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Una cálida noche de verano hace cerca de doce años, Eva subió la empinada cuesta que era una prolongación de Inedalsgatan. La encontraron exactamente junto al escalón diecisiete, estrangulada y medio desnuda.

Se escribieron muchos y largos artículos tras los hechos, las fotografías eran grandes y se encontraban en la parte superior de las páginas. Había reseñas sobre la investigación criminal y los informes de la autopsia, entrevistas con vecinos y amigos y un artículo titulado «Dejadnos en paz», eran los padres de Eva que imploraban algo a alguien, se abrazaban compungidos y miraban a la cámara. Había manifestaciones contra la violencia sin sentido, la violencia contra las mujeres y la violencia juvenil, también un acto conmemorativo en la iglesia de Kungsholmen y fotos de una montaña de flores en el lugar del asesinato.

Es extraño que no me acuerde de nada de esto, pensó Annika. Ya era lo suficientemente mayor como para recordarlo.

Los artículos se volvían más cortos a medida que pasaba el tiempo. Las fotografías eran más pequeñas y aparecían cada vez más abajo. Había una noticia de tres años y medio después que informaba sobre un interrogatorio a una persona, pero que poco después fue puesta en libertad. Luego se hizo el silencio.

Pero ahora, de nuevo, Eva era noticia: doce años después de su muerte, los paralelismos eran claros.

– ¿Qué hacemos con esto? -preguntó Annika.

– Una corta reseña -respondió Berit-. De momento no podemos hacer mucho más. Escribimos lo que tenemos, tú encárgate de la madre y yo me encargo de Eva. Después de esto los inspectores ya estarán más informados, entonces podremos hacer algunas llamadas.

– ¿Es urgente? -inquirió Annika.

Berit sonrió.

– No especialmente -contestó-. El plazo límite son las cinco menos cuarto de la mañana. Pero estaría bien si estuvieran listas un poco antes y esto es un buen comienzo.

– ¿Qué harán con estos dos artículos en el periódico?

Berit se encogió de hombros.

– Quizá ni se publiquen, nunca se sabe. Depende de lo que ocurra en el mundo y de cuánto papel tengamos.

Annika asintió. El número total de páginas del periódico era determinante para que salieran o no los artículos, ocurría lo mismo en su lugar de trabajo habitual, el Katrineholms-Kuriren. A mitad de verano la dirección del periódico solía ahorrar papel, por un lado bajaba la publicación de anuncios durante julio y, por otro, no solía suceder nada especial. Siempre eran cuatro las páginas que aumentaban o disminuían, ya que las hojas se preparaban de cuatro en cuatro en las planchas de imprenta.

– Yo creo que esto saldrá en las primeras hojas del periódico -dijo Berit-. Primero la noticia sobre el asesinato, la investigación policial, luego una página sobre la chica, bueno, si conseguimos el nombre, por supuesto. A continuación habrá una reseña sobre el asesinato de Eva, tu madre asustada y al final, probablemente, un artículo sobre Estocolmo, una ciudad atemorizada. Imagino que haremos algo así.

Annika ojeó los recortes.

– ¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, Berit? -preguntó.

Berit suspiró y esbozó una sonrisa.

– Pronto hará veinticinco años. No era mucho mayor que tú cuando empecé.

– ¿Siempre fuiste reportera de sucesos? -inquirió Annika.

– No, no. Comencé escribiendo sobre animales y cocina. A principio de los ochenta fui reportera política, entonces se puso de moda dar este tipo de puestos a las mujeres. Luego trabajé un tiempo como corresponsal en el extranjero. Y ahora estoy aquí.

– ¿Dónde te has sentido mejor? -preguntó Annika.

– Lo más divertido es escribir, buscar datos y avanzar. Me encanta trabajar en la redacción de sucesos. Puedo regir mi destino, investigo generalmente por mi cuenta. ¿Me puedes dar estos artículos? Gracias.

Annika se levantó y se dirigió a su sitio. Anne Snapphane no había regresado. Cuando ella no estaba el lugar parecía silencioso y triste.

