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Eko abandonó Gotland y regresó al reportero del estudio y a unos teletipos. Proseguía la negociación en el espinoso conflicto de los controladores aéreos, el sindicato daría una respuesta a la propuesta de los mediadores a las 19.00. Se había encontrado a una joven muerta en Kronobergsparken, en el centro de Estocolmo. El ministro prestó atención y subió el volumen. La policía guardaba silencio sobre la causa de la muerte, pero había indicios de que la mujer había sido asesinada.

Luego presentaron un especial con el anterior secretario general del partido, que había escrito un artículo de debate sobre el antiguo escándalo IB en uno de los periódicos de la mañana. El ministro se irritó. Viejo de mierda. ¿Por qué no tendría la boca cerrada en medio de la campaña electoral?

– Lo hicimos por la democracia -dijo el viejo secretario general por el altavoz-. Sin nosotros la puerta al paraíso marxista-leninista hubiera estado abierta de par en par.

A continuación siguió el pronóstico del tiempo. El anticiclón se mantendría sobre Escandinavia los próximos cinco días. El nivel de los acuíferos estaba muy por debajo de lo normal y el riesgo de incendio en el bosque era muy elevado. Continuaba la prohibición de encender fuego en todo el país. El ministro suspiró.

El reportero del estudio finalizó la transmisión al mismo tiempo que el motel de Rotebro quedaba atrás y se vislumbraba un gran centro comercial a la derecha. El ministro esperó la estruendosa guitarra eléctrica que era la sintonía del programa de actualidad Studio sex, pero para su sorpresa no sonó. En cambio, anunciaron un programa presentado por jóvenes histéricos y vocingleros. Joder, era sábado. Studio sex emitía de lunes a viernes. Apagó irritado la radio del coche. En ese mismo instante sonó su teléfono móvil. A juzgar por la señal, éste yacía en el fondo de una bolsa que había en el asiento trasero. Blasfemó en voz alta y lanzó el brazo derecho hacia atrás. Mientras el coche hacía eses sobre la línea de la carretera empujó la bolsa al suelo y alcanzó su neceser de viaje. Un Mercedes plateado último modelo hizo sonar el claxon enfurecido al adelantarlo.

– Capitalista de mierda -murmuró el ministro.

Vació la bolsita sobre el asiento del copiloto y cogió el teléfono.

– ¿Sí? -respondió.

– Hola, soy Karina.

Era su secretaria de prensa.

– ¿Dónde estás? -preguntó ella.

– ¿Qué quieres? -contraatacó él.

– Svenska Dagbladet pregunta si la nueva crisis en Oriente Próximo pone en peligro la entrega de aviones Jas a Israel.

– Ésa es una pregunta peliaguda -respondió el ministro-. No hay ningún contrato de entrega de aviones Jas a Israel.

– La pregunta no tiene nada que ver con eso -dijo la secretaria de prensa-. La pregunta es si las negociaciones están en peligro.

– El gobierno no comenta presuntas negociaciones de presuntos compradores de material bélico o de aviones de guerra suecos. Las negociaciones suelen tener lugar generalmente con distintos interesados y no suelen conducir a grandes compras. En este caso no hay riesgo de que las entregas peligren, ya que no van a tener lugar, por lo menos que yo sepa.

La secretaria de prensa anotó en silencio.

– Okey -dijo luego-. A ver si he entendido bien: «La respuesta es no. Ninguna entrega está en peligro, ya que no hay firmado ningún contrato».

El ministro se pasó la mano por su frente cansada.

– No, no, Karina -contestó-. Yo no he dicho eso. No respondí que no a la pregunta. Esta queda sin respuesta. Al no haber ninguna entrega planeada, ninguna entrega puede estar en peligro. Un no a la pregunta significaría que la entrega se va a realizar.

Karina respiró silenciosamente en el auricular.

– Quizá deberías hablar tú mismo con el reportero -dijo ella.

¡Joder, tenía que echar a esta mujer de mierda! ¡Era una completa inútil!

