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Capítulo 1

Dos años después.

Hospital universitario de Fentway.

Baltimore, Maryland.

– ¿Qué pasa? Se supone que no deberías estar aquí.

Sophie Dunston alzó la mirada del gráfico y vio a Kathy VanBoskirk, la enfermera jefa del turno de noche, observando desde el umbral.

– Es un estudio de una apnea durante la noche.

– ¿Has trabajado todo el día y ahora haces el seguimiento durante toda la noche? -Kathy entró en la habitación y miró la cama al otro lado del doble panel de vidrio-. Ah, es un bebé. Ahora entiendo.

– Ya no tan bebé. Se llama Elspeth y tiene catorce meses -dijo Sophie-. Dejó de tener episodios hace unos tres meses, y ahora vuelve a tenerlos. Simplemente para de respirar en medio de la noche y el médico no puede descubrir a qué se debe. Su madre está enferma de los nervios.

– ¿Y dónde está, entonces?

– Trabaja por la noche.

– Tú también. Día y noche -dijo Kathy, mirando al bebé que dormía-. Dios, qué guapa es. Me pone a funcionar el reloj biológico. El mío ahora tiene quince y no tiene nada de tierno. Espero que vuelva a convertirse en un ser humano de aquí a seis años. ¿Crees que tengo una oportunidad?

– Don es el adolescente típico. Lo conseguirá -Sophie se frotó los ojos. Era como si tuviera arena. Eran casi las cinco y el estudio del sueño estaba a punto de acabar. Y luego se ocuparía de la tarea pendiente al comienzo de su lista, antes de meterse en la cama y dormir unas horas. Después, tenía que volver a su sesión de la una con el hijo de los Cartwright-. Y la semana pasada, cuando lo trajiste al despacho, se ofreció para limpiarme el coche.

– Lo más probable es que tuviera la intención de robarte algo -dijo Kathy, con una mueca-. O puede que quisiera ligar con una mujer mayor. Dice que te encuentra guapa.

– Sí, claro. -En ese momento, Sophie se sentía con más años de los que tenía, desaliñada y más fea que un pecado. Giró el gráfico que tenía en las manos y estudió el historial médico de Elspeth. La pequeña había tenido un episodio de apnea hacia la una de la madrugada y, desde entonces, nada. Quizá hubiera algo en aquel historial que le ayudara a entender mejor…

– Tienes un mensaje en la sala de enfermeras -avisó Kathy.

Sophie se puso tensa.

– ¿Es de casa?

Kathy se apresuró a sacudir la cabeza.

– No. Dios, lo siento. No era mi intención asustarte. No lo pensé. El mensaje lo han dejado durante el cambio de turno, a las siete, y se han olvidado de dártelo -dijo, y siguió una pausa-. ¿Cómo está Michael?

– A veces terrible. A veces bien. -Sophie intentó sonreír-. Pero maravilloso, siempre.

– Sí, es verdad -asintió Kathy.

– Pero de aquí a cinco años me estaré tirando de los pelos, como tú -dijo, y cambió de tema-. ¿De quién es el mensaje?

– Es Gerald Kennett, otra vez. ¿No piensas devolverle la llamada?

– No -dijo Sophie, mientras revisaba la lista de los medicamentos de Elspeth. Quizá se tratara de una alergia.

– Sophie, no te perjudicaría en nada hablar con él. Te ha ofrecido un empleo por el que te pagan más en un mes que en todo un año aquí en la universidad. Y hasta puede que suba su oferta, ya que no deja de llamarte. Yo no me lo pensaría dos veces.

– Entonces, llámalo tú. Me gusta mi trabajo aquí, y me gusta la gente de mi equipo. No quiero tener que responder ante una empresa farmacéutica.

– Antes trabajabas para una.

– Cuando me licencié de la facultad de medicina. Fue un grave error. Creí que me dejarían la libertad de investigar sin trabas. Eso no ocurrió, y ahora prefiero dedicarme a la investigación en mi tiempo libre. -Dibujó un círculo en torno a un medicamento en el historial de Elspeth-. Y he aprendido más a tratar con las personas aquí de lo que aprendería jamás en un laboratorio.

– Como con Elspeth -dijo Kathy, que miraba al bebé-. Se está agitando.

