– Eso no significa que quizá no haya interpretado incorrectamente algo que ha descubierto. -Jock se giró hacia Sophie-. ¿Michael está bien?
Ella asintió con gesto tembloroso.
– Pero hay un hombre muerto en mi habitación.
Jock miró a Royd.
– ¿Uno de los tuyos?
– No suelo matar a mis propios hombres -dijo Royd, con una mirada de sorna-. Llegó antes que yo. Pensaba cargársela. Y yo no podía permitirlo. La necesitaba.
Jock la miró a ella.
– ¿Sophie?
– Él lo mató.
– ¿Quién es el hombre al que ha matado?
– No lo sé -dijo ella, sacudiendo la cabeza.
– Entonces será mejor que eche una mirada. -Cogió a Sophie por un brazo-. Ven. No podemos quedarnos aquí en el porche. No te conviene que los vecinos vengan a curiosear.
Ella no se movió. Tenía la mirada fija en Royd.
– No te hará daño -dijo Jock-. Ha habido un malentendido.
– ¿Un malentendido? Acaba de matar a un hombre.
– Y le he salvado el pellejo -añadió Royd, con voz seca.
– Al parecer, para sus propios fines.
– Absolutamente.
– Royd, no es ella a quien buscas -repitió Jock-. Si me das una oportunidad, te lo explicaré. Entretanto, no te metas.
Royd se tensó visiblemente.
– ¿Me estás amenazando?
– Sólo si no das un paso atrás. Pero sería una tontería que nos enfrentáramos. Estamos en el mismo bando. De hecho, estos últimos días he estado intentando averiguar tu paradero -dijo, con una mueca-. Y no sé si podría enfrentarme a ti. MacDuff ya se ha percatado de que no he tenido ocasión de practicar en mucho tiempo. Y tú has vivido una vida que, decididamente, te mantiene en forma.
– No me vengas con chorradas -dijo Royd-. Tú eras el mejor y eso no se olvida.
– Estamos en el mismo bando -insistió Jock-. Dame un poco de tiempo y te lo demostraré.
Royd no quería hacer lo que Jock le pedía, pensó Sophie. Sentía la tensión, la violencia que latía bajo la superficie. Por un momento, pensó que aquella violencia explotaría. Y, de pronto, Royd se giró bruscamente y se alejó por el pasillo.
– Échale una mirada al cuerpo. Si era un profesional, se ha dejado llevar por la emoción. Estaba tan cabreado con ella que no me oyó acercarme por detrás.
– No quiero a este Royd en mi casa, Jock -dijo Sophie-. No me importa lo que tengáis entre vosotros. Pero no quiero que nos afecte ni a mí ni a mi hijo.
– Ya lo creo que les afectará. -Royd se giró, con la mirada encendida-. Está metida en esto hasta el cuello y todo lo que yo haga a partir de este momento le afectará. Será mejor que ruegue para que crea lo que Jock quiere contarme. No es demasiado probable.
– Tranquila. -Jock hizo entrar a Sophie en la casa y cerró la puerta-. Sophie, prepara un café mientras nos ocupamos de este intruso. Diría que un café te sentará bien.
– Quiero ir con… -Era mentira. No quería volver a ver al asesino con el maldito cuchillo asomándole por el pecho. Y no serviría de nada-. Iré a ver de nuevo a Michael y nos veremos en la cocina.
Diez minutos más tarde, preparaba el café e intentaba recuperar la compostura. Dios mío, temblaba tan violentamente que no iba a ser capaz de sostener la taza. Era la reacción a lo ocurrido que se estaba a poderando de ella. En unos minutos, se le pasaría. Cerró los ojos y respiró profundamente. Después de la muerte de sus padres, había vivido periodos en los que perdía el control, pero ahora era fuerte y aquel hombre no significaba nada para ella excepto una amenaza.
La sangre que brotaba de aquella maldita herida. No tenía sentido. No tenía ningún sentido. Ningún sentido.
No, no perdería el control. Ahora estaba bien.
– ¿Sophie? -Era Jock, que entraba en la cocina.
Ella abrió los ojos y asintió con un gesto de la cabeza.
– Estoy bien. Supongo que me ha traído de vuelta unos cuantos recuerdos.
– ¿Qué recuerdos? -preguntó Royd, que entró en la cocina después de Jock.
