Jenny levantó la vista.
– ¿Qué quieres decir? -le preguntó-. Es un reparto a partes iguales.
– Precisamente por eso.
– Luca -dijo Susana suspirando-. ¿Dónde quieres ir a parar?
– Yo me estoy dejando la piel aquí y vosotras dos pasáis el tiempo dando largos paseos como si estuvierais en la Riviera -Luca soltó una risita-. No me parece mal, pero si yo trabajo más, debo disponer de mejores raciones. Me duele la cabeza y es por el hambre.
– Te duele la cabeza por la falta de presión, Luca -dijo Jenny.
– Es igual. Has establecido unas raciones demasiado escasas. Igual son suficientes para vosotras, pero yo necesito más para vivir.
– Con las vitaminas, son suficientes también para ti, Luca -le aclaró Jenny.
– Tengo hambre.
– Por supuesto -dijo Susana-, el estómago te pide más comida, pero tienes que acostumbrarte a superar eso.
– Pero mi desgaste…
– Es semejante al nuestro -le cortó Jenny-. También hemos trabajado, aunque tú no te hayas molestado en enterarte.
Luca hizo una mueca burlona y preguntó:
– ¿En serio? ¿Y qué habéis estado haciendo?
– Hemos investigado las momias -explicó Susana-.Jenny les hizo una autopsia.
Luca permaneció boquiabierto durante un largo rato antes de decir:
– ¿En serio?
– Sí -dijo Jenny.
– Y… -carraspeó Luca-; puedo preguntar… ¿Con qué objeto?
Jenny iba a responder, pero Susana le hizo un gesto para que se calmara y fue ella la que le habló a Luca.
– Supervivencia. Debemos averiguar todo lo que podamos de este entorno. Eso favorecería nuestras posibilidades de sobrevivir, ¿no crees?
– Es posible -dijo Luca-. ¿Y habéis averiguado algo interesante? Para la supervivencia, quiero decir.
– No -admitió Jenny-. Para ver la estructura interna de los órganos necesitaría una resonancia magnética.
– Ajá. ¿Y… la anatomía exterior, los huesos?
– Bueno, ahora tenemos más preguntas que respuestas. Resumiendo, tienen un ángulo de rotación en la rodilla de 180 grados, músculos lisos y largos, los brazos giran menos que los nuestros y las manos son mucho más delicadas y grandes.
Jenny se detuvo durante un instante. Susana continuó.
– Y luego está el tema del agujero en el paladar. Todas las momias tienen un agujero que va del paladar a una cavidad en el centro del cerebro.
– ¿No es natural? -sugirió Luca-. Quizá sea la lengua o algo parecido.
– No, es un orificio -dijo Jenny-. Al microscopio se ven las astillas.
Luca miró el manómetro de una de las botellas. Ajustó una válvula con mucho cuidado y volvió a mirar a las dos mujeres. Un retortijón en el estómago le hizo vacilar antes de hablar.
– Suena a asesinato ritual. ¿No?
Jenny tardó un poco en responder.
– No podemos suponer mucho. Esto no es la Tierra. Hay tantas incógnitas.
– Apuesto a que todos tienen agujeros -dijo Luca con seguridad.
– Todos tienen -admitió Susana-, las momias de los túneles, las que están tiradas por ahí, todas. ¿Tienes alguna teoría, Luca?
– Bueno, está claro, hacen falta más datos pero…
Se escuchó un silbar muy fuerte y Luca se abalanzó sobre una de las botellas y cerró una válvula.
Estaba llena. Detuvo los compresores y les hizo un gesto a las mujeres de que hablarían más tarde.
Luego se dedicó durante diez minutos a cambiar trabajosamente botellas de sitio. Sonrió cuando al peso ya se notaba que aumentaba la cantidad de aire en su interior. Después volvió a activar los compresores. El sistema continuó funcionando. Sonrió y plantado de pie, con las manos en las caderas, desafiante, levantó la vista. Pero las dos mujeres ya no estaban allí.
Caminaban lentamente hacia la ciudad. A cada paso que daban, Susana se hacía más consciente de lo débil que se sentía.
