– No, nada. Te sigo.
– Espera… -Luca la detuvo con la mano levantada y abierta. Con la otra trasteaba en el equipo de comunicaciones-. Creo que tengo conexión. Susana, ¿me recibes?
– … Roger… te recibo…
– ¿Cómo encontraremos la cueva?
– … bajad hasta una zona de neveros, cuidado, no piséis, es nieve carbónica y muy resbaladiza. Allí veréis que no se puede seguir excepto por una altura a la derecha. Allí esta la cueva. Tenéis que entrar dentro y seguid las marcas, las x en el suelo… la primera a la derecha, Allí esta Rodrigo, es fácil… ¿Luca, Jenny?
– Sí, Susana. Te recibo mucho mejor ahora. Fuerte y claro.
– Hay aire pero no dejéis los cascos atrás… Dónde esta Rodrigo hay vacío y…
Luca ajustó un comando y dijo:
– ¿Puedes repetir, Susana? De nuevo hay interferencias…
– … e… aquí… venid…
– Se ha cortado de nuevo -aceptó Luca al cabo de un rato.
– ¿Seguimos entonces?
– No, con esas indicaciones no llegaremos.
– ¿No?
– No, son demasiado vagas… eligiendo mal una sola vez en la bajada jamás encontraríamos la cueva.
– Entonces ¿Qué hacemos?
– Bueno… sólo queda una opción… pero no te va a gustar.
Jenny no dijo nada. No hacía falta espolear a Luca para que te dijese una verdad de las suyas.
– Tendremos que buscar el cadáver de Herbert. Con esa referencia tendremos menos posibilidades de perdernos. Murió un poco antes de que se cortase la comunicación. Tuvieron que encontrar la cueva sólo un poco más allá.
Efectivamente no le gustó la idea. Pero no había otro remedio. Estaba harta de Luca. En realidad -pensó apretando los dientes- de quién estaba harta era de un universo de tantos dilemas insolubles, tantas opciones negativas entre las que elegir sólo la menos mala.
Luca, manejando el radiogoniómetro, descendió buscando el radio faro que llevaba activo el traje de Herbert. Era una medida de seguridad para poder localizar a un astronauta en caso de accidente.
No tardaron mucho.
En una quebrada, apoyado en una piedra, había un cuerpo grande y blanco, ya manchado del polvo marciano.
Luca se acercó a él y lo contempló. Jenny mantuvo la distancia. Se sentía confusa; la visera no les dejaba ver la cara de Herbert, parecía que fuese a levantarse en cualquier momento, y ella sentía la necesidad de agacharse, de tomarle la mano y obligarle a seguir con ellos.
Duró poco, Luca se dio la vuelta y siguió caminando. Jenny le siguió.
– Con esa referencia ya es fácil, evidentemente es hacia abajo.
– Sí.
– ¿No tienes miedo Luca?
– ¿Miedo?
– A…
– Ya. La muerte y esas cosas… Bueno, el universo funciona así. No merece la pena lamentarse mucho. Desde que escuché la alarma supe que estamos muertos. Todo esto no es más que una excursión, un extra. Hay que disfrutarlo. ¿No te parece?
– A veces creo que eres más marciano que este paisaje.
Jenny miró el indicador de oxígeno. El símbolo del 02 parpadeaba. Tiempo de cambiar la botella. Pulsó el regulador para cambiar el flujo de una botella a otra. Todo el rato había sentido un rumor de fondo, mascullaba palabras, sólo cuando el sonido de su respiración se tranquilizó al pararse para efectuar el cambio de botella, advirtió que rezaba. Rezaba continuamente, todo el tiempo, paso a paso, en voz baja.
– Mira -escuchó decir a Luca.
Jenny se detuvo. Era un ventisquero, una zona de sombra que había atrapado nieve carbónica. Aquella era la referencia que Susana les había dado. Luca comenzó a mirar a derecha e izquierda, buscando el paso más lógico. Lo encontró casi en seguida. Subieron a la cueva cuando ya anochecía.
La explanada, extrañamente llana, mostraba claramente la entrada irregular de la cueva. Nada más entrar vieron las huellas, muy claras. Se miraron a través de las escafandras. Y luego comenzaron a bajar.
