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Al poco Luca acudió al fuego sin una palabra. Tomaron sus raciones mientras oscurecía. Muy pronto se hizo de noche y el descenso de temperatura hizo muy agradable la compañía del fuego.

– ¿Qué vamos a hacer ahora?

– Comernos al conejo.

– ¿Cómo…?

– El conejo… ¿no me digáis que no lo habéis visto?

Jenny sonrió torciendo el gesto.

– Quizá sea una buena forma de suicidarse, sí, y dejar de sufrir. Ese conejo, como lo llamas, seguro que es venenoso, como los líquenes, como todo en Marte.

Luca miró a Jenny. El brillo de sus ojos era sobrenatural. Luca siguió hablando sin dejar de mirarla.

– Pues no tenemos otras opciones. Sólo eso o acudir a por Fidel.

– ¿Cómo?

Jenny y Susana se removieron en sus asientos Jenny sintió una oleada de algo físico, una contradicción que se hacía una bola sólida de angustia en el centro del pecho.

– No necesito explicarme, ¿no?

– ¿Estás loco?

– Seguramente, pero ya no soporto más el hambre, este dolor de cabeza, el frío en el estómago, los retortijones.

Jenny apretó las manos hasta que las uñas la hicieron daño en las palmas. Habló llena de furia, luchando por controlar ese conflicto interior. Quería vivir pero no podía aceptar aquello.

– Si haces eso… te mato.

– Quizá no fuese mala idea… cuando se acabe Fidel… ¿qué comerás Luca?

Susana removía el fuego con una tibia marciana ennegrecida. Jenny y Luca la miraron.

– No es una solución, en absoluto.

– ¿Y cuál es la solución, comandante?

Luca había pronunciado «comandante» con la misma intensidad de un insulto. Susana levantó la vista. Ambos se miraron. Luca era todo desesperación, la fuerza de una situación irremediable, un solo camino terrible. Susana apretaba la mandíbula hasta que líneas de tensión dibujaban los músculos bajo la piel. Jenny, al borde del desmayo, se agarró a esa mirada azul y limpia, fría y firme como el metal. No era la solución, quizá no había solución, pero había aún algo que llamar humano en ellos.

44

Al día siguiente se repitió el mismo proceso que habían contemplado en cada amanecer en el fondo del Valle.

Vieron como el Sol ascendía por el cielo limpio y transparente. Un azul que se transfiguraba en rojo, y este en amarillo anaranjado.

Y los grifos bulbosos y metálicos que aparecían por todas partes para soltar aquella bruma espesa y protectora.

Casi no habían hablado desde la noche, apenas podían mirarse a los ojos. Susana le había sugerido que visitase las ruinas, quizá él encontrase alguna utilidad en aquellas extrañas maquinarias. Luca se internó en una de las viviendas acompañado por Susana y Jenny. Contempló el anillo de momias y el grifo metálico brillando en el centro. Las esperanzas parecían no morir nunca.

– ¿Queréis decir que si me acuclillo frente a esa cosa, adoptando la posición de las momias…? -empezó a preguntar Luca.

– Sería una buena forma de suicidarte. Sí. -Le respondió Jenny con socarronería.

Luca apartó una de las momias e inició la acción de acuclillarse frente al grifo. Susana lo sujetó por un brazo y obligó al hombre a retroceder.

– ¿Qué crees que estás haciendo?

– Voy a probarlo.

– ¿El qué? ¿La muerte? Debemos suponer que esa cosa mató a todas estas criaturas.

– No quiero morir, Susana. Eso te lo aseguro.

– Entonces…

– Creo que puedo esquivarlo, como hicisteis vosotras. Y siento curiosidad por ver ese artilugio.

Jenny se retorció las manos. Quería salir de allí huir de Marte y sobre todo de Luca, regresar a la Tierra y dejarlo allí solo para que jugase a sus anchas con aquella abominación. Pero sabía que no podía.

– Es un juego muy peligroso, Luca. Yo tuve suerte, Susana me salvó, pero ¿quieres que calculemos las probabilidades de sobrevivir a ese dardo retráctil? No tenemos ni idea de cómo funciona.

Luca asintió y permaneció allí, meditando en silencio, la mano en la barbilla. Finalmente decidió algo.

