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– Ver andar a uno de ellos debería ser algo muy… divertido.

Jenny siguió investigando los miembros. Eran muy delgados y las fibras musculares parecían débiles, escasas y en una disposición extraña.

– No parece que fuesen muy musculosos -comentó Susana.

– No lo necesitaban, recuerda que aquí la gravedad no es tan fuerte como en la Tierra. Sin embargo estos huesos sí son fuertes. Voy a cortar uno.

El láser brilló un instante y Jenny levantó el hueso seccionado. El corte mostraba claramente que no tenía médula.

– Qué raro, no hay estructura interna, es algo macizo, como si creciese por acumulación de capas exteriores y no de dentro afuera como los nuestros. ¿Qué explicación tiene esto?

– A mí no me mires… sólo soy piloto.

– Sigamos. Miedo me da mirar los órganos internos.

– ¿Tendrá?

Jenny rajó de arriba abajo el abdomen. Susana miró brevemente las órbitas vacías del marciano como esperando que protestase ante aquella violencia, pero llevaba muerto demasiado tiempo como para decir nada.

Dentro del pecho del marciano no había casi forma de saber como había estado organizado su organismo. Sólo quedaba polvo, huesos y láminas ajadas, deshechas.

– Vaya, así no hay manera -dijo la médico-. Para ver algo de la estructura de las partes blandas habría que hacer una tomografía.

– Sí.

Jenny profundizó en aquella masa de polvo gris sin encontrar nada de mención, sólo la columna vertebral, que terna muy pocas vértebras a diferencia de la humana.

– Unos tíos estirados los marcianos -bromeó Jenny-. Con esa columna vertebral seguro que iban siempre erguidos.

Ambas rieron como niñas. Cuando superaron la hilaridad, Jenny comenzó a seccionar el cráneo por la mitad. Tenía una forma ovoidal y nada más abrirse gracias al limpio corte del láser quirúrgico vieron que la estructura interna estaba compartimentada en multitud de cavidades comunicadas.

– Asombroso -dijo Jenny.

– ¿Qué es esto?

– No lo sé, pero parecen cavidades cerebrales -la mujer sacudió la cabeza-. Es un cerebro compartimentado. No imagino la ventaja de ello. Mira, cada cavidad tiene comunicaciones con el resto.

– Humm…, estructuralmente eso lo haría un órgano muy fuerte -dijo Susana-. Esos pequeños nódulos, encapsulados en hueso aguantarían muy bien aceleraciones y golpes, no como el cerebro humano, propenso a aplastarse contra la bóveda craneana a la primera de cambio.

Jenny rebanó secciones de cráneo y fueron siguiendo las cavidades que se iban intercomunicando en una espiral creciente parecida a la del interior de los nautilos. En el centro de la espiral había un hueco más grande que el resto.

– Ajá, seguro que aquí estaba el cerebro nodular, la parte primigenia, el equivalente a nuestro mesencéfalo.

– Sí, pero… ¿y ese canal?… -señaló Susana.

Partiendo de esa cavidad había un canal recto y muy limpio que atravesaba las cavidades y salía justo por el paladar del marciano.

Jenny tomó la sección del cráneo y se la acercó. Luego tomó un horóscopo del maletín, un artefacto formado por un monitor de 5 pulgadas y un tubo de fibra de vidrio con iluminación y lentes de aumento en la punta. Lo pasó por el conducto sin perder detalle de lo que aparecía en el monitor.

Susana miraba por encima del hombro de la médico sin entender muy bien aquellas imágenes aumentadas.

– Mira estas muescas -musitó Jenny.

– Ya las veo.

– ¿No te parece raro?… muescas circulares.

– Bueno, todo es raro en estos marcianos.

– Sí, raro pero natural… menos esto -afirmó Jenny-. Este canal ha sido horadado mecánicamente, por una broca o algo así.

– ¿Cómo?

– Sí, no hay duda. Si hubiera sido un láser las marcas sería de otro manera. Si hubiera sido natural no habría marcas.

Susana se sentía muy confusa por todo aquello.