Enseguida descubrieron las señales en la pared y un poco más adelante… el túnel.
35
– ¿Esto… como puede ser?
Luca hablaba de modo entrecortado. Jenny también estaba sorprendida, pero aceptaba aquello de un modo más natural. Siempre había creído que la vida no sólo habitaba la Tierra.
– Es imposible -siguió diciendo Luca mientras acariciaba las paredes.
– ¿Por qué?
– Es… parece piedra… pero esas marcas…
Caminaron un poco más adentro y las luces comenzaron a brillar de modo gradual hasta iluminar ligeramente el pasillo que parecía perderse en un recodo a treinta metros.
– Es… una máquina -comprendió de repente.
Luca parecía una ansiosa mosca palpando las paredes del túnel, investigando como podía funcionar aquello.
– Sí, es fascinante -admitió Jenny.
– No puede ser… parece antiquísimo ¿De dónde obtiene la energía? Y… mira el manómetro… hay presión y temperatura… sin una esclusa en la entrada… de repente hay aire… no puede ser.
Jenny no miraba las paredes, permanecía extasiada mirando las tenues luces del techo. Había aire… lo que había dicho Susana era cierto, podían sobrevivir. Tema los labios resecos. Necesitaba beber algo. Recordó que Susana también había mencionado el agua…
– Tenemos que seguir Luca.
– Sí…
Jenny nunca le había visto tan desorientado.
Dejó de mirarle y cortó el suministro de oxígeno del traje. Poco a poco se desenroscó la junta de uno de los guantes. Dejó que la presión se ecualizase y comenzó a respirar. Olía a polvo, era un aire poco denso, frío y muy viejo… pero respirable. Terminó por quitarse el casco.
Luca hizo lo mismo. Su mirada había perdido la dureza de otras ocasiones. En realidad no le prestaba ninguna atención. Sus ojos vagaban de un lado a otro.
– ¿Qué ocurre?
– Nada… sigamos.
– ¿Quizá te habías hecho a la idea de que estábamos muertos y ahora te sorprende que Susana no nos engañase?
Luca no respondió, la miró de reojo y comenzó a andar con brusquedad. Jenny le siguió. Caminaron unos metros y, a la vuelta de un recodo casi de bruces, se encontraron con el cadáver de Fidel.
Jenny apartó la vista inmediatamente. Sólo atisbo la carne amoratada, la mirada vacía, dolorida. Se volvió contra una pared mientras Luca se arrodillaba al lado del cadáver.
– Es Fidel. Ha muerto por descompresión.
Jenny, vuelta contra la pared del túnel, respiró hondo. Era doctora, no podía olvidarlo. Se volvió lentamente y vio a Luca mirándola agachado al lado del cadáver. No tenía la sonrisa habitual, sólo la expresión inescrutable y concentrada que exhibía cuando trabajaba intensamente en algún problema.
Fidel estaba recostado en la pared, mirándoles con ojos vacíos. Su cara era una máscara de moratones y churretones de sangre coagulada. Sí, había muerto de descompresión, de eso no cabía duda. Inconscientemente aferró más fuertemente el casco que llevaba en la mano mientras se acercaba. Lo primero que hizo fue cerrarle los ojos. Luego lo exploró rápidamente. No había ni el más lejano rastro de pulso. Sí, era una descompresión. Si hiciera una autopsia encontraría las bolsas de gases en la sangre, los capilares destrozados, los intestinos hinchados y quizá desgarros en los pulmones.
Se levantó inmediatamente.
– Sigamos.
Caminaron a lo largo del túnel. El suelo estaba lleno de marcas de botas y de un cuerpo arrastrado. Las siguieron hasta llegar a un sitio donde había manchas de sangre en el suelo.
Luca la impidió seguir avanzando. Dio un par de pasos mientras silbaba una melodía italiana.
– ¿Qué haces?
Jenny entendió lo que hacía cuando el sonido del silbido comenzó a distorsionarse. Luca estaba entrando en una zona sin aire. La transición era sutil, si se hacía rápido apenas daba tiempo a notarla en los oídos, pero en dos pasos el túnel no tenía aire.