– No, Karina -respondió-. Tu trabajo consiste en formular esto de forma que mi intención quede clara y la cita sea correcta. ¿Por qué crees que te pagamos un sueldo de cuarenta mil coronas al mes?

Cortó la conversación antes de que ella pudiera responder. Para estar seguro apagó el teléfono y lo lanzó dentro de la bolsa.

El silencio se hizo compacto. Lentamente, el sonido del capó empezó a retumbar en el compartimiento del coche, el silbido de las juntas, el zumbido del aire acondicionado. Irritado, se desabrochó los dos botones superiores de la camisa y volvió a encender la radio. No aguantó las bromas telefónicas de P3, así que eligió al voleo otra emisora preprogramada y salió Radio Rix. Una vieja canción surgió del altavoz, la reconoció de su juventud. Tenía un recuerdo asociado a esta melodía, pero no logró evocarlo. Alguna chica, seguramente. Resistió la tentación de apagar la radio de nuevo. Cualquier cosa era mejor que el ruido del coche.

Sería una noche larga.

El equipo de maquetadores apareció justo antes de las siete con su bullicio habitual. Su jefe, Jansson, se había detenido enfrente de Spiken, junto a su mesa. Annika y Berit habían comido fricasé en la cantina del personal, conocida como Siete Ratas.

La combinación entre la difícil digestión y la risa de los hombres le produjo dolor de estómago. No había adelantado nada. No conseguía localizar al drogata de la información. El portavoz de la policía era un dechado de amabilidad y paciencia, pero no sabía nada. Había hablado con él tres veces durante la tarde. No sabía quién era la mujer, cuándo o cómo murió ni cuándo tendría alguna novedad. Esto puso nerviosa a Annika y seguramente contribuyó a su cólico.

Tenía que conseguir un retrato de la mujer para la cartelera, de lo contrario no habría titular posible.

– Tranquilízate -le dijo Berit-. Ya verás cómo nos da tiempo. Si no, mañana será otro día. Si nosotras no conseguimos el nombre tampoco lo harán otros.

El Rapport de las siete y media de la tarde comenzó su retransmisión con la crisis de Oriente Próximo y la apelación del presidente de Estados Unidos a reanudar las conversaciones. El reportaje duró media eternidad y contenía preguntas de la redacción en directo al corresponsal en Washington. Largas parrafadas de sueco administrativo entreveradas con imágenes de archivo de la Intifada.

A continuación siguió el incendio forestal en Gotland, exactamente la misma noticia que Eko había transmitido. Las imágenes aéreas eran verdaderamente imponentes. Primero entrevistaban al responsable de la operación, un jefe de bomberos de Visby. Luego salieron unas imágenes de una rueda de prensa improvisada, Annika sonrió al ver a Anne Snapphane apretujada en primera línea con su grabadora al viento. Por último, apareció un campesino preocupado, a Annika le pareció reconocer la voz del Eko.

Después del incendio, el bloque de noticias decayó. Presentaron un asunto irrelevante sobre el porqué la campaña electoral arrancaba antes de tiempo. Annika creía que ya lo había hecho hacía más de medio año. El primer ministro socialdemócrata se paseaba de la mano de su nueva esposa por la plaza de su ciudad natal en Sörmland, Annika sonrió de nuevo al vislumbrar el cartel de su antiguo lugar de trabajo en segundo plano. El primer ministro comentó brevemente el artículo del anterior secretario general sobre la trama IB.

– Ésta es una cuestión con la que no queremos cargar al próximo siglo -dijo cansado-. Investigaremos hasta las últimas consecuencias. Si es necesario crear una comisión parlamentaria así se hará.

A continuación apareció el material que se había preparado con anterioridad. El corresponsal de Sveriges Television en Rusia, un muchacho increíblemente hábil, había estado en el Cáucaso y describía el largo, sangriento y duradero conflicto en una de las antiguas repúblicas soviéticas. Lo bueno de la sequía de noticias veraniega, pensó Annika, es que se pueden ver cantidad de cosas que nunca se verían en las retransmisiones de los noticieros habituales.