– No es sólo el miedo. Quiero confesarte algo. En mi caso no estoy tan seguro. Hay algo que me aterra tanto como la posibilidad de morir… y es perder la serenidad… dejarme llevar por el pánico. He estado a punto en un par de ocasiones ya.
– Eso no va a suceder, Fidel. Si llega ese momento sabrás reaccionar tan bien como cualquiera de nosotros. No todo el mundo se metería dentro de una nave como la Ares y dejaría que lo lanzaran al espacio durante tres años.
– Yo no soy un hombre valiente, te lo aseguro. No soy un Herbert, ni un Luca. Pero mi curiosidad científica es más fuerte que yo. Ahora mismo estoy sufriendo por no tener a mano mis equipos y ponerme a trabajar. Por eso entré a formar parte de esta misión. ¿Qué exobiólogo rechazaría algo así? Pero y tú; ¿cómo llegaste hasta aquí?
– Con mucho esfuerzo. No era un joven talento como Baglioni, ¿sabes? Tuve que pelear y esforzarme para dar cada paso en el camino que conducía hasta este lugar… Sí, tuve suerte… mucha suerte, vaya.
Fidel sonrió a su vez. Un exobiólogo sin instrumentos y una piloto sin avión varados en Marte. De nuevo la parte científica, la pasión de su vida tomó las riendas y comenzó a elucubrar con lo que será de sus cadáveres cuando Marte los matase, qué consecuencias tendrá para la posible biosfera esa contaminación brutal.
Tuvo que parar mientras notaba como las lágrimas se agolpaban justo detrás de los ojos, lágrimas con sabor a pastel de manzana los domingos, a gritos de niños persiguiendo al perro, a manga de riego lavando el todo terreno y el olor fragante de su mujer en el hueco de la almohada.
Afuera unas manos enguantadas colocaban la última piedra de la improvisada tumba en Marte. La primera. Todo era nuevo en ese mundo, hasta la muerte.
Los tres astronautas rodeaban la estructura en forma de cruz que Jenny había alzado. El viento arreciaba y apenas se veía dos pasos más allá. El Sol casi se había ocultado.
La voz de Baglioni seguía siendo cortante aún filtrada por la radio del traje:
– ¡Estupendo Jenny! Algún día construirán un monumento aquí. ¿Nadie quiere decir unas palabras? Seguro que serán grabadas en una placa…
Herbert le contestó:
– ¿Por qué no las dices tú, Luca? Eres el genio de la misión.
– ¿Por qué no? Qué os parece esto: «Aquí yace André Vishniac, nacido en la Tierra, que recorrió un largo camino, en la vida y el tiempo, para venir a morir a este desolado lugar…».
Jenny se agachó en la tumba y tomó un puñado de tierra. Elevó la mano y lo deja caer. El viento lo arrastró.
– Yo diré unas palabras. Las escribió el doctor Wilson poco antes de morir junto a Scott, en la Antártida.
Herbert activó la cámara del casco y comenzó a grabar.
– Muy oportuno -dijo Luca.
– Este fue el pensamiento que se forjó en nosotros -empezó Jenny-, el silencio que a un tiempo nos quemaba y helaba: Aunque los secretos deban estar escondidos hasta que Dios los quiera revelar al hombre, quizá seamos nosotros los que Dios ha destinado para ver por vez primera el corazón oculto tras la Barrera de Hielo. Bajo el calor del Sol, bajo el brillo radiante que lanza sobre ella su rayo, mientras nos abrasa y nos hiela hasta los huesos la ventisca rabiosa con sus mordientes besos.
Mientras Jenny recitaba, Herbert miró a su alrededor.
– Qué desastre -pensó.
El purísimo paisaje de Marte había quedado dañado por su presencia. El enorme surco abierto por la nave y las piezas de las literas esparcidas por doquier, les daban la sensación de haber traído con ellos la contaminación y la basura a un mundo incólume.
Y rodeando aquella tumba, aquel montón de piedras que guardaba el cuerpo de André, comprendió que habían traído también la muerte.
21
– ¿Dices que en la Tierra tienen una teoría de por qué nos estrellamos? -preguntó Susana a la imagen de Lowell en la pantalla.
Fidel, a su lado, también estaba atento a las palabras del inglés.
– Sólo teorías -dijo Lowell-, pero algunas muy intrigantes…
– ¿En que sentido?
– Como sabes, Marte carece de campo magnético planetario.
Fidel le interrumpió:
– Existen anomalías magnéticas y gravitacionales localizadas. No hay una explicación convincente para esto… Pero ¿qué tiene que ver con…?
– He detectado desde la Ares que la más potente de esas anomalías esta cerca del punto dónde os habéis estrellado. En el fondo del valle Marineris. Se trata de algo tan potente y localizado que muy bien pudiera haber afectado a la operación de los chips en la Belos. En la tierra han estudiado la hipótesis de Baglioni, y están básicamente de acuerdo, sólo que el error en el programa fue externo, no un fallo de programación. Al parecer hubo un array de bits que cambiaron de cero a uno espontáneamente y eso indujo la lectura errónea en la señal de potencia. Y hay algo más.
– ¿De que se trata?
– Oculto bajo esa niebla hay algo. No sabemos lo que es, pero no hay duda de que se trata de algo extraño que coincide con la anomalía magnética… Echadle un vistazo vosotros mismos. Os estoy transmitiendo los datos.
En la imagen en el monitor apareció una indicación de que estaban recibiendo un paquete de datos.
El ruido de la puerta exterior cerrándose hizo sobresaltarse a Susana y a Fidel. Al poco escucharon las bombas dando presión a la esclusa de aire.
