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– No me gusta esa palabra.

– Llamo a las cosas por su nombre. Sin embargo, la utilizaré a usted de todas las maneras posibles. De maneras que Jock probablemente no aprobaría.

– ¿Por ejemplo?

– Sanborne ha soltado a sus perros de presa tras de usted por algún motivo.

– Me ha dicho que quería asegurarse de que nadie en el FBI me prestara atención.

– Tampoco quería que sus clientes extranjeros le prestaran atención. Usted es la única que conoce la fórmula básica del REM-4. No tendría un producto exclusivo si usted estuviera de por medio.

Sophie le miró con los ojos muy abiertos.

– No habrá creído que me dedicaría a venderlo. Llevo años luchando contra él.

– Sanborne y Boch creen en el poder sublime de la corrupción, el principio en que se basaba Garwood. Suponían que existía una probabilidad de que, al final, usted sucumbiría. Es una amenaza demasiado grande para suponer cualquier otra cosa. Además, ha dicho que trabajaba en una idea para perfeccionarlo que haría al REM-4 más eficaz. A ellos les encantaría hacerse con la fórmula, lo cual significa que de ahora en adelante será un blanco de primer orden.

– ¿Y qué?

– Eso me conviene -dijo él, sin más-. Si de verdad quieren acabar con usted, la buscarán. Puede que cometan algún error. Puede que manden a alguien que tiene información que pueda usar -dijo, y la miró fijo a los ojos-. O puedo usarla a usted como cebo.

– ¿Y cree que yo lo dejaría?

– Sí, empiezo a conocerla. Me dejaría hacerle casi cualquier cosa si con eso puede expiar lo que usted considera pecados del pasado.

– Eso sería una tontería.

– Se prestaría a ello, ¿no?

Ella no contestó enseguida.

– ¿Por qué piensa eso?

– Porque nos parecemos más de lo que usted cree. En mi caso, estaría dispuesto a que me crucificasen si pudiera volver atrás las agujas del reloj. -Royd pronunció aquellas palabras con voz queda, pero ella volvió a ver esa pasión en su cara.

– ¿Por qué dice eso?

– Tuve que hacer una elección, y elegí mal. A usted le ocurrió lo mismo.

Sophie quería preguntarle cuál había sido esa elección, pero no tenía ganas de escuchar confidencias que harían más estrecha la relación. Sería como tener intimidad con un tigre.

No era la primera vez que pensaba en ese símil, recordó. Ahí sentado, enorme, poderoso, con aquella tensión disimulada apenas, volvió a rondarle la idea.

Tigre, tigre, luz llameante…

Sophie apartó la mirada.

– No llegaría a ese tipo de autoinmolación.

– Ya lo creo que sí. El REM-4 ha monopolizado su vida durante años -dijo Royd, y alzó la mano cuando ella quiso hablar-. Venga conmigo a terminar con el REM-4 o vaya usted sola a la caza de Sanborne, arriesgándose a que el REM-4 siga vivo. Me da igual.

– No diga esas chorradas. Sí que le importa.

Él sonrió apenas.

– Vale, me importa. Podría ponerme las cosas más fáciles. Quizá.

Ella guardó silencio un momento.

– ¿Qué dice Jock de todo esto?

– Jock se siente en medio de una disyuntiva. Tiene que volver a Escocia. Sabe que soy capaz de cuidar de usted. Sabe que puedo dejar de cuidarla, si me conviene. Tiene razón en las dos cosas.

No, Royd haría lo que quisiera. Pero lo que él se planteaba como objetivo era lo mismo que ella perseguía desesperadamente desde hacía años.

– Me lo pensaré.

– No tiene mucho tiempo. Quiero que salga de aquí. Calculo que nos quedan un par de horas antes de que Sanborne envíe a alguien a ver qué ha pasado con Caprio. Puede que ya sepa que Caprio tuvo problemas y que le haya encomendado su misión a otra persona.

– Tengo un empleo. No puedo desaparecer sin más.

– Llame y diga que está enferma. Usted es médico. Invéntese algún síntoma convincente.

– No miento.