Ella le lanzó una mirada fría.
– Nada que le concierna.
– Ve al baño y cámbiate. -Jock le pasó una blusa blanca que le había traído. -Pensé que no tendrías ganas de entrar en tu habitación en estos momentos.
– Gracias. -Sophie cogió la blusa y pasó al lado de los dos hombres al salir de la cocina.
Royd estaba apoyado en el vano de la puerta, y ella procuró no tocarlo. Sin embargo, sintió la tensión, percibió la pasión de la emoción que lo electrizaba. No quería lidiar con esa pasión antes de haber recuperado la serenidad. Que Jock tratara con él. Que Jock lo sacara de su casa.
Se lavó, se cambió la blusa y se cepilló brevemente el pelo. Luego se dio un minuto para intentar bloquear de su mente la imagen del cadáver en su habitación. No dio resultado. No debiera dar resultados. Tenía que enfrentarse a lo que había ocurrido y también tendría que enfrentarse con Matt Royd. «Así que deja de lamentarte y plántale cara».
Jock y Royd estaban sentados a la mesa de la cocina cuando ella entró. Royd parecía tan relajado como un tigre al que se obliga a mantener el equilibrio encima de un taburete. Un tigre, sí. Era un símil adecuado.
– Te he servido café -dijo Jock, señalando la silla a su lado-. Siéntate. Tenemos que hablar con Royd.
Ella sacudió la cabeza.
– Siéntate -repitió Jock-. Tienes suficientes líos, tal como están las cosas. No te conviene ver a Royd como una amenaza.
Ella vaciló pero, al final, lentamente, se sentó.
– ¿Has reconocido al hombre de mi habitación?
Jock negó con la cabeza.
– Y Royd tampoco. Pero puede que sepamos pronto quién es. Le ha sacado una foto con su teléfono móvil y se la ha mandado a su contacto en las instalaciones de Sanborne.
Ella se puso muy tensa.
– ¿A su contacto?
– Contrató a un tipo para que trabajara en secreto y consiguiera información de los archivos de Sanborne. Trabaja en la sala de vigilancia de la central de seguridad de la planta.
– ¿Y por qué ha hecho eso?
– No le gusta Sanborne -dijo Jock-. Diría que lo odia con la misma intensidad que tú.
– ¿Por qué? -Sophie buscó con la mirada en la expresión de Jock mientras recordaba lo que Royd le había dicho en esos momentos en su habitación. Y luego Jock había dicho que habían ido a la misma escuela. Sintió que las náuseas se apoderaban de ella-. ¿Otro como tú? ¿Cómo tú, Jock?
Jock asintió con un gesto de la cabeza.
– Circunstancias algo diferentes, pero más o menos con los mismos resultados.
– Dios mío.
– No estamos hablando de mí -dijo Royd-. Hasta ahora, no he oído nada que me convenza de que ella no trabaja para Sanborne, Jock.
Éste guardó silencio un momento.
– Hace dos años, su padre mató a su madre, intentó matar al hijo de Sophie y acabó disparándole a ella antes de pegarse un tiro. Aparentemente, no había ningún motivo. Fue un arrebato inesperado.
La mirada fría de Royd se volvió hacia Sophie.
– ¿Uno de sus experimentos que salió mal?
– No. -Sophie sintió que el estómago se le retorcía-. Dios mío, no.
– Eres duro -dijo Jock, con voz queda-. Demasiado duro, Royd.
Éste no había dejado de mirar a Sophie.
– Es posible. ¿Cómo sabemos que no se trataba de uno de sus experimentos?
Ella sacudió la cabeza.
– Yo nunca habría… Yo lo quería. Los quería a los dos.
– Y no tenía la culpa de nada. Su nombre figuraba destacadamente en el archivo de Sanborne sobre los primeros experimentos del REM-4, pero no significaba nada.
– No he dicho eso. -Sophie buscó ciegamente el café que tenía delante-. Significaba algo. Significaba todo.
– ¿Por qué? ¿Cómo?
Sophie se sentía como si Royd la golpeara, la desgarrara.
– Fue culpa mía. Todo aquello era…
– Tranquila, Sophie. -Jock estiró una mano y le cogió a Sophie la suya-. Puedo contárselo más tarde. No tienes por qué pasar por esto.