Выбрать главу

Jenny le dijo en susurros a Luca:

– Se ve mal.

– Es por el enlace. No tenemos ancho de banda para más.

Lowell estaba diciendo:

– Tenemos el fallo registrado. Durante unos segundos todos los sistemas a bordo de la Belos se desconectaron. Seguramente se trata de un fallo en cascada que implicó al suministro de potencia a los cuatro ordenadores. Fueron sólo unos instantes, pero justo en la parte más crítica de la reentrada. Por eso os estrellasteis.

– ¿Cuál fue la causa?

– Imposible saberlo desde aquí. Tendréis que buscar en vuestros bancos de datos, pero… -Lowell sacudió la cabeza, parecía avergonzado-. Siento mucho lo sucedido. Ojalá pudiera hacer algo más para ayudaros… Todo el mundo está ahora trabajando en la Tierra para encontrar la forma de sacaros de ahí.

Susana se levantó entonces de su asiento y se acercó al monitor. Herbert la miró esperanzado «¿empezaba a reaccionar por fin?». La chica tenía la mandíbula tensa y el ceño fruncido.

Se encaró con la imagen del monitor y dijo:

– Muy bien, gracias Lowell, hablaremos más tarde.

Luego alargó el brazo y pulsó el icono para dar fin a la conversación. Luca y Jenny le miraron mientras ella regresaba a su asiento sin siquiera dedicarles una palabra.

– ¿Qué pasa? -preguntó Luca.

Susana permaneció mirando inexpresiva aquel objeto plano donde antes aparecía la cara de Lowell y ahora sólo el símbolo NASA-ESA. Lentamente, sus ojos derivaron al bulto cubierto del dorado de la manta térmica.

– Lowell no puede hacer nada por nosotros -dijo-. Ojalá estuviera André con vida. Él sí…

– Maldita sea, Susana -dijo Luca con una mueca de desprecio-. No me fastidies con comentarios que no nos llevan a ningún sitio.

Susana iba a responder algo al ingeniero, pero Herbert les interrumpió:

– Ya está bien Luca. Todos estamos nerviosos y no es el momento de levantar la voz.

– ¿Quién ha levantado la voz? Me cago en… Si ella estuviera colaborando un poco no tendría que correr yo de un lado a otro solucionándolo todo.

Como si Fidel corroborara las palabras de Baglioni, llamó al ingeniero desde el otro lado del puente:

– ¿Puedes echarme una mano Luca?, no logro ver nada.

Fidel se encontraban junto a un monitor ennegrecido situado sobre el mamparo trasero. Debajo de la pantalla había una palanca que el biólogo sostenía con sólo dos dedos.

Luca lanzó una última mirada a Susana y con dos zancadas se plantó junto a Fidel.

– ¿Qué intentas hacer con esto? -le preguntó.

– Los experimentos hidropónicos… todo lo que estaba en el hangar… Quiero ver en qué estado se encuentran -dijo.

Luca estudió el manojo de cables situados tras el monitor.

– El mando de la cámara parece que está bien -añadió Fidel moviendo a un lado y a otro la palanquita-; pero no registra ninguna imagen.

– Ajá. Lo he pillado. Dejadme ver. -dijo Luca, y empezó a trastear con el mazo de cables, mirando de vez en cuando el esquema que aparecía en la pantalla de su panel de ingeniería.

Fidel lo miraba intrigado.

– ¿Como puedes ir tan rápido siguiendo ese esquema?

– Bueno… nosotros los ingenieros… no somos como vosotros los científicos, no avanzamos consolidando hechos poco a poco, sino que, muchas veces vamos directos a la solución de forma intuitiva. Somos más artistas que científicos.

Luca unió dos cables de los cuales saltó un súbito chispazo.

– ¡Mierda! -Luca retiró la mano y la agitó en el aire-¡Ay! Ya está.

Al principio, en la pantalla de plasma no había nada que se pudiera reconocer, pero poco a poco fueron apareciendo formas difusas.

Fidel y Luca miraron intensamente, allí había muchos bultos sueltos, piezas de maquinaria desperdigada y tanques metálicos desprendidos de sus abrazaderas y esparcidos por todas partes.

