– ¿Sabes una cosa? Los asesinatos se vuelven inmediatamente algo más serios cuando hay una rueda de prensa -murmuró Berit.
En la sala hacía mucho calor, Annika volvió a sudar por todos los poros. Ya que no había comparecido ningún canal de televisión, se sentaron en la parte de delante -por lo general las filas delanteras estaban siempre ocupadas por los cables y las cámaras de televisión-. La gente del Konkurrenten se sentó junto a ellos, Bertil Strand preparó sus cámaras. El portavoz de prensa carraspeó.
– Bueno, bienvenidos -comenzó, y se subió a la tarima que estaba al fondo de la sala. Bordeó el atril y se dejó caer pesadamente detrás de la mesa de conferencias, toqueteó unos papeles y golpeó el micrófono que tenía delante.
– Bueno, os hemos reunido aquí esta noche para informaros sobre la muerte ocurrida esta mañana a la hora del almuerzo en el centro de Estocolmo -anunció, y apartó sus papeles.
Annika y Berit estaban sentadas juntas y anotaban. Bertil Strand se movía en algún lugar a su izquierda y buscaba ángulos a través de los objetivos.
– Muchos de vosotros nos habéis llamado durante todo el día para recabar información sobre el caso, por eso hemos decidido convocar esta rueda de prensa espontánea -prosiguió-. Había pensado dar primero algunos datos, y luego responder a vuestras preguntas. ¿Os parece bien?
Los periodistas asintieron. El portavoz de prensa volvió a recoger sus papeles.
– El centro coordinador de emergencias recibió la notificación sobre el hallazgo del cuerpo sin vida de una mujer a las 12.48 -informó el portavoz-. Lo comunicó una persona que pasó por el lugar del suceso.
«El drogata», escribió Annika en su cuaderno.
El portavoz se detuvo un segundo y prosiguió.
– La fallecida es una mujer joven. Ha sido identificada como Hanna Josefin Liljeberg, de diecinueve años, domiciliada en Estocolmo. Los familiares ya han sido informados.
Annika sintió un fuerte ardor de estómago. Aquellos ojos turbios tenían nombre. Miró cuidadosamente a su alrededor para ver cómo reaccionaban sus colegas. Ninguno se inmutó.
– La muchacha ha sido estrangulada -continuó el portavoz-. El momento del asesinato no se ha podido establecer con exactitud, pero debió de ocurrir entre las tres y las siete de la mañana.
Dudó antes de proseguir.
– El estudio del cadáver indica que, al parecer, fue sometida a algún tipo de violencia sexual.
La imagen relampagueó en la cabeza de Annika, el pecho, los ojos, el grito. El portavoz levantó la mirada de la mesa y de sus papeles.
– Necesitamos la ayuda de la gente -dijo secamente-. No tenemos muchas pistas.
Annika miró de reojo a Berit, su compañera había tenido razón.
– Nuestra teoría preliminar es que el lugar donde se encontró el cuerpo y el lugar del crimen es el mismo. La última persona que sabemos que vio a Josefin con vida, además del asesino, es la compañera con la que compartía piso. Se separaron dentro del restaurante en el que trabajan, a las cinco de la mañana. Esto significa que podemos acortar en dos horas el tiempo en que pudo tener lugar su muerte.
Relampaguearon unos cuantos flashes, Annika supuso que eran de Bertil Strand.
– Por lo tanto -recapituló el portavoz del policía-, Hanna Josefin Liljeberg fue asesinada entre las cinco y las siete de la madrugada en el Kronobergsparken de Estocolmo. Las heridas del cuerpo indican que, seguramente, fue violada.
Su mirada vagó en torno a los asistentes a la rueda de prensa y se posó finalmente sobre Annika. Ella dio un respingo.
