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Luca se volvió hacia Fidel y algo de la amarga sonrisa que exhibía desapareció. Cuando habló de nuevo, su tono era menos duro:

– Una misión de rescate… veamos… Fidel, sabes tan bien como yo el programa de lanzamientos. La Ares II no estará lista hasta dentro de cinco meses. Eso hace que la ventana de la órbita Honman está cerrada hasta dentro de 26 meses, como mínimo.

«No, no, no -se dijo Herbert-. Esto no va nada bien».

Él había estado en misiones peligrosas, en situaciones muy comprometidas, y sabía perfectamente lo que podía suceder con un grupo cuando la moral se venía abajo. El miedo se alimentaba de miedo, y eso sólo era el principio del fin.

– Es mucho tiempo, es cierto -dijo-; pero podemos tener la seguridad de que enviarán una misión de rescate.

Jenny terminó por levantarse del asiento en el que estaba sentada. Luego, asustada de su movimiento, se detuvo y retrocedió hasta apoyarse en el respaldo. Miró al suelo y se retorció las manos. Luego levantó la vista y se dirigió a Herbert con una voz muy fría.

– ¿De qué estas hablando Herb? ¿de una misión de rescate? Sabes mejor que nadie que esa misión sólo servirá para recuperar nuestros cuerpos. Lo más probable es que hayamos muerto tojos antes de un año.

Herbert hinchó el pecho y habló llenando la cabina con su voz.

– Ahí es dónde te equivocas Jenny; vamos a sobrevivir.

El convencimiento y la energía acumuladas en esa voz hicieron que todos diesen un respingo.

Susana pareció salir del letargo en el que estaba y respondió rápida en un tono de voz demasiado alto, próximo al pánico:

– ¿Cómo? Los sistemas de este módulo de descenso no fueron diseñados para mantenernos con vida durante los tres años de espera. Estamos a 191 millones de kilómetros de la Tierra, solos… ¿os dais cuenta?

Herbert la miró con tristeza.

– Siempre hay una forma de sobrevivir, Susana, y el primer paso es desearlo con intensidad…

– ¿Tienes alguna idea en concreto?

– Debemos empezar a trabajar. Todos. Esa es ahora nuestra misión: sobrevivir, del mismo modo en que siempre han sobrevivido los hombres en situaciones difíciles como esta. Nuestra situación no es tan desesperada como parece a simple vista.

Luca, apoyado en un mamparo, contestó con una voz cargada de sorna.

– Ah, claro… no es tan desesperada… me encanta este tipo -dijo mientras miraba a los demás con sorna- Me recuerda ese chiste de un geólogo, un físico y un matemático de viaje en Suiza.

Un día ven una vaca negra al borde de un camino. Al regresar el físico dice: «En Suiza hay vacas negras»; el matemático «en Suiza hay una vaca que por su lado derecho es negra»; y el geólogo comenta: «todas las vacas suizas son negras».

Todos torcieron un poco el gesto imitando una risa, excepto Susana, que no dejó de mirar fijamente al suelo. Herbert le sonrió ampliamente al ingeniero.

– Soy geólogo, es cierto; pero se tener los pies sobre la tierra, Luca.

Fidel, hizo un gesto con las manos abiertas, como suplicando.

– Pero estamos en Marte, Herb. ¿has mirado por la escotilla? Ahí afuera no vamos a encontrar oasis ni palmeras te lo aseguro. Soy el primero en necesitar la esperanza, pero…

Herbert volvió a mirar a Susana que seguía ensimismada, con la vista perdida en un punto indefinido, pero con un gesto muy tenso en los hombros y cuello. «Dios… -pensó-. Reacciona, vamos, reacciona de una vez».

Luego continuó hablando:

– No sé ahora mismo lo que tendremos que hacer exactamente, pero sé lo que no debemos de hacer. Hay que buscar, no podemos rendirnos.

– O morir en el intento -dijo Jenny en un susurro.

– O moriremos en el intento -repitió más fuerte Herbert, con una media sonrisa helada en el rostro.

Hubo un incómodo silencio que finalmente rompió Fidel. Se apretó las manos con fuerza en un intento de parecer calmado y razonable, aunque el terror le burbujeaba en la garganta conforme iba comprendiendo el auténtico alcance de su situación.

