– ¿Así que las chicas vivían y trabajaban juntas?
– Eso parece.
Annika anotó y pensó durante unos segundos.
– ¿Y el resto de la ropa? -indagó.
– No la hemos encontrado. No se encontraba en un radio de cinco manzanas alrededor del lugar del asesinato. Desgraciadamente, las papeleras de Fridhemsplan se vaciaron por la mañana, tenemos agentes buscando en el basurero.
– ¿Cómo iba vestida?
El portavoz se metió la mano en el bolsillo derecho del uniforme y sacó una pequeña libreta.
– Traje negro corto -leyó-, zapatillas de deporte blancas y una chaqueta vaquera. Seguramente un bolso de la marca Roco-Baroco.
– ¿No tienen una fotografía de la chica? ¿Quizá con gorra de bachiller? -inquirió Annika.
El portavoz se atusó el cabello.
– Es importante que la gente sepa cómo era -dijo él-. ¿La necesitas esta noche?
Annika asintió.
– ¿Con gorra de bachiller? Veré lo que puedo hacer -respondió-. ¿Algo más?
Ella se mordió el labio.
– Algo había mordisqueado su cuerpo -dijo ella-. Una mano.
El portavoz de prensa la miró sorprendido.
– Sabes más que yo -replicó.
Annika dejó el cuaderno sobre sus rodillas.
– ¿Quién ha sido? -preguntó en voz baja.
Gösta se encogió de hombros.
– No lo sabemos -respondió-. Sólo sabemos que está muerta.
– ¿Qué clase de vida llevaba? ¿En qué restaurante trabajaba? ¿Tenía novio?
El portavoz se guardó la libreta de nuevo en el bolsillo.
– Intentaré conseguirte la fotografía -anunció, y se levantó.
Berit estaba enfrascada en la escritura cuando Annika y Bertil Strand regresaron a la redacción.
– Era una verdadera preciosidad -dijo Berit y señaló hacia Foto-Pelle.
Annika se encaminó directamente hacia la mesa de fotografía y miró la pequeña polaroid en blanco y negro del registro de pasaportes. Hanna Josefin Liljeberg sonreía a la cámara. La mirada era resplandeciente y su gesto tan encantador como sólo una quinceañera que se sabe bonita puede esbozar.
– Diecinueve años -dijo Annika y sintió una punzada en el pecho.
– Sería mejor si consiguiéramos una foto de verdad -señaló Pelle Oscarsson-. Esta quedará bastante borrosa y gris si la ampliamos a una columna.
– Creo que la conseguiremos -contestó Annika mandando una súplica silenciosa a Gösta, y se fue a ver a Berit.
– ¿Conoces el Dafa? -inquirió Berit.
Annika agitó negativamente la cabeza.
– Entonces iremos a la mesa de Eva-Britt -anunció Berit.
En la oficina de la secretaria de redacción había un ordenador con módem. Berit tecleó y se conectó a la Red. A través de Infotorg entró en Dafa Spar, Registro Estatal de Personas y Direcciones.
– Aquí se encuentran los datos de todas las personas empadronadas en Suecia -explicó-, sus direcciones actuales, sus direcciones antiguas, nombre de soltero, número de identificación personal, lugar de nacimiento y datos por el estilo.
– Es increíble -dijo Annika impresionada-. No tenía ni la más mínima idea.
– El Dafa es una herramienta de trabajo increíble. Cuando tengas tiempo siéntate e investiga a algún conocido.
Berit entró en F8, buscar por nombre, e hizo un intento a nivel nacional de «Liljeberg, Hanna Josefin». Tuvo dos resultados, una anciana de ochenta y cinco años en Malmö y una muchacha de diecinueve años en Dalagatan, Estocolmo.
– Aquí la tenemos -anunció Berit, escribió una «v» delante de la segunda y pulsó Intro.
Liljeberg, Hanna Josefin, nacida en Täby, soltera. El último cambio registrado en el padrón se había realizado hacía menos de dos meses.
– Veamos dónde vivía antes -dijo Berit y pulsó F7, registro histórico.
El ordenador se demoró unos segundos, luego apareció otra dirección en la pantalla.
– Runslingan, parroquia de Täby -leyó Berit-. Esa es una zona de casas adosadas.
– ¿Dónde ves esto? -indagó Annika y con la vista recorrió la pantalla.
