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En la Belos, Baglioni activó una serie de controles en el ordenador. Las luces se encendieron y el acondicionador de aire comenzó a bufar. Casi inmediatamente se notó como la temperatura ascendía.

– ¿Qué…? ¿Qué haces, Luca?

– He anulado el programa de ahorro. Ahora funcionamos en soporte vital standard. No tiene sentido seguir economizando energía.

– ¿Por qué? ¿Qué…, qué significa esa alarma, y la barra verde?

– Tenemos una fuga en el depósito de oxígeno líquido. No es tan hermético como habíamos pensado y estamos perdiendo aire. Esa alarma señalaba que la presión en él ha descendido demasiado, No entiendo por qué los indicadores no avisaron antes, hubiéramos podido hacer algo… No sé, quizá se dañaron en el choque.

– Pero… Podemos intentar localizar la fuga, sellarla, dejar de perder oxígeno…

– No. Mis cálculos eran muy precisos y partían de la base de que contábamos con las reservas integras. No había previsto que perderíamos aire por culpa de una fuga. Esta variable no entraba dentro de mis ecuaciones, y ahora el resultado no puede ser peor. Aunque sellemos la fuga el aire no nos durará lo suficiente como para esperar la llegada de la misión de rescate.

Jenny se puso en pie casi derribando a Luca.

– Me niego a rendirme de esa forma. Encontraré esa maldita fuga y la sellaré…

– Jenny…

Jenny comenzó a buscar las herramientas de reparación en los armarios. Daba portazos y, sin orden ni concierto, sacaba cosas que se iban amontonando en el suelo.

– ¡¿Qué?!

– Es inútil… -Luca le mostró una cifra en la pantalla- la presión en el tanque sigue bajando quizá la grieta se está haciendo más grande… Lo más probable es que sólo nos queden unas pocas horas, lo que nos dure el tanque auxiliar.

Jenny tomó la lanza de un soldador y la esgrimió frente a Luca.

– Nos pondremos los trajes y buscaremos por el exterior… La fuga se verá claramente desde fuera, veremos una escarcha de dióxido de carbono congelado, qué sé yo…

– Créeme no hay ninguna posibilidad. Y no quiero pasar mis últimas horas dentro de un traje de presión, esperando pacientemente a que se me acabe el aire.

Jenny miró intensamente a Luca con cara de total extrañamiento.

– ¿Qué…?

– Que no quiero…

– Te pregunto que qué quieres hacer…

Luca le respondió con una mirada divertida.

– Admitámoslo, vamos a morir -dijo-. No tenemos ningún sitio dónde escapar, excepto en nosotros mismos. Es lo más inteligente que podemos hacer.

– ¿Cuánto tiempo nos queda realmente?

– No mucho más de doce horas… Jenny, durante todo el viaje te has mantenido al margen de ese tipo de cosas… ¿Por qué?

La mirada de Luca no dejaba lugar a engaños. Jenny, que aún sujetaba el soldador abrió aún más los ojos. Luego una furia fría, largamente gestada, le estalló por dentro y dijo, casi gritando:

– ¿Quieres decir que tu enorme talento, tu gran inteligencia, no encuentra más solución que morir mientras follamos…?

Luca se puso en pie y se acercó todo lo que pudo a Jenny. Con la mano le apartó el soldador.

– Me ajusto a las circunstancias, eso es todo. Lo he pensado cuidadosamente y ya no queda otra salida. ¿Se te ocurre otra forma mejor de pasar nuestras últimas horas?

Jenny volvió a cruzar el soldador frente a Luca y le empujó el pecho con él hasta lograr aumentar la distancia que los separaba.

– Sí. Te diré lo que vamos a hacer; mi plan -dijo, casi sin separar los dientes, arrastrando las silabas-. Yo voy a colocarme el traje a presión y saldré fuera a ver si localizo la fuga. No me importa si no sirve para nada, al menos tendré la sensación de que estoy haciendo algo útil. Tú puedes quedarte aquí dentro y masturbarte hasta morir deshidratado. Cuando llegue la misión de rescate te encontrarán así… -Y Jenny hizo un gesto colocándose la lanza del soldador entre las piernas y puede que hasta te erijan una estatua en este mismo lugar. Así -lo repitió-, perpetuamente, esculpido en bronce.

