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– ¿Y por qué no te pusiste en contacto conmigo? Maldita sea, sabías que yo buscaba esa información. Tardé meses en dar con ella.

– Estaba ocupado con Sophie. No quería interferencias.

– ¿Ocupado?

– Ella no conocía el alcance de los planes de Sanborne hasta que me conoció. Estaba bastante destrozada. Pensaba ir y cargarse a Sanborne ella sola -dijo, y sacudió la cabeza-. No podía dejarla hacer eso.

– ¿Por qué no?

– Porque me conmovió -dijo Jock, sin más-. Estaba llena de culpa y dolor y no podía enfrentarse sola a Sanborne y sus matones. Al principio, quería entrar en las instalaciones y destruir sus investigaciones del REM-4. Sin embargo, habían cambiado todos los códigos de seguridad y no lo consiguió. Así que eso no le dejaba más opción que cortarle la cabeza a la serpiente, esperando que eso destruyera el veneno.

– ¿Así que te pidió a ti que lo hicieras?

Jock volvió a negar con la cabeza.

– Está tan abrumada por la culpa por lo que ha contribuido a crear que no hay manera de que me deje matarlo a mí. Lo único que hizo fue pedirme que le enseñara cómo matar a un hombre.

– ¿Y lo hiciste?

– Sí, técnicamente es bastante buena. Es casi tan buena tiradora como yo. ¿Puede hacerlo? Ella cree que sí. Depende de cuánto odio tenga acumulado. El odio puede marcar la diferencia. -Miró a Royd fijo a los ojos-. ¿No es así?

Royd ignoró la pregunta.

– La verdad es que es culpable. ¿Cómo sabes que no participó en los planes de Sanborne desde el comienzo y que luego se pelearon?

– Confío en ella.

– Yo no.

– No soy ningún tonto, Royd. Me ha contado la verdad -dijo Jock, mirándolo fijo-. Pareces jodidamente frustrado. ¿Por qué te empeñas en creer que todavía trabaja para Sanborne?

– Porque era mi oportunidad de sonsacarle suficiente información como para localizar las fórmulas del REM-4 y cargarme a Sanborne y a Boch. Ahora me dices que es prácticamente una espectadora inocente. -Apretó con fuerza el puño-. No, no me lo trago.

– Lo harás. Eres demasiado inteligente como para que te cieguen tus ganas de hacer las cosas a tu manera. Simplemente tienes que acostumbrarte a la idea.

– Quizá.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó Jock, escrutándolo con la mirada.

– Desde que escapé de Garwood he tenido que enfrentarme a todo tipo de situaciones para sobrevivir y continuar la búsqueda de Sanborne. Tengo que hacer lo mismo en este caso. -Royd apretó los labios-. Estoy demasiado cerca, Jock. Si no puedo servirme de Sophie Dunston, no dejaré que se interponga en mi camino. No tendría ningún reparo en…

Sonó su teléfono móvil y Royd miró la pantalla. Era Nate Kelly.

– Toca madera para que Kelly haya averiguado quién es ese fiambre de la habitación -murmuró, mientras pulsaba la tecla para responder.

Sophie se detuvo un momento fuera de la habitación de Michael para respirar hondo y prepararse para volver a la cocina y enfrentarse nuevamente con Matt Royd.

El episodio de Michael de esa noche no había sido demasiado horrible y Sophie daba gracias a Dios por ello. La noche entera había sido un horror, y una noche traumática para Michael habría sido la guinda del pastel. Ella no habría sido capaz de soportarlo.

Sí, habría sido capaz. Qué débil era. Podía aguantar todo lo que la vida le lanzara.

Eso incluía a Royd, que la miraba con esa absoluta frialdad, y que la acusaba con una animosidad que no se molestaba nada en disimular.

Cuadró los hombros y se alejó por el pasillo hacia la cocina. Jock alzó la mirada al verla entrar.

– ¿Michael ha vuelto a dormirse?

Ella asintió con un gesto.

– No era demasiado grave. Me senté a hablar con él durante un rato y ha vuelto a dormirse.

– Bien -dijo Jock-. Esperemos que siga durmiendo. Tenemos unos asuntos de que ocuparnos. Royd acaba de recibir un correo de su topo en las instalaciones.

Ella miró enseguida a Royd.

– ¿Ha averiguado quién era el asesino?

