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Jenny se sentó mirando a Luca esforzarse, desganada, sin ánimo, cansada como nunca se había sentido en su vida. Pero al poco sucedió algo, la niebla fue cediendo, los contornos del fondo del valle se fueron definiendo cada vez más. En poco tiempo la niebla se había marchado… y con ella la capa de nubes que bloqueaba la visión del cielo de Marte. Allí estaba de nuevo la claridad rojiza del cielo marciano y el Sol brillando alto. Sin las nubes se apreciaban las escarpadas paredes del valle Manneris crecer en una pendiente pronunciada. La sensación de estar en una angosta grieta era mucho mayor, a pesar que las vistas se habían ampliado notablemente.

– ¿Qué ha sucedido?

– No lo sé, Luca. Algún fenómeno atmosférico local. Quizá la capa de nubes es algo periódico.

Susana había salido de la cueva y entrecerraba los ojos mirando al pequeño y débil brillo del Sol.

– Deberíamos tener cuidado. Los ultravioletas deben llegar enteros hasta aquí.

– Hay algo de protector solar en el botiquín -dijo Jenny mientras corría a buscarlo.

Un poco después, Jenny repartía dosis del protector. Se untaron con él la piel expuesta.

– No sé si es mejor estar sin o con las nubes -comentaba la médico-. El sol nos viene bien, necesitamos la luz para metabolizar calcio, pero me preocupan los UV. No tenemos más protector.

– A mi los rayos esos es lo que menos me preocupa -dijo Luca.

Jenny estuvo a punto de replicar. Aún no habían desayunado y la falta de glucosa en sangre la volvía muy irritable. Sin embargo se contuvo y dejó a Luca trastear con su pequeño invento.

Susana avanzó hacia el lago, a menos de trescientos metros de donde tenían el campamento.

Jenny la vio caminar vacilante hasta que se quedó como paralizada mirando al suelo. Se levantó y comenzó a andar es esa dirección.

– ¿Sucede algo, Susana?

– ¡¡Eh!! ¡¡Mirad!! -gritó ella llena de excitación.

Jenny corrió hasta donde su compañera se agachaba ya para mirar más de cerca. Se dio cuenta casi enseguida. La pradera había cambiado de color, ahora no era rojiza, sino morada.

«Algo tiene que ver con la niebla y esos ruidos nocturnos…» -pensó sin detenerse.

Al fin llegó al lado de Susana. Esta le indicó con la mano un bulbo en el suelo. Era apenas una masa globular de metal que se estaba enterrando lentamente. En el tiempo que estuvieron mirando terminó de desaparecer entre los liqúenes ahora de color malva.

– ¿Qué es eso?

– Ni idea, pero se parece mucho a los grifos.

Volvieron lentamente, hablando entre las dos. Cuando llegaron al campamento de nuevo Luca mordisqueaba una ración.

Jenny sintió la sangre agolpársele en la cara.

– Luca… -tragó saliva para contenerse-. Soy yo quien reparte las raciones…

– Ya, pero era la hora y no estabas.

Jenny hizo ademán de coger una piedra del suelo, había odio en su gesto, ira fría en sus ademanes violentos. Susana la detuvo.

– Tranquila Jenny… tranquila. No merece la pena…

Al fin se tranquilizó lo bastante como para tomar su ración y la de Susana. Luego miró durante un instante a Luca, que mordisqueaba despreocupado, y se marchó caminando rápido.

Susana se sentó trabajosamente en frente de Luca. Mordió de su ración y durante un rato no dijo nada, sólo lo miró sin emoción ninguna en el rostro. Luca mantuvo su actitud un tiempo, pero al poco comenzó a inquietarse, a desviar la vista. Fue entonces cuando Susana le habló.

– Luca… el tiempo de las provocaciones y los juegos ha terminado. Ahora no hay sirio para nada de eso. No lo había ya antes. Ya te libré una vez de Herbert, ahora acabo de volver a hacerlo. Es la última vez. -Luca fue a protestar, pero miró a los ojos azules de Susana y se lo pensó mejor-. Sigo siendo la comandante de la misión, aunque ya no haya misión y ni siquiera sepamos si vamos a sobrevivir. No voy a tolerar ni una estupidez más, ni una. Si soy yo la que decido actuar no te vas a librar como hasta ahora.

