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Boch lanzó una imprecación.

– Te dije que tuvieras cuidado con él. Era un pobre asesino a sueldo del tres al cuarto cuando lo recogimos, y el REM-4 no lo hizo más inteligente.

– Pero lo hizo muy fiel a mí. Le dije exactamente lo que tenía que hacer, y lo hará. Los experimentos han demostrado que la inteligencia no siempre hace los mejores sujetos. Mira el caso de Royd.

– Fue el mejor sujeto que tuvimos jamás.

– Hasta que desapareció del entrenamiento como si jamás hubiera existido.

– No le fue tan fácil. Pero no estamos hablando de Royd. Quiero saber por qué Caprio no se ha puesto en contacto contigo. Manda a otro hombre a casa de Sophie.

– ¿Y correr el riesgo de que lo vean cuando descubran los cadáveres? Ni hablar. Esperaremos.

– Tú esperarás. Yo no tengo tanta paciencia. Tengo mis propios hombres, y no son los zombis que tienes tú. Te daré otras dos horas para que te ocupes de ella.

– ¿Por qué estás tan nervioso? Ella ni siquiera sabe de tu existencia. Me quiere a mí.

– ¿Y cómo se ha enterado de que el REM-4 se encontraba en estas instalaciones? Si ha averiguado eso, quizá también se ha enterado de nuestra relación. Deberías haberte deshecho de ella cuando la teníamos al lado.

– Había una posibilidad de que nos ayudara si le hubiera puesto las manos encima. El REM-4 no es perfecto y ella se largó con los resultados de la investigación en que trabajaba y que podrían haber aumentado por diez la eficacia, además de hacerlo más seguro.

– No hay nada perfecto. No la necesitábamos. No era el único pez en el mar. Lo que tenemos ahora es lo bastante bueno.

– Puede que tus clientes no piensen igual. Tres de cada diez acaban muertos o locos.

– Es un porcentaje de bajas aceptable. No puedo permitir que Sophie Dunston ande dando vueltas por ahí, espiando. Quedan tres meses para que me jubile y tengo que estar limpio si quiero conservar mis contactos.

Los valiosos contactos de Boch, pensó Sanborne, impaciente. Sin embargo, esas conexiones serían importantes para los dos. Aquel cabrón conocía a todos los militares corruptos en servicio, y sus vínculos en el extranjero tendrían una importancia vital una vez que el REM-4 empezara a funcionar. Tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar la compostura.

– Los conservarás. Por lo que más quieras, Caprio sólo se ha retrasado una hora respecto de los planes. ¿Por qué te pones tan nervioso?

Boch guardó silencio un momento.

– Mi informante en la CIA me ha llamado para decirme que Royd se ha marchado de Colombia.

– ¿Qué?

– Puede que no signifique nada. Que haya aceptado otro empleo. Hay una gran demanda de sus servicios.

– Me dijiste que mandarías a alguien para que acabara con él.

– Es lo que he hecho. Tres veces. Es muy bueno. Nosotros lo hicimos así.

– Y tú eres un imbécil.

– No toleraré que me hables de esa manera.

He herido el gigantesco ego de este idiota, pensó Sanborne, con amargura.

– Estaba fuera del país y era tu mejor oportunidad para cargártelo.

– Lo tenía controlado.

– Tan bien controlado que lo has dejado escapar. Joder, recuerdo cómo era en Garwood. ¿Bueno? El tío era un jodido especialista. No había nadie que superara a Royd.

– Yo lo encontraré -dijo Boch, y siguió una pausa-. Pero nunca vuelvas a hablarme de esa manera.

Sanborne vaciló. Mierda. Tenía que aplacar a ese hijo de puta.

– Lo siento.

– Y ocúpate de lo que te concierne. Puede que Sophie Dunston sea sólo una mujer, pero tenemos que eliminarla. Quiero estar libre y limpio antes de que nos instalemos en la isla -dijo, y colgó.

¿Acaso Boch creía que él no sabía eso? Sophie Dunston había sido una piedra en el zapato desde el momento en que había descubierto que él seguía adelante con los experimentos de Amsterdam. Desde entonces, le había parado los pies, pero ella no tenía intención de darse por vencida. Seguía buscando, escarbando, intentando encontrar a alguien que la escuchara.

