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– ¿Para qué? -le preguntó el ingeniero-. No vamos a vivir tanto como para consumirlos.

– Ella está viva -Jenny señaló el monitor como si Susana se encontrara precisamente allí-. Explícame eso, genio.

Luca captó de nuevo aquel destello de furia en los ojos de la mujer, pero esta vez no dijo nada.

En poco tiempo prepararon los trajes. Luca se hizo con un equipo de comunicaciones mejorado, una pequeña maleta que les permitiría establecer contacto con Susana mucho más fácilmente y además localizar las señales del radiofaro de su traje. Luca no hacía más que mirar el indicador de nivel de oxígeno y de presión en la cabina.

Jenny preparó su equipo de medicina portátil y una mochila en la que fue metiendo toda la comida que pudo. Eligió alimentos deshidratados que eran los de menos volumen y peso. Pero, aún así, aquella mochila acabó siendo demasiado voluminosa.

– Estás completamente loca -le dijo Luca, mirando la mochila-. No vas a poder cargar con eso.

– ¿No piensas ayudarme?

– No tiene sentido llevar toda esa comida cuando sólo tenemos unas pocas horas de vida por delante.

Jenny entrecerró los ojos mientras contemplaba a Luca.

– ¿Qué pasa? ¿Soy la única que ha escuchado a Susana?

– Susana debe de estar usando la reserva de Fidel. Sólo así ha podido sobrevivir hasta ahora.

– Eso no es cierto.

– ¿Qué?

– Estás mintiendo porque no eres capaz de entender lo que está pasando -Jenny miraba ahora a Luca casi con lástima-. No entiendes nada, ¿verdad?

– ¿De qué me estás hablando?

– Ni siquiera con la reserva de Fidel podría Susana haber aguantado hasta ahora. Es así ¿verdad?

Por primera vez en todo el tiempo que se conocían, Luca desvió la mirada.

– ¿Verdad? -insistió Jenny. Luca Baglioni no respondió y la mujer siguió hablando-. Por eso has cambiado de opinión y has decidido ir hasta allí ¿no? Nada de esto encaja en tus cálculos y no entiendes nada.

Luca disimuló su turbación consultando el manómetro.

– La presión sigue descendiendo aquí -dijo-. Terminemos de ponernos los trajes y salgamos fuera antes de que sea demasiado tarde.

Salieron de la nave.

Jenny se tambaleaba bajo el peso de aquella mochila extra y sus pies se hundieron en la arena al pisar de nuevo el suelo marciano.

Se obligó a no mirar a la Belos, rajada, la puerta abierta, a no dirigir la mirada al rincón en el que sabía se hallaba al tumba de André.

Había sido sencillo ponerse el traje, abrir la esclusa, pero no podía pensar ni por un segundo hacia dónde iban, cuánto les iba a durar el aire.

Luca, aparentemente inmune a todo trasteaba con el maletín.

– ¿Qué haces Luca?

– Busco una señal de Susana.

Jenny miró a Marte, a la extensión de arena y rocas que les rodeaban. Era mediodía y soplaba algo de viento. Quizá se preparaba una tormenta. Sólo les faltaba eso. Al fin no pudo evitarlo y miró por un instante la tumba de André, sintiendo como el peso del equipo de supervivencia y la mochila de víveres extras le aplastaba los hombros.

¿Cuanto tardaría en yacer como él, convertido en exótico alimento terrestre para los líquenes marcianos? No lo sabía.

Luego, mientras Luca terminaba de trastear, Jenny miró al cielo y pensó en su hija. La había tenido poco presente durante aquellos días frenéticos, incluso durante los años del entrenamiento. Quizá era hora de darse cuenta de cuanto había crecido aquella mocosa de tres años que ahora era ya una niña despierta y tímida de seis, ya una perfecta desconocida. Quizá también era ya muy tarde, o muy lejos, a 150 millones de kilómetros de ella. Sí, sin duda lo era. Sacudió la cabeza y, cuando Luca le indicó que avanzase, comenzó a moverse en dirección a la cadena montañosa que se veía en el horizonte.