– Sí, está en fase no REM desde hace cinco minutos. Casi ha acabado. -Sophie dejó el gráfico y se dirigió a la puerta que daba a la sala de pruebas-. Tengo que entrar y quitarle esos cables, antes de que se despierte. Si se despierta sola, tendrá miedo.

– ¿A qué hora se supone que viene la madre?

– A las seis.

– Va contra las normas. Se supone que los padres deben venir a buscar a sus hijos al final de la sesión, y ésta acaba a las cinco y media.

– Al diablo con las normas. Por lo menos, la madre se preocupa lo bastante como para que le hagamos las pruebas a su bebé. A mí no me importa quedarme.

– Ya lo sé. Serás tú la que empiece a tener terrores nocturnos por la noche si te empeñas en no dormir y acabas agotada.

Sophie hizo la señal para mantener a los demonios a raya.

– Ni me hables de ello. Dile a la madre de Elspeth que venga en cuanto llegue, ¿vale?

– Te he asustado -dijo Kathy, con una risilla.

– Sí, me has asustado. No hay nada peor que sentir terror por la noche. Créeme. Yo lo he vivido. -Entró en la habitación de Elspeth y se acercó a la cuna. Sólo tardó unos minutos en desconectar los cables. La pequeña tenía el pelo oscuro, como su madre, y una piel sedosa de color oliva, ahora enrojecida en medio del sueño. Sophie sintió una calidez familiar mientras la contemplaba-. Elspeth -murmuró-. Vuelve a nosotros, cariño. No te arrepentirás. Hablaremos y te leeré un cuento y esperaremos a tu mamá…

Kathy pensó que debía volver a su puesto, mientras observaba a Elspeth y a Sophie a través del vidrio. Sophie había cogido al bebé y lo había arropado con una manta y, en ese momento, estaba sentada en la silla mecedora con la pequeña en el regazo. Le hablaba y la mecía y la expresión de su rostro era dulce, viva y afectuosa.

Kathy había oído a otros médicos describir a Sophie como una mujer brillante e intuitiva. Tenía un doble doctorado en medicina y química y era una de las mejores terapeutas del sueño de todo el país. Pero Kathy prefería a esta otra Sophie. La que se acercaba a sus pacientes y, aparentemente sin esfuerzo, los tocaba con su magia. Incluso su hijo adolescente había respondido a esa calidez el día que la conoció. Y Don era un chico decididamente exigente. Desde luego, era probable que el hecho de que Sophie fuera rubia, alta y delgada, además de tener un ligero parecido con Kate Hudson, tuviera mucho que ver con la admiración de su hijo. A Don no le iban las mujeres maternales. A menos que se tratara de Madonna, a quien tenía en las tapas de sus cuadernos.

Pero Sophie no se parecía a Madonna más de lo que se parecía a una estatua de la virgen María. En aquel momento, era muy humana y estaba llena de amor.

Y de fuerza. Sophie tenía que ser una mujer muy fuerte para haber superado el infierno que le había tocado vivir en los últimos años. Se merecía un respiro. A Kathy le habría gustado que cogiera el empleo que le ofrecía ese Kennett, que cobrara una buena pasta y se olvidara de la responsabilidad.

Y luego, cuando volvió a mirar su expresión, sacudió la cabeza. Sophie no renunciaría a su responsabilidad. No con ese bebé, ni con Michael. No iba con su naturaleza.

Qué más daba, quizá Sophie tuviera razón. Quizá el dinero no fuera tan importante como lo que recibía cuando estaba ahí dentro, con esa pequeña.

– Adiós, Kathy -se despidió Sophie al ir hacia los ascensores-. Ya nos veremos.

– Si tienes dos dedos de frente, espero que no. Tengo turno de noche todo este mes. ¿Has encontrado algún motivo que explique el aumento de la apnea?

– Voy a cambiar uno de los medicamentos. En el caso de Elspeth, es casi todo ensayo y error. -Dio un paso para entrar en el ascensor-. Sólo tenemos que hacer un seguimiento hasta que, con el tiempo, lo supere.

Se apoyó contra la pared del ascensor cuando las puertas se cerraron. Cerró los ojos. Estaba demasiado cansada. Debería ir a casa y olvidarse de Sanborne.

Deja de portarte como una cobarde. No, señor, todavía no se iría a casa.