– Y… ¿Con qué objeto? -preguntó.

– No lo sé -admitió Jenny-. Desde luego esta cavidad central a la que accede el taladro parece un sitio vital.

Susana, se aproximó a los otros marcianos. Se quedó con la mandíbula inferior en la mano al intentar abrirles la boca, pero le dio igual. Los otros dos cadáveres también tenían un agujero en el paladar.

– Esto es… horrible -musitó.

– Bueno… no lo sabemos… no tenemos ni idea de por qué, no podemos juzgar.

Terminaron la autopsia en silencio. De repente a Jenny los misterios le parecían menos apetecibles. Marte les había mostrado algo de su extrañeza, apenas un atisbo, y ya estaban completamente desorientados.

No tenían forma de enfrentarse a aquello, de entenderlo aunque fuera mínimamente. Era demasiado extraño.

Y les rodeaba, tenían que sobrevivir allí.

Pero cuanto más investigaban más conscientes eran de que no sabían nada en absoluto de aquel lugar.

41

Luca manejaba las tuberías y los depósitos de aire vacíos con dedos torpes a causa del frío. Le costaba concentrarse, el hambre y el dolor de cabeza, que se estaban convirtiendo en crónicos, añadían dificultad a la tarea.

El sistema que había diseñado era muy simple, debería funcionar pero no estaba seguro. Disponía sólo de los compresores diminutos que introducían el aire a presión en el filtro de carbono activo del sistema de soporte vital de los trajes. Eran capaces de proporcionar un aumento de presión de sólo una o dos atmósferas. Era muy poco, pero Luca había pensado que bastaría si se empleaba acumulativamente.

En el armazón que había construido uniendo huesos marcianos para sujetar los depósitos, el aire entraba por un lado, se comprimía un par de atmósferas y se acumulaba en un depósito. De ahí, por una salida dotada de una válvula de no retorno, el aire pasaba a otro motor que comprimía otras dos atmósferas.

Había podido montar cuatro escalones -no tenía más motores-, que le proporcionaban en el depósito final 8 atmósferas.

No era casi nada, con esa presión disponía de aire en el depósito sólo para diez minutos, necesitaba 200 atmósferas para poder tener una autonomía de dos horas, y de varios depósitos para poder alcanzar la Belos.

Por tanto en cuanto el cuarto depósito alcanzó las cuatro atmósferas de presión, cosa que Luca advirtió por el manómetro que la botella tenía acoplado, detuvo el proceso y colocó ese depósito al inicio de la cadena. Al entrar el aire ahora a 8 atmósferas, el sistema la elevó hasta las 16.

Era muy lento, pero en 50 pasos llegaría a las 200 atmósferas; 50 cambios de depósitos, más de veinte horas que debería permanecer vigilando el proceso, cambiando botellas cada 24 minutos.

Era agotador pero no había encontrado otro modo de hacerlo.

Cuando inició el procedimiento tenía muchas dudas. Los compresores eran miniturbinas alimentadas por un motor eléctrico de alto rendimiento, pero no estaban diseñadas para trabajar con flujos de aire a tanta presión. Las juntas, los tubos que usaba tampoco sabía si aguantarían. Estaba superando ampliamente las presiones de diseño de muchos componentes. Confiaba en los márgenes de seguridad usados, no obstante se mantenía muy atento a cualquier fallo en la cadena de elevación de presión.

Se sentía incómodo. Era una apuesta y a Luca no le gustaba jugar, le gustaba ganar. Pero la opción era aún peor, el hambre y luego… mejor no pensar en ello.

Jenny y Susana se sentaron junto al fuego. Luca levantó la vista de su armazón, vigilando de reojo el manómetro de la última botella, marcaba 40 atmósferas. Todo parecía ir bien. Sonrió.

– ¿Estáis relajadas? -les preguntó-¿Ya os habéis cansado de admirar el paisaje?

Ninguna de las dos mujeres respondió, miraban al fuego con aire ausente. Luca siguió hablando:

– Deberíamos discutir lo de las raciones. No me parece justo tal y como están repartidas ahora.