Marte les envolvió casi enseguida. Borrada la Belos la sensación de abandono era absoluta. Se comía el tiempo, incluso el ansia, lo consumía todo en aquella inmensidad roja y desolada.

Le costaba seguir la marcha de Luca. A cada paso el equipo pesaba más y no lograba equilibrar correctamente aquella mochila extra.

34

Habían caminado por espacio de dos horas, en silencio. Luca seguía las radioseñales del traje de Susana. En dos ocasiones habían logrado contactar con ella. Les había informado del camino seguido por ellos hasta localizar el desfiladero. Llegaron a la pared rocosa en otra hora más. La luz había comenzado a declinar y las sombras comenzaban a convertir aquella dentadura cariada y rojiza en una confusa masa de claroscuros.

Jenny miró la pared intentado descubrir el estrecho paso sin perder ojo del indicador de C02.

El cansancio le hacía consumir más oxígeno, comprendió.

– ¿Dónde esta el desfiladero ese? -susurró-. ¿No hay manera de encontrarlo?

– Si al menos hubieran marcado el camino de alguna forma… -se quejó Luca.

– ¡Joder! ¿Qué querías…? que te marcasen el camino por si acaso. Iban a morir.

Jenny estaba agotada, el agua del traje se estaba terminado, quizá no había llenado adecuadamente el depósito, o quizá estaba bebiendo demasiada agua. Sudaba dentro del traje y aquello era gracioso teniendo en cuenta los sesenta grados bajo cero del exterior.

Luca caminaba bastante ligero delante de ella, pero a Jenny las correas de transporte le estaban haciendo heridas en los hombros y los pies comenzaban a pesarle excesivamente.

Luca, al ver que la mujer se iba quedando atrás, se volvió. Pero Jenny, que temblaba ligeramente, no pudo verle la expresión. La visera del traje era reflectante. En ese momento Luca no era ya humano, sólo un extraño insecto blanco y de un solo ojo. Jenny se sorprendió buscando con la vista una piedra, una grande y afilada que pudiera romper ese ojo de cristal que la miraba acusadoramente, diciendo que era un estorbo para su supervivencia. Al fin respiró hondo.

– ¿Qué te pasa Jenny?

– Nada, sigamos.

Les costó otra hora encontrar el paso. Jenny no lo hubiera logrado, pero Luca, aplicado metódicamente a la tarea como hacía siempre con cualquier problema, terminó por localizarlo.

Cruzaron por el estrecho desfiladero en sombras. Adelante y atrás brillaba fuerte el sol, pero en el fondo de aquella hendedura teman que caminar iluminando con los focos para saber dónde pisaban.

Jenny se dejó caer al suelo y Luca permaneció erguido, con el equipo de comunicaciones sujeto al pecho.

– Ponte en pie, Jenny, o te congelarás -dijo con insultante tranquilidad.

– Que te jodan, Luca.

Baglioni dudó un momento. Finalmente se acercó a Jenny y le ayudó a librarse de la pesada mochila. Luego la obligó a incorporarse.

– ¿Qué haces? -protestó ella.

– Ponte en pie. El aislante del traje sólo en las botas es lo bastante fuerte para estar en contacto con el suelo. Yo llevaré la puta mochila a partir de ahora.

– No necesito…

Luca no le prestó atención y, tras cargar la mochila de víveres a la espalda, siguió caminando.

Al fin salieron al otro lado y toda la magnificencia del Valle Marineris se abrió ante ellos.

– ¿Has visto eso Luca? -exclamó Jenny, sin poder contenerse.

Grandes nubes de polvo cruzaban la hendedura difuminando a ratos las escarpadas paredes. El viento soplaba muy fuerte. El Sol estaba a mitad del cielo iluminando oblicuamente las paredes. Había largas sombras que trepaban paredes escarpadas y se extendían por el fondo del valle.

– Sí -dijo Luca Baglioni.

– Es… grandioso.

– Es un valle, un valle grande. Venga, sigamos que se nos agota el oxígeno. Creo que es por ahí.

Jenny tardó aún un par de segundos en advertir que Luca había emprendido camino hacia abajo. Le siguió a duras penas. Jenny corrió un poco para alcance y a punto estuvo de caer. Se recuperó jadeando.

– ¿Te ocurre algo?