Jenny dio media vuelta y comenzó a ponerse el traje sin apenas mirar a Luca.

29

Susana y Fidel escalaban en busca del aterrazamiento que habían divisado desde abajo. El ascenso no era fácil. En algunos tramos debían apoyarse en rocas y elevar el cuerpo unos metros tirando de los brazos.

Estaban tan cansados que esos pequeños obstáculos casi los dejaban al borde del desmayo. A una indicación de Susana, los dos hicieron que el traje les suministrase sustancias estimulantes.

– Aumentará un poco nuestro consumo de oxígeno -dijo Susana-, pero sin ayuda química no llegaremos allí.

Fidel asintió. En realidad ya hacía mucho que había dejado de plantearse las cosas. El aire se agotaría de un momento a otro -su indicador de CO2 llevaba mucho rato en amarillo-, y entonces todo acabaría rápidamente. Casi lo deseaba. Estaba agotado, aturdido. Herbert no parecía haber sufrido en absoluto.

El ordenador del traje comenzó a difundir estimulantes en la corriente de aire que respiraban y, al instante, Fidel se sintió un poco mejor y se esforzó en seguir ascendiendo.

El Sol estaba en el cénit cuando llegaron a esa plataforma rocosa. Se alzaron desde el borde y contemplaron la boca oscura de una cueva.

– ¿Luca? ¿Jenny? ¿Podéis leerme? ¡Joder!

Susana golpeó el casco con la mano abierta. Miró a Fidel que se había vuelto a derrumbar en el suelo y luego volvió su atención a la cueva. «Qué extraño…»

Se acercó lentamente hacia aquella boca negra, abierta en la ladera del Valle. La cueva era apenas una irregularidad de cuatro por cuatro metros en la pared rocosa. Encendió los focos y sólo vio más roca ahondándose.

«Parece que desciende pero es sólo una cueva -se dijo-. Una cueva natural…»

Sin embargo, en todo el trayecto no habían encontrado ni señales de algo parecido. Además esa terraza… en una posición tan favorable…

Avanzó un poco más. La cueva se hacía más regular y el suelo descendía sin accidentes. Se volvió y miró a Rodrigo, sentado en el suelo, recortada nítidamente su silueta por los bordes de la cueva.

– Parece profundo. Un corredor natural, largo y estrecho. Y desciende rápidamente… quizá sea un modo más fácil de llegar al fondo del Valle. ¡Oh!

Susana dejó de hablar. El corazón le saltaba dentro del pecho y bombeaba con una fuerza que creía ya no tener. En la pared de la cueva había unas marcas grabadas; en un primer vistazo parecían grietas de una antigua rotura, una piedra que se había resquebrajado, un golpe de una roca caída del techo.

Pero una segunda mirada descartó lo fortuito.

– Hay símbolos… esculpidos en la piedra -dijo Susana, notando que las palabras se le agolpaban en la garganta-. Parece una especie de… escritura.

– ¿Qué…?

Fidel se levantó trabajosamente y se acercó todo lo deprisa que podía, lo que no era mucho. Apoyándose en Susana, jadeó unos instantes. Fue el tiempo que su vista, borrosa por el esfuerzo, tardó en adaptarse y poder enfocar a la roca.

Fidel alargó el guante y, con mucho cuidado, apartó el polvo que cubría parte de los bajorrelieves.

– Fíjate cómo todos los ángulos son de 45° -dijo-, como si hubieran sido tallados por una mano inteligente… pero…

– ¿No lo crees así?

– Está muy deteriorado, imposible saber qué es realmente. Podría tratarse de alguna forma de cristalización… Quizá en el interior encontraremos otras muestras menos deterioradas…

Susana y Rodrigo descendieron por la gruta. El suelo era empinado pero no peligroso. Las paredes parecían ampliarse imperceptiblemente.