– ¿Cómo… cómo solucionaremos lo del agua, por ejemplo, Herbert?

– Sabemos que la atmósfera de Marte contiene rastros de agua. Es sólo cuestión de…

– Ah, claro -le interrumpió Jenny-, lo del agua está solucionado. Se necesita un aparato de varios millones de dólares para detectar una sola molécula de agua en la atmósfera marciana, pero sí, hay agua. Sólo que tendremos que acostumbrarnos a beber poco. Y a respirar muy poco también.

– Quién dice la atmósfera habla del famoso permafrost que muchos aseguran que está en el subsuelo de Marte -explicó Herbert manteniendo la voz tranquila y cordial, a pesar del amargo sarcasmo de Jenny-, agua congelada a un par de metros de la superficie. Tenemos ocho toneladas de oxigeno licuado en los tanques, y casi lo mismo de hidrógeno. Oxigeno más hidrógeno es agua. Quién sabe… hay más posibilidades para la supervivencia que las que ahora podemos imaginar.

Luca le interrumpió también; descuidadamente, hablando como si la cosa no fuese con él.

– Olvídate del oxígeno líquido. Lo he comprobado. El hidrógeno sí parece estar bien, pero no puedo asegurarlo, la conexión eléctrica se ha cortado y tengo sólo lectura indirecta por presión en el sistema de refrigeración.

– Bueno, Hidrógeno sólo, ya se nos ocurrirá alguna manera de usarlo para conseguir oxígeno.

Jenny se rindió, asintiendo nerviosa. Quería creer en el optimismo de Herbert. Quería que le contagiara su esperanza de sobrevivir.

– Ok, muy bien, te escucho, ¿cuál es tu plan? ¿por donde empezamos?

– Precisamente por esto, por lo que estamos haciendo ahora mismo; hacer un balance de nuestra situación. Baglioni, necesitamos hacer una lista minuciosa de nuestros recursos…

Baglioni, movió la cabeza como si no hubiera estado atendiendo a la conversación.

– Eso es fácil. Os puedo dar ya una idea general.

– Adelante.

– Cada uno de nosotros necesita diariamente, para subsistir en buen estado físico, dos kilogramos de oxígeno, dos de agua y un kilo y medio de aumentos. Esto significa que… -Luca consultó un dato en su pad-. Primero, disponemos de comida para seis personas durante cien días. Como ahora el comandante ya no está con nosotros y somos sólo cinco, racionándola con cuidado, podríamos estirarla hasta los quince meses. Como ves estoy siendo muy optimista.

– Sigue por favor -le apremió Herbert.

– Dos, gracias a los recicladores disponemos de agua suficiente para un par de años. Pero los recicladores necesitan energía, y los GTR se agotarán antes de un año. Se suponía que sólo íbamos a estar aquí un mes. Lo siento, soy realista.

Herbert hizo un gesto con la mano invitándole a continuar.

– Bien, apúntalo. Necesitaremos otra fuente de energía y otra fuente de agua. Trabajaremos eso luego.

– Tres, el problema del oxígeno es aproximadamente el mismo. Y podemos aguantar con poca comida, racionando el agua, pero ni dos minutos sin aire.

– Estamos rodeados de oxígeno. Este maldito planeta esta completamente oxidado ¡Por eso es rojo!

– Bueno, en la atmósfera está en forma de dióxido de carbono. Podríamos separar el oxígeno mediante un proceso de electrólisis seca…; pero, claro, se necesita energía y…

– Y los generadores termoeléctricos se agotarán en tan solo un año.

– Exacto, necesitaríamos reducir nuestro consumo de oxígeno, pero al final el problema grave será el de la energía.

Fidel intervino. Había cierto brillo de esperanza en su mirada. Al igual que Jenny intentaba contagiarse del optimismo del geólogo.

– Tenemos que empezar a economizar energía desde ahora mismo.

Luca, a su lado, le replicó:

– Claro, podríamos reducir la calefacción al mínimo, meternos en nuestros trajes térmicos, apagar las luces y…

– ¿Tres años viviendo dentro de nuestros trajes espaciales, en la oscuridad…? -dijo Jenny, hablando bruscamente, con una voz muy aguda.