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– ¿Te dio tiempo a ver algo? -preguntó Berit.

Annika lo confirmó con el gesto y Berit escribió algo.

– ¿Hablaste con el inspector de la camisa hawaiana?

Annika negó con la cabeza y pasó por debajo de la cinta de acordonamiento con la ayuda interesada del policía.

– Qué pena. ¿No dijo nada?

– Ahora os tenéis que ir -citó Annika y Berit sonrió.

– Y tú, ¿cómo estás? -preguntó ésta, y Annika cabeceó.

– Bien, estoy bien. Y es muy probable que fuera estrangulada, los ojos parecían salirse de sus órbitas. Intentó gritar antes de morir, tenía la boca abierta.

– Entonces quizá alguien haya oído algo. Luego podemos hablar con los vecinos. ¿Era sueca?

Annika sintió que necesitaba sentarse un rato.

– Se me olvidó preguntar…

Berit volvió a sonreír.

– ¿Rubia, castaña, joven, vieja?

– Máximo veinte años, pelo largo y rubio. Grandes pechos. Seguramente silicona o sal común.

Berit la miró interrogativamente. Ella se dejó caer sobre la hierba con las piernas cruzadas.

– Los pechos estaban erguidos a pesar de que yacía boca arriba y tenía una cicatriz en la axila.

Annika sintió que su presión arterial desaparecía, apoyó la cabeza sobre las rodillas y respiró hondo.

– No ha sido una visión agradable, ¿verdad? -dijo Berit.

– Me encuentro bien -contestó Annika.

Después de algunos minutos se sintió mejor. El sonido regresó con toda su fuerza y golpeó su cerebro como una fábrica en plena producción: el tráfico zumbando por Drottningholmsvägen, dos sirenas que sonaron a destiempo, gritos que crecían y desaparecían, los disparos de las cámaras, un niño llorando.

Bertil Strand se había unido a la pequeña concentración de prensa que se formó abajo en la entrada, conversaba con el fotógrafo del Konkurrenten.

– ¿Qué hacemos? -preguntó Annika.

Berit se sentó junto a Annika, estudió sus apuntes y comenzó a bosquejar.

– Debemos partir de la base de que es un asesinato, ¿no te parece? Entonces, antes de nada, el artículo debe basarse en la misma noticia. Esto es lo que ha ocurrido, se ha encontrado a una mujer joven asesinada. ¿Cuándo, dónde, cómo? Debemos buscar a quien la encontró y hablar con él, ¿tienes su nombre?

– Un drogadicto, su compañero dejó una dirección care of para recibir el dinero por la información.

– Intenta localizarlo. El centro de emergencias conoce todos los detalles sobre la llamada -continuó Berit y tachó algo de sus anotaciones.

– Ya los he llamado.

– Bien. Luego debemos conseguir a un policía que hable, el portavoz de prensa nunca dice nada off the record. ¿Dijo su nombre el policía de la camisa de flores?

– No.

– Qué pena. Entérate de eso también, no lo había visto antes, quizá sea nuevo en la brigada. Además tenemos que saber cuándo murió la joven y cómo, si tienen a algún sospechoso, cuál va a ser el siguiente paso en la investigación, en resumen, todos los aspectos policiales de la historia.

– Okey -dijo Annika y anotó algo en su cuaderno.

– Dios, qué calor hace. ¿Ha hecho alguna vez tanto calor en Estocolmo? -preguntó Berit y se secó el sudor de la frente.

– No sé -respondió Annika-. Vivo aquí desde hace sólo siete semanas.

Berit sacó un Kleenex de su bolso y se secó el cuero cabelludo.

– Bueno, luego tenemos a la víctima. ¿Quién es? ¿Quién la ha identificado? Seguramente tiene familiares en alguna parte que están totalmente desconsolados, deberíamos considerar la posibilidad de ponernos en contacto con ellos. Hay que conseguir una fotografía de la muchacha viva, ¿crees que tenía más de dieciocho años?

Annika recapacitó y recordó los pechos de plástico.

– Sí, seguramente.

– Entonces quizá haya una foto de bachiller, hoy en día casi todos los jóvenes lo acaban y la gorra de graduación siempre sienta bien. También es importante lo que digan sus amigos y si tenía novio.

Annika escribía.

– Luego contamos con la reacción de los vecinos. Este lugar está prácticamente en el centro de Estocolmo, en los barrios de alrededor viven más de trescientas mil mujeres. Un crimen como éste influirá en cuestiones de seguridad, en la vida nocturna y en la ciudad en general. En realidad eso son dos artículos. Si tú te ocupas de los vecinos yo me encargo del resto.

