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Es verdad que, aunque Ander y Manex se conocían desde mucho antes, allá por los tiempos gloriosos, realmente habían intimado en prisión. De hecho, cuando estaban en el comando procuraban tener el menor contacto posible entre ellos, salvo en los momentos de acción En Alcalá Meco había más miembros de la organización, pero esto no implicaba necesariamente buenas relaciones. A veces, más bien al contrario; sobre todo con los jovencitos recién llegados a la lucha, que se creían héroes, simplemente, por haber quemado un autobús o pegar a un viejo. No, con ellos era difícil que los "históricos", mucho más profesionales, se llevasen bien.

La fuerza de la costumbre les hizo, al entrar en el vagón, echar una mirada alrededor. Aquello estaba muy vacío, sólo había un chico joven con coleta sentado unos asientos por delante de los que a ellos correspondían. Era curioso observar cómo ciertos tics no desaparecían con el tiempo. Siempre fueron conscientes de que se los había producido la larga etapa de clandestinidad, y aunque ya no los perseguía la Policía, la sensación de prudencia y alarma no terminaba de desaparecer. Frecuentemente lo comentaban entre ellos, provocando la burla de sus respectivas parejas.

Faltaba poco para salir el tren cuando vieron subir a un hombre de unos treinta y tantos años vestido de chaqueta y corbata. Pasó junto a ellos sin mirarlos, buscando su asiento con el billete en la mano. Ander le siguió con la mirada y vio cómo se sentaba más atrás. Después miró a Manex Olavarria, descubriéndole unos ojos que parecían reírse de éclass="underline"

– No digas nada. Tienes razón -sonrió también Ander-. Ya sabes: la costumbre…

– Pues mira esos que vienen allí -dijo, señalando a un matrimonio mayor que entraba en el vagón en ese momento-. A lo mejor también te preocupan.

– ¡Vete al carajo!

¿Sería hoy el día?

Era la cuarta vez que los seguía en el AVE Madrid-Sevilla. Pero hasta ahora no había encontrado el momento oportuno para hacerlo.

Realmente, desde que salieron de la cárcel, los había convertido en su objetivo. Para eso vivía. Pero no era fácil verlos a los dos juntos. En Madrid, en la oficina de la cooperativa vasca, no podía entrar por razones evidentes; mas fuera de allí, o se perdían con el tráfico, o estaban en un lugar demasiado concurrido como para intentar algo. Los había seguido por Sevilla y Málaga con el mismo resultado. Pero estimaba que era una cuestión de paciencia, y él sabía esperar. Además, para la acción que preparaba, suponía una dificultad añadida el hecho de que tuviesen que estar juntos, pues de no ser así, si ejecutase dicha acción con uno primero, el otro se pondría sobre aviso y haría imposible una nueva operación.

Esta vez, cuando vio tan vacío el AVE, que no era normal, algo en el estómago le indicó que podría ser en ese viaje. Había tenido la precaución de sacar el billete tras ellos, como siempre con uno de los variados disfraces que utilizaba en las labores de vigilancia. Pidió al taquillera de Renfe que le diera el mismo vagón que a sus amigos -éstos eran los que acababan de sacar los billetes, le había aclarado tal vez innecesariamente-, pero no cerca de ellos, pues se quejaban de sus sonoros ronquidos cuando se dormía en los trenes. El de la ventanilla se lo dio sin apenas una mirada. Después, fue a los servicios, quitándose peluca y gafas, que le habían servido para avejentar su aspecto. Las tiró en una papelera, metidas en una bolsa de plástico, y tras ello se dirigió hacia el AVE.

Hubo de confesarse a sí mismo que estaba nervioso. Algo le oprimía el estómago. Pero sabía que era crucial mantener la serenidad.

Se subió al tren e, inmediatamente, los vio por la ventanilla de la puerta de entrada al vagón. Se dio cuenta de que pasaría por su lado, más cerca de lo que nunca había estado de ellos; era primordial que no le descubrieran ni siquiera una mirada. Cuando pasó por el pasillo, junto a los dos hombres norteños, sintió sobre sí los ojos escrutadores del que estaba sentado en el asiento exterior.