Sin embargo, quizá se preocupaba por un problema que ya había sido solucionado.

Si Caprio le había dado a esa puta su merecido.

– ¿Ya está? -preguntó Jock a Royd cuando éste entró en la casa una hora y media más tarde.

Royd asintió con un gesto de la cabeza.

– Había más tráfico del que me imaginaba a esta hora -dijo. Miró a Sophie-. Tiene un aspecto lamentable. Vaya a dormir. Hablaremos más tarde.

Ella negó sacudiendo la cabeza.

– ¿Nadie lo ha visto?

– Nadie me ha visto. -Se volvió hacia Jock-. Ya te puedes marchar. Me quedaré y me aseguraré de que esté a salvo.

– Ése es mi trabajo.

– Dios mío, basta ya. Sé cuidarme sola -dijo Sophie, exasperada-. Los dos podéis… Michael.

– De acuerdo. Uno de los dos se queda. Lanzad una moneda al aire. -Se giró y fue hacia la puerta-. Estaré en la habitación de invitados, la del pasillo. No quiero volver a mi habitación todavía.

– Instalaré el monitor mientras te duchas -avisó Jock-. Y estaré pendiente de la alarma hasta que salgas del cuarto de baño.

– Gracias. -Sophie se alejó temblando por el pasillo y pasó junto a su habitación. Un santuario de comodidad y seguridad se había convertido en algo horrible en unos pocos, violentos minutos. No sabía si algún día podría volver a esa habitación y sentirse cómoda. No pienses en ello. Vete a dormir. Quizá fuera capaz de lidiar con ello cuando se despertara.

Tardó otra hora en dormirse. Permaneció tendida pensando, intentando elaborar un plan. No oía nada en la otra habitación. Quizá los dos se habían ido. No, Jock no la habría dejado…

Capítulo 5

– Despierte.

Michael.

Sophie se incorporó de un salto en la cama y se sentó tocando con los pies en el suelo. Estaba a punto de dejar la cama cuando alguien la empujó de vuelta hacia las almohadas.

– Tranquila. No pasa nada. Sólo es que tenía que despertarla -dijo Royd-. La he dejado dormir un par de horas, pero su hijo se despertará en cualquier momento y no quería asustarlo cuando viera que había un desconocido dentro de la casa. Supongo que no quiere que eso ocurra.

– Oh, no -dijo ella, vagamente, apartándose el pelo de la cara. Miró el reloj en la mesilla de noche. Eran las cinco de la madrugada-. No, no querría que Michael… -dijo, sacudiendo la cabeza para despejarse-. Pero Michael no se despierta hasta las siete.

– Bien. -Royd sirvió una taza de café de la cafetera que estaba en la mesilla y se la pasó-. Entonces tendremos un rato para hablar -dijo, y se sentó en la silla cerca de la cama-. Vuelva a la cama y tápese. Hace mucho frío.

– No tengo frío. -Era mentira. La camisa de hilo que llevaba apenas la calentaba, y el hecho de que estuviera física y emocionalmente agotada probablemente influía en su temperatura corporal-. Por lo visto, ha sido usted el que ha ganado con la moneda.

– Jock nunca se fiaría de la suerte. En realidad, se quería quedar conmigo. Pero lo persuadí y le dije que iba a hablar con usted de todas maneras y que necesitaba estar un rato solo -explicó, e hizo una mueca-. Desde luego, tuve que asegurarle que no perdería la paciencia ni le cortaría el cuello.

– Entiendo que eso le preocupara -dijo ella, seca-. Jock y yo nos hemos convertido en buenos amigos, y usted es un hombre con una gran rabia dentro. -Sophie se encogió de hombros, cansada-. Y esa rabia está dirigida a mí. Eso lo puedo entender.

– Excelente. Entonces estamos destinados a entendernos -Royd se inclinó hacia delante, cogió una manta y se la puso sobre las piernas desnudas-. Por Dios, tápese. Tiene la piel de gallina.

– Esperaba que nuestra conversación no durara demasiado. ¿Qué hay que decir? Le he hecho daño. Lo siento. Si pudiera hacer algo para compensárselo, lo haría -Los labios se le torcieron en una sonrisa sardónica-. Pero no puedo dejar que me mate. Tengo que pensar en Michael.