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– No puedes protegerme -dijo ella, y se humedeció los libios-. Y no puedo ocultarme de lo que hice. Tengo que enfrentarme a ello todos los días. Cada vez que miro a Michael y sé que… -balbuceó, y alzó la mirada para encontrarse con el rostro de Royd-. Y nada de lo que usted pueda decir me hará sentir peor de lo que me siento ahora. Puede reabrir la herida, pero no será más profunda. ¿Quiere saber lo que ocurrió? Yo era joven e inteligente y creía que podía cambiar el mundo. Acababa de licenciarme en medicina y empecé a trabajar en la empresa farmacéutica de Sanborne. Me aseguraron que podría dedicarme plenamente a la investigación que había seguido en paralelo a mis estudios de medicina. Tenía un doctorado en química y otro en medicina, y había comenzado a especializarme en trastornos del sueño porque mi padre había sufrido de insomnio y de terrores nocturnos a lo largo de casi toda mi infancia. Creí que podía ayudarle a él y a otros como él.

– ¿Cómo?

– Desarrollé un proceso para inducir químicamente en el sujeto de forma inmediata el estado de REM-4, el nivel más psicológicamente activo del sueño. Mientras se encontraba en ese estado, también era posible sugerirle al sujeto cosas para estimular los sueños agradables en lugar de los terrores nocturnos, incluso para curarlos del insomnio. Sanborne estaba muy ilusionado y entusiasmado. Me engañó para que pasara por encima de la FDA y me instalara en Amsterdam para hacer pruebas. Quería que se mantuviera en absoluto secreto hasta que estuviéramos seguros de que los resultados fueran tan prometedores como esperábamos. No tuvo que esforzarse demasiado para convencerme de ir por la vía rápida. Yo sabía que la FDA tardaba siglos en aprobar cualquier medicamento y tenía una confianza sin fisuras en la seguridad del proceso. Las pruebas resultaron ser sumamente exitosas. Personas que habían sido víctimas de terrores nocturnos toda su vida se liberaron de sus miedos. Se convirtieron en personas felices, más productivas, sin sufrir efectos secundarios visibles. Yo me creía en el cielo.

– ¿Y?

– Sanborne dijo que teníamos que disminuir el ritmo. Me relevó de la dirección de las pruebas e intentó convencerme de que le entregara las investigaciones que había llevado a cabo para el perfeccionamiento del REM-4. Cuando me negué, me marginó del proyecto. Yo estaba furiosa y me sentía frustrada, pero no sospeché de ninguna actividad criminal. -Sophie hizo una pausa-. Sin embargo, quería saber cómo iban las pruebas, así que una noche fui al laboratorio y miré los archivos. -Respiró con dificultad-. Puede imaginarse lo que encontré. Se estaban aprovechando de la vulnerabilidad que provocaba el fármaco para desarrollar el control mental. Descubrí una correspondencia entre Sanborne y un general, un tal Boch, acerca de las ventajas que ese control podría brindar en tiempos de guerra. Fui a ver a Sanborne y le dije que renunciaba, que me llevaba mi investigación y que me largaba. Estaba furioso, pero al cabo de un rato me dio la impresión de que se calmaba. Al día siguiente había dos abogados llamando a la puerta de mi casa. Me dijeron que ya que estaba contratada por Sanborne en aquel entonces, legalmente la investigación le pertenecía. Yo podía firmar un documento de renuncia o ir a juicio. -Sophie sonrió con los labios torcidos-. Ya se imagina qué posibilidades tenía contra los halcones de Sanborne, unos abogados implacables. No quise seguir adelante con la investigación. Era claro que, potencialmente, era demasiado peligrosa. Pero tampoco quería que Sanborne siguiera en la dirección que él había trazado. Le dije que iría a los medios de comunicación a denunciar lo que se proponía si seguía con los experimentos de control mental. Él dijo que estaba de acuerdo. Yo creí que había ganado. Conseguí otro empleo en un hospital universitario en Atlanta e intenté dejar todo aquello en el pasado.

– ¿Sin tener pruebas de que Sanborne estaba cumpliendo su palabra?

– Tenía amigos en el laboratorio. Había grandes probabilidades de que me lo dijeran si no cumplía.