Berit sonrió.
– Tengo una serie de datos almacenados en este disco duro -explicó Berit señalándose la cabeza-. Yo vivo en Täby. Esta debe de ser la dirección de sus padres.
La reportera imprimió los datos y tecleó una nueva orden. Liljeberg Hed, Siv Barbro, Runslingan, parroquia de Täby, nacida hace cuarenta y siete años, casada.
– La madre de Josefin -dijo Annika-. ¿Cómo llegaste a ella?
– Una búsqueda por mujeres con el mismo apellido y el mismo código postal -respondió Berit, lo imprimió e hizo una búsqueda igual de hombres. El Dafa consiguió dos aciertos, Hans Gunnar, cincuenta y un años, y Carl Niklas, diecinueve, ambos de Runslingan.
– Mira el número personal de identificación del chaval -apuntó Berit.
– Josefin tenía un hermano gemelo -exclamó Annika.
Berit imprimió por última vez y salió del programa. Apagó el ordenador y se dirigió hacia la impresora.
– Toma -dijo y le alargó las hojas a Annika-. Intenta hablar con alguien que la conociera.
Annika se dirigió hacia su mesa. El equipo de maquetadores se concentraba intensamente en su labor. Jansson estaba de pie y gritaba algo por el teléfono. La luz palpitante de las pantallas de los ordenadores hacía que la mesa de redacción pareciera flotar como una isla azul en el mar de la oficina. Esta visión la hizo percibir la oscuridad del exterior. Comenzaba a anochecer. No tenía mucho tiempo.
En el mismo instante en que se sentó llamaron por «Escalofríos». Con un movimiento reflejo alcanzó el auricular. Eran unos graciosos que preguntaban si era cierto que Selma Lagerlöf era lesbiana.
– Llamad a RFSL -respondió Annika y colgó.
Cogió una pila de guías telefónicas, suspiró y comenzó a leer las portadas. En Katrineholm tenían una guía para todo Sörmland, aquí había cuatro para un solo indicativo regional. Buscó Liljeberg, Hans, Runslingan, Täby. Vio que aparecía con el título de «pastor». Escribió el número de teléfono y lo observó un largo rato.
No, pensó finalmente. Tiene que haber otra manera de conseguir los datos.
Cogió la guía rosa, información municipal. En Täby había dos institutos de bachillerato, Tibble y Åva. Llamó a los números de las centralitas, ambas desviaban la llamada a una centralita municipal. Pensó durante unos segundos, a continuación comenzó a marcar los números consecutivos al de la centralita. En lugar de marcar 00 marcó 01, después 02 y 03. En el 05 obtuvo respuesta, la voz de un contestador que pertenecía al rector Martin Larsson-Berg, de vacaciones hasta el 7 de agosto. En la guía estaba como licenciado en letras, vivía en Viggbyholm, marcó su número, y estaba en casa y despierto.
– Le pido disculpas por llamar un sábado por la noche a estas horas -dijo Annika-. Es un asunto muy serio.
– ¿Le pasa algo a mi mujer? -preguntó Martin Larsson-Berg preocupado.
– ¿Su mujer?
– Está navegando este fin de semana.
– No, no tiene nada que ver con su mujer. Es sobre una chica que pudiera haber sido alumna suya; ha sido encontrada muerta en el centro de Estocolmo -le informó Annika y apretó los ojos con fuerza.
– Vaya -dijo el hombre, tranquilizado-. Pensé que le había ocurrido algo. ¿Qué alumna?
– Una chica llamada Josefin Liljeberg, vecina de Täby.
– ¿Qué rama cursaba?
– Ni siquiera sé si hizo el bachillerato en Tibble, pero es lo más probable. ¿No se acuerda de ella? Diecinueve años, bonita, pelo rubio largo, grandes pechos…
– Ah, Josefin Liljeberg -respondió Martin Larsson-Berg-. Sí, es cierto, acabó la rama de información la primavera pasada.
Annika respiró y abrió los ojos.
– ¿Se acuerda de ella?
– ¿Ha dicho muerta? Es horrible. ¿Dónde?
– En el cementerio judío de Kronobergsparken. Fue asesinada.
– ¡No! Eso es terrible. ¿Se sabe quién fue?
– Aún no. ¿Le gustaría decir algo sobre ella, sobre quién era, expresar alguna opinión?