– Uf.

Fidel movió un poco la palanca y la imagen se desplazó suavemente. Con la panorámica consiguieron empezar a hacerse una idea de lo que veían.

El desastre en la bodega era completo. El techo se había aplastado contra el suelo y multitud de paquetes habían quedado destrozados en esa pinza monstruosa. Por algunas ranuras se colaba la luz rojiza del exterior.

– Hay una grieta… mira… esta todo lleno de polvo rojo -dijo Luca fascinado.

– Y… ¿Aquello es el rover? -preguntó Fidel señalando la pantalla.

El vehículo, cuatro ruedas enormes y una estructura ligera y flexible, estaba completamente aplastado, retorcido y arrumbado contra un mamparo.

– Adiós a ese paseo en descapotable.

Fidel miró a Luca. «¿Cómo podía seguir bromeando en un momento como ese?» -Se preguntó asombrado por la imperturbabilidad del ingeniero.

Luego se volvió para hablarles a Jenny y Herbert que contemplaban la desolada escena del monitor desde un poco más lejos.

– Esta todo hecho un desastre -dijo-. Nunca podremos restablecer la presión en el hangar y el rover, mejor no hablar del rover.

Jenny no parecía decidirse a hablar, era todo ojos y manos que se restregaban nerviosas contra el mono, pero al final lo hizo mientras Herbert la miraba y callaba.

– No podemos quedarnos encerrados en la cabina de vuelo. Necesitamos más espacio para vivir.

La voz de Jenny era casi una suplica, y esto no pasó desapercibido para Herbert. El geólogo se volvió para mirar a Susana que seguía apoyada en su butaca, con la vista perdida en la imagen de la bodega.

16

– Bueno, Sánchez, tú eres la segunda en la cadena de mando -le espetó Herbert a Susana Sánchez-. ¿Qué propones?

La joven no parecía darse por enterada. Sólo miraba fijamente esa pantalla que se había convertido en el foco de toda su atención, pero la línea de su mandíbula, convertida en un trazo tenso, demostraba que había escuchado las palabras de Herbert.

El silencio se hizo intenso durante un par de segundos. Sólo se escuchaba el susurro del acondicionador de aire y algunos crujidos de la estructura acomodándose a los cambios de temperatura exterior.

Al final, Susana alzó la vista, como dándose cuenta de repente de todo lo que la rodeaba. Habló con una voz muy cansada:

– Ok, primera orden del nuevo comandante: podéis tumbaros a dormir y esperar.

Fidel, aún sentado delante de la pantalla, se puso en pie bruscamente.

– ¿A esperar qué?

– Imagina, Fidel.

Herbert dejó de mirar a Susana y enterró su cabeza entre sus manos mientras apoyaba los brazos en las piernas. Se removió el pelo, rubio y muy corto, con brusquedad, y por fin emergió de su masaje moviendo el cuello como un latigazo de cobra.

– Me… -dijo muy lentamente- niego a… aceptar eso.

– Pues debes empezar a hacerte a la idea, Herb -intervino Luca con el cortante tono de voz que acostumbraba a usar en las discusiones-. La Ares está girando ahora sobre nuestras cabezas, pero puedes olvidar cualquier posibilidad de rescate. Lowell nos seguirá dando todos esos consejos inútiles y nos hará saber con precisión británica cuanto lo siente y como le gustaría estar aquí con nosotros… y luego, cuando llegue el momento, regresará, solo, a la Tierra. Y nosotros nos quedaremos aquí.

Fidel estaba justo al lado de Luca. Frunció el ceño al escuchar las palabras del ingeniero y abrió la boca para hablar. Pero algo pareció abrumarlo hasta casi hacerle saltar lágrimas de los ojos y decidió seguir en silencio.

Sólo Jenny encontró fuerzas para responder. Miró a Luca como se miraría a un niño demasiado sincero y luego intervino:

– Con eso ya contábamos, Luca. Repites lo obvio.

Fidel buscó una cara que le dijera que aquello no era cierto, pero todos apartaron los ojos.

– Pero mandarán una misión de rescate desde la Tierra ¿no? -dijo- Sólo es cuestión de permanecer con vida hasta entonces.