– Herbert y los demás están entrando -dijo Susana-. Continuaremos más tarde, Lowell.
Susana dejó la conexión abierta mientras seguían llegando los datos, pero Lowell desapareció de la pantalla.
Al fin se abrió la compuerta interior y entraron Jenny, Luca y Herbert. Los trajes desprendieron un vaho muy frío. Estaban manchados de polvo rojo. Se quitaron las escafandras y respiraron fuerte, como aliviados de dejar de respirar la mezcla de los trajes.
– ¿Cómo ha ido todo? -les preguntó Susana mientras les ayudaba a quitarse los trajes. Jenny dio cabezazos indicando que bien.
– Bien -habló Baglioni, a medio camino de quitarse el casco- Herbert ha recogido algo.
Herbert mostró un pequeño recipiente lleno hasta la mitad de hielo. Lo sacudió ante los ojos de todos para que observen como se había licuado en parte.
– Es hielo, es auténtica agua helada. La descubrí al lado de la tumba. Es el famoso permafrost. Existe de verdad. Todo el subsuelo de Marte debe ser de agua helada. Este planeta no es tan seco como pensábamos…
Susana y Fidel fruncieron el ceño. Herbert no parecía muy entusiasmado cuando hablaba.
Fidel tomó el recipiente y lo miró desde más cerca, entusiasmado. Por un momento olvidó por completo su situación actual. ¡Agua! Allí podría haber vida, esporas, bacterias congeladas que estarían volviendo a la vida en ese preciso momento.
– Agua, al fin era cierta la vieja teoría de que los mares de Marte se congelaron.
– ¿Y cómo vamos a calentar el agua que necesitemos? -preguntó Jenny con amargura-. ¿Aplicándole las manos desnudas?
Susana ignoró el agua y se dirigió directamente a Luca.
– Eso es estupendo, tenemos una nueva fuente de agua… ¿Comprobásteis en qué estado se encuentran los motores y los tanques?
Luca dejó de esforzarse en sacarse una bota y desvió la mirada de Susana mientras hablaba.
– Ya no hay motores, Susana, ni tanques de combustible. Debieron desprenderse durante el choque. Fue un milagro que no estallaran matándonos a todos.
De repente el silencio se hizo intenso. Ya no había forcejeos ni tirones por quitarse los trajes y nadie se movía ni hacía nada.
– No ha sido un milagro, sino una maldición -dijo Fidel, mientras se dejaba caer en el suelo, recostándose contra un mamparo-. Estamos muertos, aún seguiremos respirando durante un año o así pero estamos tan muertos como André.
Susana se volvió hacia Fidel y le hizo un gesto con la mano extendida para que se tranquilizara. Luego se dirigió de nuevo a Baglioni.
– Espera ¿qué quieres decir con que no queda nada del combustible criogenizado?
– Esta pequeña cabina, los sistemas de soporte vital, y lo que hay en su interior es lo único que tenemos para sobrevivir… -Luca negó con la cabeza- y no lo vamos a lograr, Susana.
– Esperad, esperad todos… -dijo Herbert, señalando al pequeño recipiente que desprendía vaho y donde el hielo se estaba convirtiendo en una sopa de agua amarronada -Esto es agua, amigos. No contábamos con ella, pero aquí está. ¿Con cuantas cosas más no contamos y están ahí fuera esperando para ayudarnos a sobrevivir? Tenemos agua…
Jenny hablaba con una voz tranquila, muy relajada.
– El problema, Herb, no es el agua, ni el aire. El problema es que la energía se nos agotará antes de un año, y no tenemos forma de producir más.
– Tenemos que empezar a economizar energía -dijo Susana pensativa-. Ahora mismo. Informaré a Lowell.
Unas horas más tarde la cabina de la Belos estaba casi a oscuras. La temperatura había descendido y los miembros de la expedición se acurrucaban dentro de sus sacos térmicos. La luz roja de emergencia se reflejaba en el aluminio de los sacos produciendo reflejos de hoguera inexistente.
Susana y Herbert estaban despiertos, acurrucados dentro de los sacos y frente a una pantalla donde aparecía Lowell.
– Nuestra única oportunidad es reducir al mínimo el consumo de energía -al hablar, Susana expulsaba vaho-. Hemos bajado la temperatura interior del módulo hasta los siete grados sobre cero y limitado la potencia a la barra de emergencia.
– Muy bien Susana, espero que funcione.
– ¿Qué piensas hacer tú ahora? ¿Alguna novedad sobre nuestro rescate?
– Van a adelantar mi regreso; partiré dentro de dos días. En la Tierra han dado con una trayectoria alternativa. La idea es utilizar una trayectoria hiperbólica sobre Venus para frenar a la Ares en su regreso a la Tierra. Es más arriesgado, pero me permitirá estar de regreso unos meses antes y ganar así tiempo para la misión de rescate. Hay mucho de la Ares que se puede reutilizar para volver a Marte.
– Entonces… ¿te vas?
– En un par de órbitas el ordenador encenderá los motores… Lo siento, yo…
Susana y Herbert no dijeron nada durante un par de segundos, mientras asimilaban lo que su compañero en órbita acababa de decirles.
Lowell dejó de mirar a la cámara y operó en algún panel a su derecha. Su gesto era impasible, muy forzado.
– Bueno… -dijo- debo prepararme para abandonar la órbita y me queda un largo camino por delante. Buena suerte a todos… amigos.
Cuando Susana volvió a hablar, la voz le salió un poco rota al principio pero luego se hizo firme otra vez.
– Gracias Lowell… buen viaje.