Выбрать главу

Luca dio un paso atrás, y el tono del silbido volvió a ser correcto.

– No entiendo como puede funcionar esto -dijo-. Hay una gradación de densidad, estática, que te lleva a una zona sin presión. Debe haber algo en estas paredes, algún tipo de máquina que inyecta presión de forma local, aunque… si fuera así se formarían corrientes. No lo entiendo.

– Bueno, que no lo entiendas no significa que no esté ahí.

Jenny se caló de nuevo los guantes y bajó la visera del casco.

Caminó observando detenidamente el indicador de presión del traje. Cuando volvió a detectar presión, se detuvo y volvió a quitarse el casco y los guantes. Luca aún seguía en el túnel, investigando las paredes. Tardó un poco en salir de la zona de presión cero y acompañarla en su viaje.

Les fue sencillo avanzar siguiendo las indicaciones de Susana. Había marcado con una equis las desviaciones que llevaban a un callejón sin salida en muy poco tiempo llegaron a un largo pasillo. Había alguien arrodillado en él. Susana no les había advertido de aquello.

– ¿Es Susana?

Luca no respondió, se acercó a grandes pasos, sin dejar de apuntar con la linterna a aquella figura encogida. Jenny vio como se agachaba delante y la observaba detenidamente. Al fin, le hizo señas para que se acercase.

Aquello era un… marciano…

Y en ese preciso momento, sonó la voz de Susana en el intercomunicador:

– Jenny… Luca… ¿Me recibís…?

Jenny, que había dado un salto sorprendida por la voz de Susana, logró tranquilizarse lo bastante para decir:

– ¿Susana?

– ¿Dónde estáis?

– Eh… en un túnel -dijo Jenny-, al lado de una momia…

– ¿Veis la luz? Un poco más adelante está la salida… os espero allí.

Ambos miraron al fondo del túnel. No había luz. Caminaron muy despacio, entre cadáveres resecos que los miraban con ojos vacíos, bocas implorantes. Al final la acumulación fue tal que Jenny cerró los ojos y avanzó a ciegas, dirigida por los pasos de Luca… No podía mirar aquella montaña de momias. Sólo cuando sintió la claridad abrió los ojos.

Aquello era, sin duda, el fondo del Valle, pero no estaba sumido en niebla. Había un techo de nubes lechosas a cierta altura; y entre estas y el suelo, rocas de formas imposibles horadadas por lo que parecían cuevas.

El suelo era pedregoso del continuo color rojo del planeta. Un poco más adelante había una superficie plana. Era agua. Jenny corrió hasta ella y Luca la siguió un poco más lentamente. Se detuvieron asomados al borde. El agua estaba estancada y era un color rojo sucio. ¿Oxido en suspensión o algo peor?

– Se puede beber.

Se volvieron asustados. Era Susana, sin casco, vestida únicamente con el mono interior del traje, la cara convertida en una máscara de suciedad sanguinolenta y los ojos inyectados en sangre.

36

Era de noche y la temperatura había descendido a casi cero grados centígrados. Los tres astronautas habían explorado algunas cavernas. En ellas el frío era menos intenso pero todas estaban atestadas de momias, montones informes de huesos y tejidos resecos.

Al fin, habían vencido sus reparos y habían sacado las suficientes momias al exterior como para hacerse un refugio justo a la entrada.

No se atrevían a explorar más.

– Me duele la cabeza -dijo Susana.

– A ver…

Jenny exploró las heridas de Susana a la débil luz que habían en el túnel. Ninguna parecía estar infectada. Después volvió a refugiarse contra la pared no sin antes mirar hacía el fondo del túnel. Tenían puestos los trajes, eran incómodos pero el aislamiento los convertía en estupendas mantas. Lo malo era que al menor movimiento hacían mucho ruido.

– Debe ser por el dióxido de carbono, hay demasiado en el ambiente -dijo Jenny.

– Es malo.

– Sí, Susana, pero ahora mismo es la menor de mis preocupaciones. El CO: no es tóxico, sólo nos afecta la baja concentración de Oxígeno y la presión. Todo se combina. Sufrimos mal de altura, lo mismo que sufren los que suben al Everest o a montañas muy altas. Está documentado.