– Yo sí, cuando de eso depende salvar el culo. -Royd se incorporó-. Echaré una mirada afuera para comprobar. Tenga el móvil cerca -dijo, y le entregó una tarjeta con el número de su móvil-. Me mantendré a una distancia en que pueda oírla gritar. Si no sé nada de usted, volveré en una hora. Puede presentarme a su hijo para que se sienta tranquilo conmigo. En su lugar, no lo dejaría ir al colegio. Puede que no sea seguro.

Sophie se estremeció de pies a cabeza.

– Me lo pensaré. Pero él no lo entenderá.

– No le conviene que entienda nada. Ya tiene suficiente -dijo, y frunció el ceño-. Puede que sea un problema. Tendré que pensar en algo.

– Usted no tendrá nada que ver con mi hijo. A él no lo va a usar.

Él sonrió desganadamente.

– ¿Lo ve? Ya ha reconocido que me dejará usarla a usted. El supremo poder de la culpa.

Ella se lo quedó mirando, como asombrada.

– Creo que puede ser un hombre realmente horrible, Royd.

– Y yo creo que quizá tenga razón -dijo él, yendo hacia la puerta-. ¿Y a quién le gustaría tener a su lado para librarla de otro hombre, todavía más horrible? Ni siquiera tendrá que preocuparse de quién de nosotros la palme. -Le lanzó una mirada por encima del hombro-. Prepararé algo más de café. Luego llamaré a Jock y le diré que vuelva. Querrá que usted le diga que no le importa que vuelva con MacDuff.

– Eso ya se lo he dicho.

– Pero ahora tiene un argumento más convincente.

– Todavía no he tomado ninguna decisión, Royd.

– Entonces, tómela. Soy su mejor baza. Incluso le prometo que ni su hijo ni usted morirán si hace lo que le digo.

Sophie oyó sus pasos en el pasillo y luego la puerta de entrada que se cerraba a sus espaldas. Dios mío.

Apoyó la cabeza en la almohada y pensó en las palabras de Royd. Antes de que él apareciera, había creído que al matar a Sanborne acabaría con toda la miseria que ella misma había iniciado. Ya no lo creía así. Todo iba a ser mucho más complicado e intrincado de lo que había imaginado.

Pero no estaría sola.

Royd se había propuesto ir a por Sanborne con o sin ella. Era ella la que estaba siendo manipulada para hacer lo que Royd quería. No, eso no era verdad. Quizá él intentaría obligarla y utilizarla, como le había dicho, pero no habría culpa en que ella lo utilizara a él.

No podía seguir descansando. Estaba demasiado tensa. Dejó la cama y fue hacia el cuarto de baño. Quince minutos más tarde, ya vestida, se dirigió a la cocina.

Se detuvo al llegar a la puerta.

Aquel tipo era un manipulador hijo de puta.

En el mostrador de la cocina, junto a la cafetera, donde Royd sabía que ella las vería, había dejado las dos sogas que Jock había tirado a la papelera.

– Vale, allí ya no te necesitan -dijo MacDuff-. Vuelve a casa, Jock.

– Sanborne se está moviendo. Ha intentado matarla.

– Y Royd lo ha impedido. Me has dicho que Royd garantizaba su seguridad. ¿No confías en él?

– Confío en el hombre que conocí hace un año. Creo que confío en el hombre que es ahora, pero no es mi vida la que está en juego. ¿Puedes llamar a Venable, de la CIA, y ver si puedes conseguir un informe reciente sobre él?

– Venable no trabaja en América del Sur. Y, además, ha sido ascendido desde que ayudó a deshacerse de Reilly. Puede que no quiera arriesgar su empleo revelando información reservada.

– Convéncelo. Tiene que tener contactos en Colombia. Necesito saberlo.

– Y si el informe es favorable, ¿volverás a casa?

Jock guardó silencio un momento.

– Durante un tiempo. Tengo que ver qué tal van las cosas.

MacDuff masculló una imprecación.

– Jock, no es… -dijo, y calló-. Te volveré a llamar enseguida -añadió, y colgó.

Jock desconectó su teléfono y se incorporó. Se ducharía y volvería a casa de Sophie. Según Royd, le había sugerido que se quedara en casa y que no dejara salir a Michael, pero Royd no conocía a Sophie. Ella haría lo que considerara más conveniente, sin importar las órdenes de Royd.