Выбрать главу

– No que las preguntas de siempre tengan menos sentido para quien las hace -decidió al final, contradiciéndome con aparente timidez-. Para el aficionado, cada pregunta es nueva y exclusiva.

Se hizo a un lado para que yo pudiera atender al siguiente cliente. Continué la conversación mientras preparaba el próximo pedido, resistiéndome a dejar escapar la oportunidad de tener una discusión inteligente sobre Seth Mortensen.

– Olvídate de los aficionados. ¿Qué hay del pobre Seth Mortensen? Seguro que le dan ganas de empalarse cada vez que escucha una de ésas.

– «Empalarse» es una palabra un poco fuerte, ¿no te parece?

– En absoluto. Ese tío es un genio. Oír preguntas idiotas debe de matarlo de aburrimiento.

Una sonrisa divertida aleteó en los labios del hombre, y sus firmes ojos castaños me sopesaron calculadoramente. Cuando se dio cuenta de que estaba mirándome con tanta fijeza, apartó la vista, azorado.

– No. Si está de gira es porque le importan los fans. No le importan las preguntas repetitivas.

– No está de gira por altruismo. Está de gira porque eso es lo que quieren los publicistas de su casa editorial -repliqué-. Lo cual no deja de ser una pérdida de tiempo, por cierto.

Se atrevió a volver a mirarme.

– ¿Salir de gira? ¿Es que no quieres conocerlo en persona?

– Yo… bueno, sí, por supuesto. Es sólo que… vale. Mira, no me malinterpretes. Yo beso el suelo que pisa este tío. Me emociona saber que voy a verlo esta noche. Me muero por verlo esta noche. Si quisiera secuestrarme y convertirme en su esclava sexual, se lo consentiría, siempre y cuando así pudiera conseguir copias de avance de sus libros. Pero esto de las giras… lleva su tiempo. Tiempo que podría estar empleando en escribir la siguiente novela. Quiero decir, ¿no has visto cuánto tardan en salir sus obras?

– Sí. Me he fijado.

Justo entonces regresó un cliente anterior, quejándose de que le habíamos echado sirope de caramelo en vez de salsa de caramelo. Significara lo que significase eso. Le ofrecí unas cuantas sonrisas y disculpas solícitas, y pronto dejó de importarle la salsa de caramelo y cualquier otra cosa. Cuando se apartó de la caja, el tipo que era fan de Mortensen también se había largado.

Doug vino a verme al término de mi turno, sobre las cinco.

– He oído cosas interesantes sobre tu actuación aquí arriba.

– Yo también oigo cosas interesantes sobre tu «actuación» todo el rato, Doug, pero no me verás hacer chistes al respecto.

Me dio un poco más de coba antes de dejarme libre por fin para asistir a la firma, pero no antes de que le hiciera reconocer humildemente cuánto me debía por mi amabilidad de hoy. Entre Hugh y él estaba acumulando favores para dar y tomar.

Corrí prácticamente las dos manzanas hasta casa, ansiosa por cenar algo y planificar lo que quería ponerme. Tenía los nervios a flor de piel. Dentro de una hora aproximadamente iba a conocer a mi escritor preferido de todos los tiempos. ¿Qué más se le podía pedir a la vida? Tarareando, subí las escaleras de dos en dos y saqué las llaves con una floritura que sólo yo vi o aprecié.

Al abrir la puerta, una mano me agarró de repente y tiró de mí sin miramientos hacia la oscuridad del apartamento. Se me escapó un gritito de sorpresa y temor cuando me estrellaron contra la puerta, cerrándola de golpe. Las luces se encendieron de pronto y sin previo aviso, y un ligero olor a azufre impregnó el aire. Aunque el resplandor me hizo guiñar los ojos, podía ver lo bastante bien como para reconocer qué estaba pasando.

No hay furia más temible en el infierno que la de un demonio cabreado.

