de reparación de sistemas, mezcla de chapuza y procedimientos de emergencia, y luego un pequeño programa de revisión de esas posibles zonas de pérdida. Para cuando realizó las tareas más urgentes -reparar y activar el reciclador de aire y agua, sellar los depósitos de alimentos, activar el gestor de consumo de las pilas de isótopo- se dio cuenta que llevaba más de 23 horas despierto y en tensión. Herbert había sustituido a Susana y él ni se había dado cuenta.

No obstante siguió trabajando. Había algo que le sacaba de quicio, ¿cómo podían haberse apagado los ordenadores? Era un sistema cuádruple redundante, con alimentaciones a cada ordenador por barras de potencia separadas. Con uno solo de aquellos ordenadores podrían haber aterrizado sin problemas. Incluso sin ellos, si el fallo no hubiese arrastrado también el sistema de servoequilibrio automático, sin el cual la nave era ingobernable. Bastante había hecho Vishniac con lograr que no se mataran todos.

Había un registro completo de los eventos del sistema y las posiciones de conmutación y memoria que el sistema había tenido durante el accidente, así como un registro de la memoria. Eran muchos datos y sólo abarcaban una hora pero bastaba va que incluía todo el proceso del fallo.

Entró en los listados y se movió por ellos hasta localizar el momento exacto del apagón. Aquello era la consecuencia de una larga serie de operaciones, bucles, activaciones, decisiones que tuvo que seguir marcha atrás, lentamente, con una tenacidad de cangrejo hambriento. El ordenador de a bordo no tenía las capacidades de investigación que hubiera necesitado, se suponía que aquellas tareas no se hacían in situ, sino en Washington, o en Langley, en algún enorme laboratorio de análisis de accidentes. Pero para que esos datos llegasen allí y fuesen analizados, ellos podrían ya estar muertos por otro fallo y eso no podía permitirlo.

Los ojos le picaban. Se tomó una píldora estimulante y siguió trabajando. Luego dormiría.

15

– ¿Tu crees que es este filtro el que no funciona?

– Sí, mira se ha vuelto de color azul, es un testigo químico de contaminación por toxinas. El analizador del sistema debe detectar algo raro y se bloquea.

Eran Jenny y Luca. Herbert los contemplaba y escuchaba sus voces como en un sueño. Nada parecía muy real desde que había despertado tras el golpe. Estaban en Marte por fin. Pero se habían estrellado. Todo había salido mal. Herbert había temido una y otra vez esa pesadilla y ahora estaba sucediendo.

Miraba a sus compañeros y quería gritarles, quería decirles: «Ey, esto es sólo un sueño, amigos, despertemos y pongámonos a trabajar…».

– Y por eso el sistema secundario de reciclaje esta bloqueado, al fin hemos cazado la avería.

Baglioni metió la mano en el registro, sacó la placa e introdujo otra de repuesto que tenía preparada.

El joven ingeniero parecía incansable. Corría de un lado a otro reparando componentes, solucionando multitud de pequeños fallos, devolviendo a la Belos su operatividad. Entendió entonces por qué el ingeniero de la misión había sido de importancia decisiva en todo el proceso de selección. Sin duda Luca era el mejor.

– Bueno, una cosa lista. Lo que no entiendo es… ¿toxinas?

– Puede haber sido por los chispazos eléctricos, o por la combustión… o por la sangre -repuso Jenny-. También puede que alguna bacteria haya crecido en el filtro y lo haya envenenado… vete a saber.

– Bueno, ahora ya esta listo.

Herbert paseó la vista por la cabina de la Belos. Casi todos los paneles caídos estaban de nuevo en su sitio y las pantallas e indicadores mantenían una apariencia de funcionar correctamente. Del techo colgaban gruesos manojos de cables reconectados con cinta aislante.

«Vamos a sobrevivir -se dijo-, por muy improbable que parezca lo vamos a lograr. Somos el mejor equipo posible».

Pasaron las horas y afuera empezó a amanecer. Su primer día marciano.

El horizonte era de color rojo intenso, mientras que el cielo tenía delicados tonos entre el azul y el morado. Muchas estrellas se seguían viendo a simple vista, pero nadie en la Belos parecía interesado en el exterior. Su único mundo estaba encerrado en aquellas delgadas paredes de metal.

Con preocupación, Herbert dirigió la mirada a Susana. Permanecía sentada en una de las butacas traseras, ajena a toda la actividad que se estaba desarrollando a su alrededor. Como si ella no estuviera en aquella nave con ellos. De vez en cuando dirigía una mirada al cuerpo del comandante Vishniac, envuelto en una manta térmica, una mortaja dorada.

Más tarde, Luca y Jenny, agachados, miraban a un monitor en el panel principal, ocupado por el rostro preocupado de Lowell.

La imagen se movía un poco a saltos mientras Luca intentaba ajustaría.