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– Jenny, nos queda mucho que pasar, deberíamos controlarnos.

– Es que… no puedo soportarlo. Tiene una mente privilegiada… pero se puede equivocar, se ha equivocado de hecho. Si tan solo le entrase en la cabeza que hay posibilidad de sobrevivir puede que lo consiguiésemos, pero como sus cálculos le lleven a la conclusión de que no hay nada que hacer… no tenemos esperanza. Se negó a ayudarme con la comida porque no creyó que pudieras estar viva. Eso no se ajustaba a sus cálculos.

– Sí, porque esos liqúenes no son comestibles… -musitó Susana.

– Son extraterrestres, lo más probable es que ni siquiera tengan los mismos aminoácidos que la vida en la Tierra. Investigaba eso cuando tuvimos la fuga en la Belos. ¡Maldito estúpido!

Al rato el fuego comenzó a descender lo suficiente como para que el frío de la noche comenzase a morder de nuevo, esta vez con furia renovada.

– Tendremos que volver a la cueva.

– Sí. ¿Con qué habrá alimentado al fuego?

– ¿Liqúenes?

– No creo que ardan con facilidad…

– ¿Entonces?

Susana miro por un instante a Jenny, luego al fuego buscando reconocer la sustancia que ardía.

– ¿No será…?

Al momento vieron aparecer a Luca. Caminaba pisando fuerte, removiendo las gravas del suelo a cada paso. Bajo un brazo llevaba un torso de momia marciana, y bajo el otro una gavilla de brazos y piernas tiesos y resecos, manos que imploraban como las víctimas de un holocausto. Se paró delante de los rescoldos y comenzó a desmenuzar su carga y alimentar el fuego. La carne momificada chisporroteaba y crujía antes de comenzar a arder, olía a viejo, un aroma extraño no del todo desagradable. Al rato levantó la vista y vio la mirada atónita de las dos mujeres.

– ¿No querías sobrevivir? Todo vale a la hora de la supervivencia. Hay mucho combustible en este valle y no se puede desperdiciar.

37

A la mañana siguiente consumieron algunas de las provisiones que Jenny había cargado desde la nave. Eran en su mayoría raciones de emergencia y verduras deshidratadas, muy calóricas y ricas en fibra pero con cierta deficiencia en proteínas y vitaminas.

Jenny revolvió un momento en su maletín. Susana la miró mientras masticaba un trozo de una barrita de chocolate.

– ¿Qué buscas?

– Tendremos que usar complementos vitamínicos. En el botiquín tengo algunos pero no sé para cuanto tiempo nos bastarán.

– Ese no será el problema -dijo Susana-. Ni siquiera racionando esta comida con cuidado lograremos que nos dure un par de años.

– No -admitió Jenny, mirando desesperada las escasas provisiones que había cargado con tanto esfuerzo-. Aquí apenas disponemos de alimentos para unas semanas…

Y se volvió para mirar con furia a Luca, que trasteaba con el módulo de mantenimiento de su traje.

– Voy a construir un compresor -informó sin levantar la vista de la cubierta abierta de la mochila.

– ¿Cómo?

– Aún no lo sé, pero es evidente que necesitamos volver a la Belos.

– Bueno, Susana y yo exploraremos un poco los alrededores. Lo mismo hay un MacDonald's a la vuelta de cualquier roca de estas… siempre me han parecido establecimientos y comida marciana.

Susana y Jenny comenzaron a andar por el fondo del mayor cañón de todo el Sistema Solar. El manto de nubes seguía tan espeso como el primer día. No se veía el Sol y el aire tenía una luminosidad lechosa, como de día de tormenta. Pegadas a las paredes de roca había formaciones, torres, contrafuertes plagados de aberturas que ni ellas ni Luca habían sabido adivinar si eran naturales o artificiales.

Caminaron hacia el norte. En el suelo del Valle se alternaban zonas despejadas, pequeños lagos rojizos o azulados y montones de piedras irregulares. En las zonas despejadas y en las riberas de los lagos crecían praderas de líquenes de diversas tonalidades de rojo y azul.