– ¿Probabilidades?

– De acuerdo, me porté como una ingenua. Debería haber ido a los medios enseguida. Pero me había pasado la mayor parte de mi vida adulta estudiando medicina, y no quería estropear mis posibilidades. Aquellos abogados habrían hecho picadillo mi carrera profesional y mi vida -dijo, y respiró hondo-. Y los experimentos cesaron. Lo verifiqué periódicamente durante los seis meses siguientes, hasta que el proyecto se cerró.

– ¿Y después de los seis meses?

Sophie apretó la taza que tenía en las manos.

– Después de eso, ni siquiera tuve que preocuparme de que mi vida me fuera a explotar en la cara, porque ya había explotado. Un día fui a pescar con mi padre y mi madre. Jock le ha contado lo que ocurrió. Mi padre se volvió loco. En un momento dado, era cariñoso y estaba perfectamente sano y, al momento siguiente, acabó con la vida de la mujer a la que había amado casi toda su vida. Habría matado a mi hijo si yo no me hubiera interpuesto. La bala le dio a Michael de todas maneras, pero pasó a través de mí y fue desviada. Me desperté al día siguiente en el hospital. Me derrumbé cuando me enteré de lo ocurrido. No tenía sentido. Cosas como ésas no ocurrían. Acabé en un hospital psiquiátrico unos cuantos meses. -Sophie apretó los puños-. Fui débil y debería haberme conservado entera para ayudar a Michael, pero Dave nunca me dijo que tenía problemas. Yo tendría que haber estado a su lado.

– Fueron dos meses, Sophie -dijo Jock, con voz queda-. Y tú misma tenías unos cuantos problemas.

– No soy una niña -dijo ella, con voz dura-. Soy su madre y debería haber estado a su lado.

– Muy conmovedor -dijo Royd-. Pero me gustaría que volviéramos a Sanborne.

Dios, aquel tío era un cabrón, y era duro.

– Lamento hacerle perder su tiempo. No intentaba ganarme su simpatía -siguió Sophie-. No creo que la tenga. En realidad, nunca nos libramos de Sanborne. -Se llevó la taza a los labios-. Cuando estaba en ese hospital psiquiátrico, la única manera que tenía de sobrevivir era intentar entender qué había ocurrido. Me parecía increíble que mi padre de pronto se hubiera vuelto loco. Era un hombre… maravilloso, generoso y normal, en todos los sentidos -dijo, y guardó silencio-. Con la excepción de los trastornos del sueño que sufría desde que era un niño. Pero incluso esos problemas estaban mitigándose en los últimos meses. Había empezado a ver a un especialista nuevo, el doctor Paul Dwight. Lo investigué y vi que era un hombre muy respetado. Mi padre lo iba a ver con mucha más frecuencia que al último terapeuta y parecía que daba buenos resultados. Dormía bien por la noche y los terrores nocturnos eran menos frecuentes. Mi madre estaba muy contenta por él. Aquel último día parecía más descansado y contento de lo que yo recordaba haberlo visto. Y luego recordé lo descansados y contentos que parecían aquellos voluntarios en Amsterdam cuando seguían la terapia REM-4. -Sophie sacudió la cabeza-. Pensaba que había llegado a conclusiones falsas, que imaginaba y hacía conexiones ahí donde no existía nada. Pero tenía que asegurarme. Al fin y al cabo, ¿no sería la manera perfecta de deshacerse de mí? No tengo la menor duda de que mi padre habría vuelto el arma contra mí si antes no hubiera encajado la bala destinada a Michael. Todo el mundo ha oído hablar de locos que matan a toda su familia y luego se suicidan. Una tragedia familiar. No hay ningún asesino misterioso que justifique una investigación. Yo habría desaparecido y Sanborne tendría la libertad de seguir adelante con sus planes para el REM-4.

– ¿Y qué hizo usted?

– Cuando salí del hospital, revisé los papeles de mi padre y conseguí el nombre de su terapeuta. Llamé para pedir una cita. El teléfono había sido desconectado. El médico había muerto en un accidente de coche tres semanas antes.

– Qué conveniente -murmuró Jock.