– ¿Tú crees que las raciones son suficientes?
– No, no lo son. Estamos consumiendo nuestras reservas de grasa. ¿No notas cómo olemos un poco a acetona? Estamos segregando cuerpos cetónicos en la sangre ya que los lípidos normales no pasan la barrera hematocefálica del sistema nervioso. Eso es mala señal. Cuando hayamos consumido toda la grasa, el cuerpo comenzará a metabolizar proteínas, tendremos un alto riesgo de lesiones cerebrales.
– Joder, si lo sé no te pregunto.
Jenny sonrió, Susana también.
– ¿Qué quieres? Es así.
– ¿Crees que la máquina de Luca funcionará?
– Eso espero. Las cosas que traje de la Belos nos durarán sólo tres semanas más.
Caminaron entre las calles marcianas, orientándose en el camino hasta el edificio que querían investigar.
Llegaron a su pie y elevaron la vista, casi alcanzaba la capa de nubes. Era una masa amorfa, extraña, que desafiaba su comprensión.
– Se me ha ocurrido una idea. ¿Ves ese edificio que tiende un puente hasta este?
– Sí.
– Pues tiene entrada. Si conseguimos ascender podemos llegar al otro.
– Es buena idea.
Se acercaron al edificio que mencionaba Susana. En la parte baja tema una entrada con el mismo aspecto que las cuevas, paredes curvadas y un techo plano.
Entraron con precaución. La piedra en la que estaba construido parecía mucho mejor conservada en el interior que el exterior, de hecho se distinguían a la perfección todos los relieves y dibujos que adornaban las paredes.
Y, como en los túneles, nada más entrar las luces se activaron e iluminaron el pasillo. Esta vez no eran luces débiles y frías, sino potentes focos de colores pastel que iban variando su color a lo largo del pasillo. Al estar la luz apagada la pared había parecido gris, semejante a los túneles. Pero, al ser iluminadas, los relieves tomaron una compleja trama de colores entremezclados que además variaba con una suave transición casi hipnótica.
– Esto también funciona -musitó Jenny, hablando con una respetuosa voz baja.
– Ya veo. Es sorprendente. No entiendo como pudieron hacer máquinas como ésta y después extinguirse.
Avanzaron pasillo adelante. A derecha e izquierda había oquedades y habitaciones sin ventanas, completamente vacías, menos algunas de ellas, llenas de momias amontonadas.
Lo comprobaron por curiosidad, todas tenían el agujero.
– ¿Te has fijado Jenny?
– ¿En qué?
– Todas estas momias miran en una dirección. Es como si hubiesen muerto de pie, mirando a algún punto, y luego hubieran caído de cualquier manera.
– Tienes razón. Y… ¿adonde miraban?
– Pues… parece que en aquella dirección… justo a aquel…
– … Grifo.
Se acercaron. En la pared había un grifo, una de aquellas excrecencias bulbosas de color acerado y ligeramente caliente.
Jenny intentó imitar la postura de uno de los marcianos caídos cerca del bulbo.
– Como afuera, estaban alrededor del bulbo este… Así. Lo que no sabemos es si fueron colocados así o murieron de esta manera…
– ¡Cuidado!
Susana se echó encima de Jenny y las dos cayeron contra el suelo levantando una capa de polvo.
Jenny se volvió debatiéndose furiosamente, pero se paralizó cuando observó como una delgada barra de vivo color azul se introducía lentamente dentro de la masa metálica.
– ¿Qué? -Jenny estaba aterrorizada. No entendía nada.
– Vi deformarse la superficie del metal antes que se… disparase…
Susana apenas podía respirar. Se tendió sobre el polvo esperando que su corazón se tranquilizase. Jenny, a su lado, tendida, seguía mirando aquella acumulación globosa con ojos desorbitados.
– Pero… ¿Qué ha sucedido?
– Casi acabas como un marciano… -Susana se apretó el pecho como si quisiera contener los furiosos latidos de su corazón. Le faltaban las palabras.
Jenny se levantó sacudiéndose el polvo. Fue a acercarse al grifo pero se detuvo en el ademán, y comenzó a alejarse hacia la puerta sin volverse.