Iris Johansen
Sueños asesinos
Eve Duncan & Friends, 10
© 2006 Johansen Publishing LLLP
Título originaclass="underline" Killer Dreams.
Traducción: Armando Puertas Solano.
Prólogo
– Te había dicho que es un lugar excelente -dijo Corbin Dunston, triunfante y orgulloso, mientras sostenía en alto la trucha que acababa de pescar-. Mira esta maravilla. Debe de pesar más de un kilo.
– Asombroso. -Sophie sonrió mientras se incorporaba-. ¿Ahora podemos volver al restaurante y comer algo, papá? Michael y mamá nos esperan.
– Michael debería haber venido con nosotros en lugar de quedarse en el restaurante. Los niños deberían salir a tomar el aire. Además, tenía la intención de lucirme delante de él. Son los privilegios que tiene un abuelo.
– Será la próxima vez. Te dije que estaba constipado. No quería arriesgarme a que viniera al muelle y cogiera frío.
– No le habría hecho daño. Michael no es un niño delicado. Es un chico duro donde los haya.
– Sólo tiene ocho años, papá. Déjame que lo mime todavía un tiempo. Además, le da a mamá la posibilidad de tenerlo para ella sola. Tú y él ya tenéis bastantes ocasiones para pasar ratos juntos, de hombre a hombre.
– Supongo que tienes razón. Y a tu madre le impedirá pasarse todo el día haciendo llamadas a los clientes. Es como si estuviera en el despacho. -El padre de Sophie lanzó el pez dentro del cesto, se incorporó y se estiró antes de emprender la marcha-. Sí, supongo que es mejor así. Mientras juega con Michael, charlará con todas las camareras del restaurante y hará unas cuantas llamadas para no sentirse culpable -dijo, y se encogió de hombros-. Le he dicho que debería jubilarse como yo, pero ella cree que se volvería loca. -Sacudió la cabeza-. Tú debes de haber heredado de ella esa fuerte personalidad. Las dos estaríais mejor si os relajarais y disfrutarais de la vida.
– Yo disfruto de la vida. Sólo que no me gusta pescar. Y quisiera que dejaras de intentar convertirme. Desde que tengo seis años te empeñas en llevarme a pescar a los lagos.
– Y tú me has dejado -dijo él, y le apretó el hombro-. Y la mayoría de las veces ni siquiera te quejas. Ya sé que crees que habría querido tener un hijo, y quizá tengas razón. Pero para mí nadie podría haber sido mejor compañera que tú a lo largo de los años. Gracias, Sophie.
Ella carraspeó para que no se notara la tensión en su voz.
– Esta vez sí que voy a quejarme. Me has pillado en medio de un mega-proyecto. -Sonrió-. Deberías entenderlo. Si no recuerdo mal, tú mismo has vivido episodios de estrés en ciertas ocasiones.
– Cosas del pasado. -Corbin miraba hacia el lago-. Dios mío, mira esa puesta de sol. ¿No la encuentras bella?
– Muy bella -asintió Sophie.
– ¿Y crees que merecía la pena venir aquí y dejar tu proyecto tan importante?
– No -dijo ella, sonriendo-. Pero tú sí merecías la pena.
– Por algo hay que empezar. -Corbin ahogó una risilla-. Y tienes razón. Merezco la pena. Soy un hombre agudo y listo y he descubierto el secreto de la vida. ¿Por qué no querrías pasar un rato conmigo?
– Ninguna razón en especial -respondió Sophie, dirigiéndole una mirada vaga. Corbin tenía las mejillas enrojecidas por el sol y, con su porte alto y atlético, parecía mucho más joven que sus sesenta y ocho años. Y vaya si parecía feliz, pensó Sophie. Ni asomo de tensión, ni señal alguna de cansancio-. Por eso lo he dejado todo y he venido corriendo -añadió, y guardó silencio un momento-. Te he echado de menos. Tenía la intención de venir el mes pasado, pero no tuve tiempo.
– Siempre pasa lo mismo. Por eso decidí abandonar esa carrera de ratas hace cinco años. Las personas son más importantes que los proyectos. Cada día debería ser una aventura, no una rutina aplastante -dijo, con un suspiro. Desvió a regañadientes la mirada de la puesta de sol-. Tu madre y yo nos vamos en un crucero a las Bahamas el próximo mes. Quiero que tú y Michael vengáis con nosotros.