Luego se levantó y dejó a Luca sentando en cuclillas, con la barba manchada de miguitas y la boca abierta.

Jenny respiraba profundamente. Sentada en una roca, a pesar del hambre, del dolor de cabeza que se estaba convirtiendo en algo crónico, se sentía bien, bañada por los rayos del sol por primera vez desde que se inició el viaje. Sintió los pasos acercarse. Supuso correctamente que era Susana. Se sentó a su lado, mirando a las ruinas de la ciudad que antes habían interpretado como contrafuertes rocosos. El sol hacía brillar los edificios iluminando la inmensa gama de ocres y rojos que resbalaban sobre las formas ahusadas dibujando líneas quebradas sobre puentes y galerías elevadas. Con tanta luz se apreciaba mejor su tamaño, que de todos modos no era nada comparado con los muros inmensos que los rodeaban y que crecían hasta los 4.000 metros de altura.

– Es algo fascinante.

– Sí -admitió Susana.

– Aún no sabemos qué pasa, por qué ha desaparecido la niebla, por qué ha cambiado de color la pradera, por qué esos grifos.

– No, y deberíamos intentar saber más, cualquier cosa nos puede ayudar a sobrevivir.

Siguieron mirando el paisaje en silencio. Poco a poco notaron cómo se desprendía una bruma sutil del suelo. La bruma se hizo niebla, creció en poco tiempo, y, también en poco tiempo, se elevó y comenzó a formar una nueva capa de nubes.

– Ahí tienes tu capa de nubes Jenny, ha regresado.

– No entiendo nada. Parece un ciclo ecológico, y no dudo que mantenido artificialmente, seguramente por aquel edificio enorme que vimos, pero ¿cuál es su objeto? Quizá reproduce las condiciones primitivas de Marte, ciclos de nubosidad intensa con cortos periodos de luz solar.

– Podría ser, pero hay que tener cuidado, esto es Marte, no la Tierra, nada tiene por qué ser igual. Nuestras suposiciones tienen que basarse en hechos firmes.

– Es cierto.

Pasó algo de tiempo, ninguna de las dos dijo nada. Al fin Jenny se bajó de la piedra en que estaban sentadas.

– Voy a investigar uno de esos marcianos -dijo, mientras se dirigía hacia la salida de la cueva.

40

El material de estudio abundaba. Apenas se habían fijado en ellos, los tres habían pasado deprisa por el tramo final del túnel un poco espantados de aquella acumulación siniestra.

Con calma y muy despacio, las dos mujeres fueron enfocando las linternas hacia las hileras de momias marcianas. Hacia el interior las momias estaban recostadas contra las paredes. Cerca de la salida había hileras de cadáveres amontonados para dejar justo el paso hacia el exterior. Y era así en todas las cuevas.

Los cadáveres estaban en un estupendo estado. Quitando las partes blandas, todos los cuerpos parecían enteros, secos y momificados normalmente en una postura sedente, o encogida.

Jenny y Susana eligieron tres, uno grande, otro que parecía un niño por el tamaño y otro más grueso que los otros y los sacaron afuera. Los extendieron sobre la arena y procedieron a estudiar los cadáveres.

– Lo sorprendente es que tengan huesos, que sean bípedos, y simétricos -dijo la médico-. Nunca hubiera imaginado que un marciano se nos pareciese tanto.

– Sí, no parece lógico. ¿Evolución paralela quizá?

– No sé, no lo veo normal, las condiciones nunca hubieran podido ser similares, o sí, no lo sé. No me imagino unos protomarcianos subidos a las ramas de árboles.

– No sabemos mucho del pasado de Marte -aventuró Susana-. Quizá en una época anterior sí hubiera sido posible.

Jenny comenzó a abrir la carne muerta con un bisturí, dejando expuesta la estructura interna de los miembros.

– Mira las rodillas, no se parecen en nada a las nuestras.

– No veo la diferencia.

– La rotula, fíjate, es curiosísimo. Esas rodillas no tienen punto de anclaje en vertical como las nuestras, giran 180 grados, no 90.

– Y… ¿eso cómo puede ser… y… para qué les serviría?