Las agrupaciones rocosas eran muy escasas en la zona a la que había desembocado la cueva, sin embargo según avanzaban se hacían más espesas y menos frecuentes las praderas o los lagos.

Susana fue la primera en darse cuenta.

– ¿Has visto?

– ¿Qué? -preguntó Jenny-¿El MacDonald's? -No… es extraño. Hay líneas rectas y curvas muy regulares en estas rocas. No parecen naturales.

Investigaron una de esas agrupaciones. Susana dibujó la planta de aquello en su pad. Tenía forma de pera, sin simetría. Sin embargo, en la parte interior había algo así como un tabique recto que dividía la formación en dos mitades asimétricas. Se rascó la cabeza con el lápiz óptico…

– Aún me duele la cabeza… pero… no sé… ¿Podría ser una casa?

– ¿Y la puerta…? Si esto es el muro exterior… no hay puerta.

– Pues… no sé. Puede que se entrase por el techo, sucedía así en las viviendas de los dakota, y en las ciudades neolíticas de la Anatolia.

– Vamos a mirar a ver si hay restos de algo más reconocible. A mi me sigue pareciendo un montón de rocas.

Superaron el murete exterior, roto y mellado en muchas partes, y dentro deambularon un rato.

Encontraron la inscripción y el pedazo de metal casi en el centro de la formación. La inscripción estaba en una losa enorme que parecía de un tipo de piedra diferente a la de la formación, más oscura, muy parecida a la roca del túnel. El dibujo era irreconocible, abstracto para sus mentes terrestres. El metal era como una cabeza de gruesa tubería que surgía del suelo al lado de la placa. Remataba en una protuberancia bulbosa y una boca cegada.

– ¿Qué…?

– Ni idea.

Tocaron el metal, estaba ligeramente caliente.

– ¿Y sí fuera un grifo…?

Manosearon la bulbosidad con esa intención pero era algo sólido, sin mecanismos. Tan enfrascadas estuvieron en aquella cosa que no advirtieron las momias hasta que Jenny piso una de ellas inadvertidamente. Se desinfló en un horrible quejido de tejidos rotos y polvo. Colocadas en forma circular alrededor de la protuberancia, estaban en mucho peor estado que las de los túneles, apenas quedaban de ellas restos reconocibles.

– ¿Qué narices ha pasado aquí?

– No lo sé pero me pone la carne de gallina. Sigamos avanzando.

– Con que encontrásemos comida seria suficiente.

– Quítate eso de la cabeza Susana, esto es Marte, nada de aquí es comestible, como mucho podemos aspirar a que no sea venenoso y sólo pase por nuestros sistema digestivo dejándolo intacto.

– Pero… estamos condenados entonces… a largo plazo al menos… aunque traigamos cosas de la Belos no nos duraran para siempre.

– Bueno, si consiguiésemos las semillas y esporas de los experimentos hidropónicos podríamos cultivarlas usando los líquenes como abono. Si las semillas y los hongos se adaptan claro. Es una incógnita… pero una incógnita con cierta esperanza.

Continuaron caminando. Les fue evidente que se estaban internando en una especie de ciudad cuando las formaciones rocosas en ruinas dieron paso a auténticos edificios de muchas plantas, complejas estructuras que sólo tras contemplarlas mucho rato se comenzaba a interpretar como algo no natural. Algunas de ellas habían caído y yacían en montañas de cascotes, otras teman grandes secciones derruidas que dejaban ver un interior horadado en cámaras irregulares y pasillos sin aparente orden.

Las calles marcianas no parecían rectas, eran más bien un fluir que recordaba al meandro de un río. En cada isla crecía una aguja esbelta o gruesa que se unía en las alturas por arcos de piedra.

Pero eso no era lo más extraño. En las plazas irregulares que se formaban en el converger de algunas calles había pozas circulares, pequeños corrales de mampuestos rocosos completamente atestados de cadáveres.

En medio de aquellas tumbas circulares siempre había un grifo bulboso y metálico.