Annika asintió sin levantar la vista.

– Por último, hay un aspecto más -continuó Berit y dejó que el cuaderno cayera sobre sus rodillas-. Hace doce o trece años se cometió un crimen parecido a sólo cien metros de aquí.

Annika la miró sorprendida.

– Si no recuerdo mal, se cometió un crimen con agresión sexual contra una joven, en una escalera en la parte norte del parque -explicó Berit pensativa-. El asesino nunca fue detenido.

– Dios mío -exclamó Annika-. ¿Puede ser la misma persona?

Berit se encogió de hombros.

– Probablemente no, pero debemos mencionar el otro asesinato. Seguramente hay muchos que todavía lo recuerdan. La mujer fue violada y estrangulada.

Annika tragó saliva.

– Éste es un trabajo bastante horrible -dijo.

– Sí, es cierto -respondió Berit-. Pero te resultará más sencillo si consigues hablar con el policía de las flores antes de que se vaya de aquí.

Señaló abajo hacia Sankt Göransgatan, donde el hombre de la camisa hawaiana acababa de abandonar el cementerio. Se dirigía hacia su coche, que estaba aparcado en la esquina con Kronobergsgatan. Annika se levantó, cogió su bolso y salió disparada hacia la calle. Vio cómo el reportero del Konkurrenten intentaba también hablar con él, pero el policía simplemente lo rechazó.

En ese mismo instante Annika tropezó contra el asfalto y estuvo a punto de caerse. Con grandes y descontroladas zancadas bajó corriendo la empinada cuesta hacia Kronobergsgatan. Sin poderlo evitar chocó contra la espalda del policía que, a su vez, fue a dar sobre el capó de su coche.

– ¡Joder! -exclamó y sujetó fuertemente a Annika de los brazos.

– Lo siento -susurró ella-. Fue sin querer. Casi me caigo.

– ¿Qué coño haces? ¿Estás mal de la cabeza?

El hombre parecía contrariado.

– Lo siento -dijo Annika y notó que estaba a punto de llorar y que, además, le dolía la muñeca izquierda.

El policía recuperó el control y la soltó. La estudió durante algunos segundos.

– Joder, deberías tener más cuidado -dijo él, se sentó en su Volvo rojo oscuro y arrancó haciendo chirriar las ruedas.

– Joder -susurró Annika. Pestañeó para evitar las lágrimas y miró con los ojos entornados hacia el sol para distinguir el número de identificación del coche. Le pareció ver «1813» en un lateral. También memorizó el número de la matrícula para asegurarse más.

A continuación se volvió y descubrió que el pequeño grupo de periodistas de la entrada la miraba fijamente. Se puso roja como un tomate. Se agachó rápidamente y recogió las cosas que se le habían caído de su bolso al chocar: el cuaderno Din A5, un paquete de chicles, una botella casi vacía de Pepsi Max y tres compresas Libresse envueltas en un plástico verde. El bolígrafo seguía en el bolso, lo cogió y escribió rápidamente en el cuaderno la matrícula del coche y su número de identificación.

Los periodistas y los fotógrafos dejaron de mirarla y volvieron a charlar entre sí. Annika observó que Bertil Strand organizaba una colecta para comprar helados.

Se pasó la correa del bolso por el hombro y se acercó lentamente a sus colegas, que no parecieron fijarse en ella. Salvo el reportero del Konkurrenten, un hombre de mediana edad que solía tener el «careto» [1] bajo sus artículos de sucesos, no conocía a nadie. Estaba una mujer joven con una grabadora en la que se leía Radio Stockholm, dos fotógrafos de diferentes agencias gráficas, el fotógrafo del Konkurrenten y tres reporteros que no sabía ubicar. No había aparecido ningún canal de TV, las noticias locales sólo se emitían cinco minutos diarios durante el verano por la televisión estatal, y la televisión local comercial sólo transmitía programas de sobremesa y teletipos. Los periódicos matutinos seguramente utilizarían las fotografías de las agencias, acompañadas con el texto de TT. El Eko no había acudido y tampoco aparecería, lo sabía. Uno de sus colegas del Katrineholms-Kuriren, que había sido becario allí durante un verano, le había explicado el porqué con desdén.

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[1] Se dice coloquialmente de la foto que acompaña las colaboraciones de los periodistas reconocidos. (N. del E.)