Capítulo 3

Por supuesto, llegados a este punto debería aclarar que Jerome no tiene pinta de demonio, por lo menos no en el tradicional sentido de piel roja y cuernos. Quizá sea así en otro plano de la existencia, pero al igual que Hugh, yo, y los demás inmortales que caminan sobre la faz de la tierra, Jerome lucía ahora un aspecto humano.

El de John Cusack.

En serio. No es broma. El archidemonio afirmaba siempre que ni siquiera sabía quién era el actor, pero eso no se lo tragaba nadie.

– Ay -dije, irritada-. Suéltame.

Jerome aflojó su presa, pero sus ojos oscuros rutilaban aún peligrosamente.

– Tienes buen aspecto -dijo después de un momento; parecía sorprendido.

Tiré de mi jersey, alisándolo allí donde su mano lo había arrugado.

– Qué forma más extraña de demostrar tu admiración.

– Realmente bueno -continuó, pensativo-. Si no te conociera, diría que…

– …brillas -murmuró una voz detrás del demonio-. Brillas, hija de Lilith, como una estrella en el firmamento nocturno, como un diamante que resplandece en las tinieblas de la eternidad.

Di un respingo, sorprendida. Jerome lanzó una dura mirada al orador; no le gustaba que interrumpieran sus monólogos. Yo también lo miré furibunda; no me gustaba que los ángeles visitaran mi apartamento sin invitación previa. Cárter se limitó a sonreímos a ambos.

– Como estaba diciendo -saltó Jerome-, parece que has estado con un mortal de los buenos.

– Le hice un favor a Hugh.

– ¿Entonces esto no es el comienzo de una nueva y mejorada costumbre?

– No con el sueldo que me pagas.

Jerome gruñó, pero todo aquello formaba parte de nuestra rutina. Él me regañaba por no tomarme el trabajo en serio, yo le lanzaba unas cuantas pullas a cambio, y el statu quo se restauraba. Como dije antes, yo era algo así como la niña mimada del profe.

Al mirarlo ahora, sin embargo, me di cuenta de que se habían terminado las bromas. El encanto que tanto había seducido hoy a mis clientes no surtía el menor efecto sobre estos dos. El rostro de Jerome se veía tenso y serio, al igual que el de Cárter, pese a la habitual sonrisilla sardónica del ángel.

Jerome y Cárter salían juntos con regularidad, sobre todo si había alcohol de por medio. Esto me desconcertaba, dado que supuestamente estaban enzarzados en algún tipo de gran guerra cósmica. Una vez le había preguntado a Jerome si Cárter era un ángel caído, a lo que el demonio había respondido con una carcajada. Tras recuperarse del ataque de hilaridad me dijo que no, que Cárter no era uno de los caídos. Si lo fuera, técnicamente ya no podría calificarse de ángel. La contestación no me había parecido satisfactoria del todo, la verdad, y finalmente decidí que los dos debían de estar juntos porque no había nadie más en la zona capaz de comprender a alguien cuya existencia se remontaba a los albores del tiempo y la creación. Todos los demás, inmortales menores, habíamos sido humanos en algún momento de nuestras vidas; los inmortales mayores como Jerome y Cárter, no. Mis siglos eran una mera anécdota en su cronología.

Fueran cuales fuesen los motivos de su presencia ahora, Cárter no me gustaba. No era tan aborrecible como Duane, pero siempre se mostraba engreído y altanero. Quizá todos los ángeles eran iguales. Además, tenía el sentido del humor más raro que he visto nunca. Nunca sabía si se estaba burlando de mí o no.

– En fin, ¿y qué puedo hacer por vosotros, chicos? -Pregunté, tirando mi bolso encima del mueble-. Tengo planes para esta noche.

Jerome clavó en mí una mirada entornada.

– Quiero que me hables de Duane.

– ¿Qué? Ya te lo he dicho. Es un capullo.

– ¿Por eso has hecho que lo maten?

– ¿Que… qué?

Me quedé petrificada en el sitio donde estaba revolviendo el contenido de una alacena y me di la vuelta despacio para contemplar nuevamente al dúo, medio esperándome algún chiste. Los dos semblantes me observaban con igual intensidad.