Se colocó en el suyo mirando distraídamente hacia el andén. Momentos más tarde entró una pareja mayor y aquel tipo perdió todo interés por él.

El AVE arrancó puntual y suavemente en la estación de Atocha. Eran las veinte horas.

Capítulo 5

Quintero había llamado a Víctor diciéndole que deberían reunirse para hablar del caso. El policía estaba muy nervioso por las presiones de la prensa y de su jefe, al que intuía presionaban a su vez sus superiores políticos. Saltero aceptó, pero a condición de invitarle a cenar en el Casino del Aljarafe, con el objeto de que el policía se pudiese relajar durante un rato; además, le aseguró que podrían ganar unos euros a la ruleta. Quintero accedió, consciente de que las tensiones de los últimos días no eran su mejor aliado para pensar.

Habían cogido el Volvo del abogado, y poco después estaban cenando.

– Creo que habíamos quedado en que el dinero de las apuestas lo pones tú. Estábamos de acuerdo en ello -afirmó Quintero.

– Eso es cierto a medias -replicó Víctor.

– ¿A medias?

– ¡Claro! Tú estás de acuerdo, yo no.

El inspector no pudo menos que soltar la carcajada, provocando que le miraran los comensales de alrededor. Saltero le hizo un gesto para que callara, y, en voz baja, concedió:

– Está bien.

– Explícame -siguió el policía, sabiendo que le estaba haciendo bien el olvidar durante un rato los asesinatos del AVE-. ¿Cómo podemos ganar?

Saltero le había afirmado que su método para ganar a la ruleta era prácticamente infalible. Aseguraba que había comprobado su eficacia. Como un desafío, hacía tiempo, se había planteado el encontrar un sistema para ganarle al Casino, y aseguraba haberlo logrado.

Quintero, aunque escéptico, tenía una enorme curiosidad por conocerlo. Víctor cogió un papel y durante unos minutos escribió en él unas tablas para desarrollar su idea. Después, se lo entregó al amigo y el policía pudo leer:

Nº jugadas Nº ficha pleno Fichas en juego Acumulado Premio Fichas retorno

1 1 7 7 35 1

2 1 7 14 35 1

3 1 7 21 35 1

4 1 7 28 35 1

5 2 14 42 70 2

6 2 14 56 70 2

7 3 21 77 105 3

8 3 21 98 105 3

9 4 28 126 140 4

10 5 35 161 175 5

11 6 42 203 210 6

12 8 56 259 280 8

13 10 70 329 350 10

14 12 84 413 420 12

15 15 105 518 525 15

16 20 140 658 700 20

– Supongo que me explicarás este jeroglífico -dijo Quintero al terminar de analizar lo que le exponían en el papel y dejando éste sobre la mesa.

Saltero lo cogió.

– Verás, la reflexión nace de la pregunta de si es posible jugar a la ruleta con altas posibilidades de ganar; y llegué a la conclusión de que sí.

– Bueno, pues explícame.

– Debemos partir de la base -continuó Víctor- de que ningún método tiene garantía absoluta, pero sí la seguridad de que con éste ganarías muchas más veces de las que puedas perder. De hecho, aunque perdieses un día, y así deberá preverse, ganarás ocho de cada diez, y ello te resarciría de cualquier pérdida.

El policía miraba al amigo cada vez con mayor expectación. De Saltero se podía esperar cualquier cosa; lo imposible, con él, no lo parecía tanto.

– En principio hay que tener sangre fría, concentración y capacidad económica para aguantar una mala racha si ésta llega. Al menos, los seiscientos cincuenta y ocho euros que ves al final de la columna de acumulado.

– Supongamos que tenemos esas cualidades -interrumpió impaciente el policía- y los seiscientos cincuenta y ocho euros. Continúa.

– Como sabes, por cada ficha que apuestes a un solo número, te pagan treinta y cinco. Así que comenzaremos jugando a siete escogidos al azar, y continuamente debemos mantener los mismos, poniendo una ficha de 2,5 euros, en cada uno de los escogidos, a pleno. Si en esa jugada la bolita no cae en ninguno de ellos, volveremos a realizar la misma apuesta en la siguiente tirada, y así, sucesivamente, hasta la quinta, donde pondremos dos fichas en cada uno de los números que estamos jugando.