– Apartaros un momento. Las dos.

Luca se colocó detrás de la momia que había retirado, y la empujó lentamente hacia su posición frente al grifo.

Jenny y Susana le miraron hacer en silencio. Luca gateaba tras la momia, empujándola centímetro a centímetro hacia el grifo metálico.

De repente, con total violencia, la lengua azul brillante brotó del grifo y se clavó en la boca carcomida de la momia desintegrándola en una nube de polvo.

Luca se quedó paralizado, estremeciéndose por el impacto que había hecho temblar todo el cuerpo reseco del cadáver marciano.

Jenny y Susana contemplaron atónitas aquella cosa. Era una especie de fleje de unos dos metros de longitud, que parecía haberse formado directamente del bulbo metálico para ir a clavarse en el cráneo momificado.

Durante unos segundos, el fleje brilló con un color azul iridisado, con ondas de tonos multicolores recorriéndolo arriba y abajo. Pero, de repente, se oscureció. Fue como si se marchitara, y empezó a replegarse con el mismo arrugamiento agónico que se vería en el cuerno de un caracol que hubiera tocado un grano de sal.

– ¿Lo habéis visto, lo habéis visto?

– Lo hemos visto Luca -dijo Jenny.

– Pero ¿qué significa? -preguntó Susana.

Luca Baglioni caminó alrededor de aquel asombroso bulbo metálico, pero se mantuvo en la distancia prudencial de más allá del círculo de momias.

– Mirad este lugar -dijo-. En lo que se ha convertido. Es evidente que siempre no fue así. Marte estuvo habitado hace millones de años. Una civilización creció sobre este mundo. Luego algo hizo que el planeta se enfriara, el aire se congeló o escapó al espacio… Quién sabe por qué… Los últimos supervivientes se concentraron en el fondo de los valles donde crearon enormes máquinas para mantener presión atmosférica y aire respirable. Y aquí aguantaron hasta el final… Eran demasiados pocos y este lugar demasiado pequeño para mantener una población… se extinguieron.

– ¿Por qué? -preguntó Susana-. Con toda esa tecnología…

– Quizá no lo sepamos nunca -dijo Luca Pero…

El ingeniero se rascó furiosamente la barba y mientras se retiraba a una distancia prudencial, siguió hablando:

– En una ocasión vi un documental muy interesante. Era de National Geographic… creo. -Luca adoptó una voz dramática antes de continuar-. Un caudaloso río africano, con una importante reserva de hipopótamos en sus aguas. Entonces se produjo un pequeño cambio en la proporción de lluvias en aquella región. Algo insignificante, pero a una estación seca siguió otra más seca aún…

«Y el río empezó a perder caudal.

«Conforme descendía el nivel de sus aguas, los hipopótamos se vieron obligados a vivir más y más juntos. Los límites territoriales entraron en conflicto y se produjeron muchos enfrentamientos entre aquellas bestias. Era impresionante. Recuerdo como peleaban con esos gigantescos colmillos y como siempre había algún hipopótamo cubierto de heridas y sangre por ahí.

«Pero el río se fue haciendo cada vez más pequeño, más estrecho.

«Finalmente apenas era una charca embarrada donde los pobres bichos se amontonaban lomo contra lomo. Ya no había luchas por el territorio ni fuerzas para pelear. Cada uno permanecía en su pequeña parcela húmeda, muriéndose de hambre y sin atreverse a salir a buscar comida, porque los huecos húmedos eran inmediatamente ocupados por otro hipopótamo desesperado.

«El final fue terrible y magnífico a la vez: Una inmensa montaña de carne en putrefacción sobre el cauce reseco y cuarteado de un antiguo río. Una demostración salvaje de cómo funciona este Universo».

– ¿Crees que algo así pudo pasar aquí? -preguntó Susana horrorizada.

– Mirad a vuestro alrededor y juzgad vosotras… -dijo Luca abriendo los brazos, como si quisiera abarcar todo cuanto le rodeaba-. Este lugar es como una montaña de cadáveres. Uno de los últimos rincones donde pudieron sobrevivir algunos habitantes de este mundo. Condenados, sin esperanzas. Esperando un final que ya debían saber inevitable.