– No puedo… -alcanzó a decir Sophie, y luego calló al ver la mirada de Corbin. ¿Qué más daba? Podía trabajar más horas y despachar los asuntos pendientes. Su padre y su madre no eran lo que se dice jóvenes, y Corbin tenía razón. Las personas eran más importantes que los proyectos, sobre todo esas personas que ella amaba tanto-. ¿Cuánto tiempo? -preguntó.
– Dos semanas.
– ¿Nada de pesca?
– Quizá un poco de pesca submarina. Nunca he llevado a Michael a hacer pesca submarina.
Sophie suspiró.
– Siempre y cuando nos dejes a mamá y a mí quedarnos en cubierta tomando margaritas mientras vosotros estáis en lo vuestro.
– No me importa. Trae a Dave, si puede. Él también necesita un respiro.
– Se lo preguntaré. Pero en este momento está ocupado en un pleito importante y trabaja todo el día. Para él significa unos buenos honorarios.
– Otro adicto al trabajo. -Corbin hizo una mueca-. Ni siquiera sé cómo tuvisteis tiempo para concebir a Michael.
Ella sonrió.
– Siempre queda la hora de la comida.
– No me sorprendería. -Corbin aceleró el paso-. Ahí están tu madre y Michael. Tengo muchas ganas de contarle lo del crucero. -Corbin hizo señas a Mary Dunston y a Michael, que acababan de salir del restaurante y les devolvían el saludo-. Ya verás lo feliz que se pone cuando le diga que vienes con nosotros. Me apostó que no sería capaz de convencerte -dijo, con una mueca-. Si no lo conseguía, le prometí que iría a uno de esos balnearios con ella. Quiere perder unos cuantos kilos.
– No lo necesita.
– Ya lo sé. Está estupenda. -La expresión de Corbin se suavizó mientras miraba a su mujer-. Cuantos más años cumple, más guapa se pone. Yo le digo que no sé por qué me enamoré de ella cuando tenía veinte años. Tenía esa piel tan tersa, sin esas arrugas que da el carácter, y ni un asomo de sabiduría en sus ojos. Ella me pide que deje de decir chorradas. Pero no son chorradas, Sophie.
– Ya lo sé. -El amor entre su padre y su madre había sido para Sophie una realidad de la vida durante toda su infancia-. Ella también lo sabe.
Michael había echado a correr hacia ellos.
– Abuelo, ¿podemos parar en la galería comercial cuando volvamos a casa? Quiero enseñarte el nuevo videojuego que he encontrado.
– No veo por qué no. Si tenemos tiempo después de cenar.
– Ya era hora de que llegarais -dijo Mary Dunston, que había alcanzado a Michael-. Estoy muerta de hambre, Corbin. ¿Has pescado algo?
– Claro que sí -dijo Corbin-. Dos truchas gigantescas.
– Digamos casi gigantescas -corrigió Sophie.
– Vale -convino Corbin-. Pero de un tamaño considerable, de todas maneras. ¿Has acabado de hacer tus llamadas, Mary?
Ella asintió con un gesto de la cabeza.
– Puede que me den aquellos listados de Palmaire -anunció, y le dio un ligero beso-. Venga, vamos a cenar.
– Enseguida. -Corbin abrió el cesto de la pesca.
– No quiero ver tus famosos pescados -dijo Mary-. Te creo. Son estupendos. Gigantescos.
Él metió la mano en el cesto.
– No pensaba enseñarte los pescados, Mary -dijo.
Del cesto sacó un revólver calibre 38 y le descerrajó un tiro en la cabeza.
– ¿Papá? -Sophie miraba sin creer lo que veía, el cráneo de su madre que se desintegraba. No, aquello tenía que ser una broma pesada muy exagerada. No podía ser…
Pero no era una broma. Su madre se había desplomado y yacía en el suelo en medio de un charco de sangre.
Corbin se giró y apuntó a Michael con la pistola.
– ¡No! -Sophie se lanzó hacia delante para situarse entre los dos cuando su padre apretó el gatillo.
Sintió un dolor que le desgarraba el pecho. Oyó que Michael gritaba. Y luego, la oscuridad.