Luca permanecía quieto, en un rincón un poco alejado de las dos mujeres, con la cara vuelta hacia el exterior.

– Tenemos que ir pensando en qué vamos a hacer.

Durante un rato, Luca no dijo nada más; y ni Jenny ni Susana añadieron nada a su comentario.

El silencio cristalizó igual que el rocío se escarchaba entre las piedras de afuera llenando el fondo del valle de reflejos cristalinos.

Luca continuó hablando como si lo hiciera para sí:

– Tenía que haber traído una bomba para rellenar los depósitos de los trajes. Ahora no podemos volver a la nave a por más comida, herramientas…

– Hay lo que hay, Luca -Susana se removió haciendo crujir la tela del traje-. Tenemos aire, tenemos agua, algo de calor, refugio. Crecen liqúenes, no hay que desesperar aún.

Jenny intervino con una voz calmada.

– Recordad lo que decía Herbert… al final tuvo razón.

– Herb y su esperanza inútil… no sé qué es peor, morir lentamente o como lo hizo él, a lo grande.

Jenny se incorporó bruscamente como para acercarse a Luca. Luego se lo pensó mejor y volvió a dejarse caer contra la pared. Tenía las manos tan frías que se las frotaba continuamente.

– No voy a empezar otra vez, Luca, estoy muy cansada y tengo frío.

Luca, como respondiendo a esas palabras, salió de la cueva. Las dos mujeres se miraron sin apenas verse. Al poco Luca volvió con un montón de algo reseco que puso en la parte exterior de la cueva. Luego se acercó al botiquín de Jenny.

– ¿Qué haces?

– Un momento.

Luca tomó algo del botiquín y se acercó al pequeño montón. Arregló unas piedras de forma enigmática y, después se agachó. Susana y Jenny vieron un destello rojizo y luego una llama amarillenta que flameó un instante y luego se redujo hasta un pequeño tamaño. Al poco un pequeño fuego ardía a la puerta de la cueva.

– Nunca se me hubiera ocurrido darle ese uso a mi bisturí láser portátil. -Comentó Jenny.

Susana y Jenny se acercaron a las llamas… El calor era como oro rojo corriendo por la piel de la cara. Movieron las manos sobre las llamas. Al tiempo que sus capilares superficiales se calentaban y transmitían ese calor al resto del cuerpo, comenzaron a sonreír.

Se sentaron cerca del fuego. Las llamas los iluminaban. Tenían las caras arrasadas por el cansancio y las heridas, sucias de sudor y polvo marciano y los ojos eran muescas negras y febriles.

Jenny, al rato, dejó de sonreír y comenzó a hablar en voz baja.

– No sé si es buena idea este fuego. Con tan poco oxígeno se producirá mucho monóxido de carbono en la combustión.

– Apártate si tienes miedo -dijo simplemente el hombre.

Ninguna de las dos mujeres volvieron la vista hacia Luca. Este tampoco se había molestado en levantar los ojos del fuego.

– Tiene razón, Jenny -dijo Susana-, tenemos tan pocas opciones… nos pueden matar tantas cosas que tenemos que correr algún riesgo.

– Y aún así…

– ¿Aún así qué Luca?, dilo claramente. Me vas a contar otra vez el rollo de las frías ecuaciones, me vas a decir que no podemos hacer nada por que ya estamos muertos. Mira a tu alrededor. Hay aire Luca, respirable, y si hubieras colaborado en traer más comida, hubiéramos podido sobrevivir sin problemas.

Jenny sentía la sangre tan caliente como las llamas. Había mucha rabia, toda la frustración del universo en su voz.

Luca levantó la vista del fuego y la miró a través de las pequeñas llamas. Sus ojos eran carbones encendidos en medio de una cara que eran todo negrura, barba sucia y una mata de pelo rebelde y apelmazada. Susana sintió algo de miedo, pero Jenny no, Jenny sólo lo miraba tan intensamente como él. Al fin Luca se levantó y se alejó de las dos mujeres.

Durante un rato ninguna dijo nada. Luego, cuando el fuego había perdido algo de su fuerza, habló Susana.