– Uno de los guardaespaldas de Sanborne -dijo Royd-. Al menos así figura en los archivos del personal. Arnold Caprio.

– Caprio -repitió Sophie.

– ¿Ha oído hablar de él?

Ella sacudió la cabeza.

– Me parece que no. Pero el nombre me parece familiar…

– Piense.

– Se lo he dicho. No creo que lo haya… -dijo ella, y se interrumpió-. Sí. Ya sé quién… -Salió de la cocina, fue hasta el salón y abrió el cajón superior de una mesa de escritorio. La lista estaba dentro de una carpeta de cuero. La abrió y con el dedo índice siguió la lista.

El nombre de Arnold Caprio figuraba a la mitad. Sophie cerró los ojos.

– Dios mío.

– ¿Quién es?

Abrió los ojos y se giró para mirar a Jock y a Royd.

– Caprio era uno de los que figuraba en la lista que me dio Cindy de los hombres que habían pasado por los experimentos de Garwood. Sanborne lo habrá conservado cerca de él para tenerlo como guardaespaldas. Es evidente que lo usaba para deshacerse de las amenazas como yo. -Sophie tuvo que hacer un esfuerzo para parar de temblar-. Es más bien una ironía, ¿no le parece? Sanborne ha enviado a matarme a una de las víctimas de las que soy responsable.

– Tú no eres la responsable -dijo Jock-. Tú nunca quisiste que esto ocurriera. Intentaste detenerlo.

– Ve y cuéntaselo a Caprio. -Sophie miró a Royd-. O a Royd. Usted cree que soy responsable, ¿no?

Él la miró un momento y luego se encogió de hombros.

– No importa lo que yo piense en este momento. Tengo que decirle que Sanborne no siempre escogía a chicos jóvenes para entrenarlos como asesinos, como hacía Reilly. Él prefería tener una ventaja de partida. Creía que los experimentos funcionarían mejor con hombres que ya tenían una disposición innata a la violencia. Boch solía mandarle francotiradores militares y ex agentes de las fuerzas especiales, como yo. Se inventaba las llamadas misiones delicadas para transportarlos hasta allí y Sanborne mandaba luego a sus matones a buscarlos. Y sé que había dos traficantes de droga y al menos tres asesinos a sueldo entre los que estábamos en Garwood.

Ella se lo quedó mirando, sorprendida.

– Dios mío, ¿acaso pretende que me sienta mejor?

– No, usted me ha hecho una pregunta. Ahora yo le haré una a usted. Por lo visto, mi nombre no le dice nada. ¿No estaba en la lista?

Ella pensó en la pregunta un momento.

– No, pero el nombre de Jock sí estaba.

Royd se encogió de hombros.

– Quizá la lista sólo incluía a los reclutas de Sanborne y a los sujetos que él conseguía personalmente. Yo fui un regalo de su socio -dijo, y miró a Jock-. Será mejor que nos deshagamos de Caprio. ¿Conoces algún lugar?

– Las marismas que hay hacia el oeste -dijo Jock-. No lo encontrarán en meses, quizá en años.

– Anótame las instrucciones para llegar. Cogeré unas bolsas de basura de la cocina para envolverlo. Tú ve a dar una vuelta y asegúrate de que este barrio está tan dormido como parece antes de que lo traslade al coche.

– ¿Tiene que…? -Sophie volvió a hablar-. ¿No hay alguna manera de sacarlo de mi casa sin tener que dejarlo en un pantano para que se pudra?

– Sí -dijo Royd-. ¿Quiere usted que lo deje en el jardín de Sanborne? Sería un placer.

Sería capaz de hacerlo, pensó Sophie, y con toda esa salvaje expresión de goce que vio en su rostro.

– Eso ya se ve.

– Pero no sería inteligente -dijo Royd-. Una bofetada en la cara es una advertencia, y yo no quiero dar ninguna advertencia a Sanborne ni a Boch. Yo soy el que ha matado a Caprio y no necesito que nada se interponga en mi camino. Así que nos desharemos de él porque, si no, le daremos una ventaja a Sanborne. Puede que encuentre una manera de retorcer la situación para incriminarla a usted. Con su dinero y su influencia, es posible -dijo, haciendo un gesto para ponerse manos a la obra-. Y antes de que empiece a sentir lástima por esa basura, creo que debería mostrarle algo que he encontrado en el suelo de su habitación.