El Mac de Annika se había desconectado por la función de ahorro de energía y le sobresaltó su tono agudo cuando se puso de nuevo en marcha. Escribió rápidamente lo que Daniella Hermansson le había contado, el preámbulo, el texto principal y el pie de foto. A continuación envió el artículo al almacén de la redacción, al que llamaban «la lata». ¡Muy bien! ¡Esto ha quedado muy bien!

Se disponía a ir a buscar un café cuando sonó el teléfono. Era Anne Snapphane.

– Estoy en el aeropuerto de Visby -gritó-. ¿Ha habido algún asesinato en Kronis?

– Ya lo creo -respondió Annika-. Desnuda y estrangulada. ¿Qué haces en Gotland?

– Incendio forestal -contestó Anne-. Toda la isla arde como una tea.

– ¿Toda? -repitió Annika y sonrió-. ¿O casi toda?

– No entremos en detalles -dijo Anne-. No regresaré hasta mañana como muy pronto. ¿Le puedes dar de comer a los gatos?

– ¿Todavía no te has deshecho de ellos? -respondió Annika enfadada.

– ¿Quieres que me lleve dos gatitos a doscientos kilómetros de distancia con este calor? ¡Esto es maltrato a los animales! ¿Puedes cambiarles la arena?

– Claro, claro…

Colgaron.

¿Por qué no sé decir que no?, pensó Annika y suspiró. Se fue a buscar un café y también compró una Ramlösa en la cafetería; con la lata de aluminio en una mano y la taza de café en la otra se dio una vuelta intranquila por la redacción. El aire acondicionado llegaba con dificultad a este piso alto, hacía apenas más frío que en el exterior. Spiken estaba sentado al teléfono, como de costumbre, bajo sus axilas crecían dos manchas de sudor. Bertil Strand se encontraba a lo lejos junto a la mesa de la redacción gráfica, y hablaba con Pelle Oscarsson, redactor jefe de fotografía. Se acercó a ellos.

– ¿Son éstas las fotografías de Kronobergsparken?

Pelle Oscarsson hizo doble clic en uno de los iconos de su gran pantalla. El espeso follaje del parque llenó toda la superficie. La fuerte luz solar lanceaba la escena. Las lápidas de granito afloraban entre los barrotes forjados. En el centro de la fotografía se vislumbraba una pierna de mujer, desde la cadera hasta el pie.

– Es muy buena, y bastante dura -dijo Annika espontáneamente.

Annika retrocedió cuando los ojos turbios de la mujer encontraron los suyos.

– Éstas fueron las primeras fotos -explicó Bertil Strand-. Fue una suerte que pudiera cambiar de ángulo, ¿no te parece?

Annika tragó saliva.

– ¿Daniella Hermansson? -preguntó.

Foto-Pelle hizo clic en un tercer icono. Una nerviosa Daniella con Skruttis en brazos miraba aterrorizada hacia el parque.

– Buenísima -dijo Annika.

– «Pude ser yo» -dijo Foto-Pelle.

– ¿Cómo sabes que fue justo eso lo que dijo? -preguntó Annika sorprendida.

– Siempre dicen lo mismo en nuestros pies de foto -respondió Pelle y suspiró.

Annika prosiguió su paseo.

Todas las puertas de la zona de dirección estaban cerradas. Hoy no había visto al director. Ahora que pensaba en ello, apenas había estado visible durante toda la semana. Los maquetadores aún no habían llegado, estos hombres que se encargaban de realizar el diseño del periódico solían entrar después de la siete de la tarde, quemados por el sol y amodorrados después de pasar toda la tarde en Rålambshovsparken. Solían comenzar la noche tomándose un litro de café cada uno, después discutían durante un rato sobre los errores que según ellos se habían cometido en el periódico del día, y luego se ponían a trabajar. Jugaban con los titulares, acortaban textos y tecleaban en sus Macs hasta que el periódico se imprimía a las seis de la mañana. Annika les tenía un poco de miedo. Eran vocingleros y bastante groseros, algo cínicos y con tendencia a generalizar, pero sus conocimientos y profesionalidad eran asombrosos. Muchos vivían para el periódico, trabajaban cuatro noches y libraban otras cuatro, un año tras otro. El horario se repetía durante Navidades, Pascua y midsommar, cuatro días de trabajo, cuatro libres. Annika no comprendía cómo aguantaban.