– Estamos interesados en hablar con todas, repito, con todas las personas que se encontraban en las cercanías de Kronobergsparken, Parkgatan, Hantverkargatan o Sankt Göransgatan entre las cinco y las siete de la mañana. La policía estudiará todos los datos que puedan ser de interés. Hemos dispuesto unos números de teléfono especiales a los que el público puede llamar. Hablarán con una telefonista o con un contestador automático. Aun cuando un hecho pueda parecer sin importancia para el testigo, quizá forme parte de un detalle importante. Por eso les rogamos a todas las personas que hayan visto algo extraño durante estas horas que nos llamen…
Guardó silencio. El polvo permanecía estático en el aire. La sequedad le quemaba la garganta a Annika.
El reportero del Fina Morgontidningen carraspeó.
– ¿Hay algún sospechoso? -preguntó autoritariamente.
Annika lo miró sorprendida. ¿No había entendido nada?
– No -respondió el portavoz amablemente-. Esa es la razón por la cual son tan importantes las pistas de la gente.
El reportero del Fina tomó nota.
– ¿Qué pruebas técnicas indican que el lugar del crimen y el lugar del hallazgo del cuerpo son el mismo? -inquirió Arne Påhlson.
– De momento no podemos decirlo -contestó el portavoz.
Los reporteros hicieron unas cuantas preguntas bastantes flojas, pero el portavoz no tenía nada más que decir. Al final el reportero del Eko preguntó si le podía entrevistar aparte. La rueda de prensa concluyó. Había durado apenas veinte minutos. Bertil Strand estaba apoyado contra una pared negra y blanca, al fondo del local.
– ¿Esperamos a que el Eko termine y hablamos después con él? -interrogó Annika.
– Lo mejor será que nos separemos -respondió Berit-. Una de nosotras se queda y hace la entrevista y la otra comienza a buscar una fotografía de la chica.
Annika asintió, parecía razonable.
– Yo me daré una vuelta por la central de policía y le echaré un vistazo al registro de pasaportes -dijo Berit-. Tú puedes quedarte y hablar con Gösta.
– ¿Gösta?
– Así se llama. ¿Te quedas, Bertil? Luego cogeré un taxi…
Después del Eko era el turno de Arne Påhlson. El otro reportero del Konkurrenten había desaparecido, Annika podía apostar a que Berit se lo encontraría en el registro de pasaportes.
Arne Påhlson se tomó su tiempo, tanto como el que había durado la rueda de prensa. A las once menos cuarto todos se habían dado por vencidos menos Annika y Bertil Strand. El portavoz estaba cansado cuando la periodista se sentó junto a él en una esquina de la sala vacía.
– ¿Le parece desagradable? -preguntó Annika.
– ¿Qué quieres decir?
– Ustedes ven mucho horror. ¿Cómo aguantan?
– No es para tanto. ¿Tienes alguna pregunta?
Annika pasó las hojas de su cuaderno.
– Yo vi a la muchacha arriba en el parque -dijo tranquilamente y como sin venir a cuento-. Estaba completamente desnuda, y no había ropa a su alrededor. O subió al cementerio desnuda o su ropa está en otra parte. ¿La tienen ustedes?
Fijó la mirada en el portavoz, que parpadeó sorprendido.
– No, solo las bragas -respondió-. ¡Pero no puedes escribir eso!
– ¿Por qué no?
– Afecta a la investigación -contestó el portavoz rápidamente.
– ¡Venga! -dijo Annika-. ¿A qué afecta?
El hombre recapacitó un momento.
– Bueno -dijo-. Sí, puedes utilizarlo, en realidad no tiene importancia.
– ¿Dónde encontraron las bragas? ¿Cómo eran? ¿Cómo saben que eran suyas?
– Colgaban de un arbusto junto al cadáver, son de poliéster rosa. Han sido identificadas.
– Justo -indicó Annika-. Ha sido muy facil identificar a la última. ¿Cómo lo hicieron?
El portavoz suspiró.
– Bueno -respondió-. Como ya he dicho, la identificó la persona con la que compartía piso.
– Hombre o mujer.
– Una mujer joven, como ella.
– ¿Había notificado alguien la desaparición de Josefin?
El portavoz asintió.
– Sí, esta misma compañera.
– ¿Cuándo?
– No regresó a casa por la noche y, al no aparecer tampoco por el trabajo, telefoneó a la policía, a las seis y media.