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– Mamá, ¿qué…? -balbuceó Michael, mientras le obedecía y bajaba del coche.

– Bien. -Royd se había puesto al volante-. Ahora, llévelo a mi coche, el Toyota marrón claro que está aparcado en la calle. Las llaves están en el contacto. Sáquelo de aquí. Yo la llamaré cuando sea seguro volver.

Sophie vacilaba.

– Salga de aquí, rápido.

Sophie cogió a Michael y corrieron hacia el Toyota. Al cabo de un momento avanzaban hacia la calle siguiente.

– Mamá, ¿quién era…?

– Calla. -Sophie tenía la mirada fija en el retrovisor. ¿Qué diablos…? Vio que su coche avanzaba hacia el garaje abierto. Mientras miraba, de pronto el coche se abalanzó hacia delante.

Royd saltó del vehículo y rodó varias veces por el césped del jardín mientras el coche entraba en el garaje.

¿Pero qué…?

Michael miraba por encima del hombro.

– ¿Qué está haciendo? ¿Por qué nos ha dicho que…?

De pronto, la casa explotó.

Los vidrios del Toyota vibraron con la onda expansiva. Llamas.

Trozos de madera, puertas y vidrios volaron y quedaron esparcidos por el césped.

¡Royd!

¿Dónde estaba Royd?

Sophie lo había visto tirado sobre el césped, pero ahora un humo negro se elevaba por encima del desastre y el césped estaba cubierto de vigas ardiendo.

Sonó su teléfono.

– Dé la vuelta a la manzana y vaya hasta el final de la calle -dijo Royd-. No se detenga hasta llegar. La estaré esperando.

– ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha hecho?

Royd había colgado.

Ella dejó el móvil y giró al final de la calle. Vio a la gente que salía de sus casas y corría hacia el infierno en que se había convertido la suya.

Su hogar. Y el hogar de Michael.

Sophie miró a su hijo. Estaba pálido y sujetaba con fuerza la mochila escolar.

– Aguanta, Michael. Estamos a salvo.

Él sacudió la cabeza cuando se giró para mirar hacia delante. Era probable que se encontrara en estado de shock. ¿Quién se lo iba a reprochar? Ella estaba igual. Royd esperaba en la esquina. Sophie se detuvo junto al bordillo. Él subió rápidamente al asiento trasero.

– Siga. Salga de aquí. No quiero que la vean.

Sophie oyó el ulular de la sirena cuando aceleró.

– ¿Por qué no?

– Ya le contaré. Salga del barrio y gire a la izquierda en el cruce. -Royd abrió el teléfono móvil y marcó un número-. Se ha desatado el infierno, Jock. Nos encontraremos en La Quinta Inn en la autopista Cuarenta -dijo, y colgó-. Deténgase a un lado y usted y el chico siéntense aquí atrás. Yo conduciré.

– Deje de darme órdenes, Royd -dijo Sophie, intentando serenar la voz-. Lo único que necesito de usted son respuestas.

– Puede que eso no sea lo que necesita el niño -dijo él, con voz queda-. Y a él no puedo ayudarlo en este momento.

Tenía razón. Michael acababa de ver cómo su casa volaba por los aires, y Sophie entendía que había quedado aturdido y en estado de shock. Michael la necesitaba, era verdad. Se detuvo en el bordillo.

– Venga, Michael. Nos sentaremos atrás.

Él no se resistió, pero cuando le obedeció sus movimientos eran rígidos y faltos de coordinación.

– Está bien, Michael. -Era mentira-. No, no está bien -se corrigió, y lo abrazó por los hombros-. Es terrible, pero encontraremos una manera de arreglarlo.

Michael no la miró. Tenía la mirada clavada en Royd cuando éste se puso al volante.

– ¿Quién es?

– Se llama Matt Royd.

– Ha hecho volar la casa.

– No, no ha sido él. Él no quiere hacernos daño.

– Entonces, ¿por qué…?

– Te lo explicaré cuando yo misma lo sepa. ¿Puedes esperarte hasta que lleguemos al motel y tengamos un momento para saberlo? Jock se reunirá con nosotros.

Michael asintió lentamente con la cabeza.

– Bien. -Sophie se reclinó en el asiento y lo abrazó-. No dejaré que nada te haga daño, Michael.

Él alzó la cabeza para mirarla a los ojos.

– ¿Crees que soy tonto? No tengo miedo de que algo me ocurra a mí. Eres tú, mamá.

Ella estrechó su abrazo.

– Lo siento -dijo, y carraspeó-. Vale, tampoco dejaré que nada malo me ocurra a mí -dijo. Alzó la cabeza para mirar a Royd por el retrovisor-. Llévenos a ese motel, Royd. Mi hijo y yo queremos respuestas.

– Espere aquí. -Royd bajó del coche y se alejó a grandes zancadas hacia la recepción del motel. Al cabo de cinco minutos, volvió y subió al coche-. Habitación cincuenta y dos. Primer piso. Queda al final del edificio. Nadie ocupa las habitaciones contiguas. He pagado para que así sea.

Royd aparcó el coche en la plaza frente a la habitación y le entregó la llave.

– Cierre la puerta con llave. Entre y ocúpese del niño. Yo esperaré a Jock.

– No soy el niño -dijo Michael-. Me llamo Michael Edmunds.

Royd asintió con la cabeza.

– Lo siento. Yo me llamo Matt Royd -dijo, y le tendió la mano-. Las cosas están un poco agitadas en este momento, pero eso no es motivo para que te trate como si no estuvieras. ¿Podrías llevar a tu madre a la habitación y darle un vaso de agua? Parece un poco aturdida.

Michael se quedó mirando la mano que le tendía Royd y luego, lentamente, tendió la suya para estrecharla.

– No es de extrañar -dijo, con voz grave-. Pero se pondrá bien. Es muy dura.

– Ya me he dado cuenta -dijo Royd, y miró a Sophie-. Y creo que su hijo Michael también es muy duro. Sería una buena idea contarle toda la verdad.

Sophie bajó del coche.

– No necesito consejos sobre cómo comunicarme con mi hijo. Vamos, Michael.

– Espera. -Michael seguía mirando a Royd-. Si usted no voló nuestra casa, lo hizo alguien, ¿no? ¿No ha sido un accidente?

Royd no vaciló en contestar.

– Exactamente. No ha sido un accidente. Querían que pareciera un accidente.

– Basta -dijo Sophie.

Royd se encogió de hombros.

– Por lo visto, cometo un error tras otro.

– Será un error muy grave si no vuelve pronto y me cuenta exactamente lo que está ocurriendo -dijo. Miró a Michael-. Quiero decir, nos cuenta.

Él sonrió apenas.

– Ya había entendido que eso es lo que quería decir. Volveré en cuanto llegue Jock.

– Más le vale. -Sophie fue hasta la puerta y le quitó el cerrojo-. Estoy harta de que se me deje de lado, Royd.

– Dijo que cerráramos con llave -observó Michael cuando ella cerró de un portazo.

– Eso pensaba hacer -dijo ella, echando el cerrojo.

– Estás enfadada con él. -Michael la observaba atentamente-. ¿Por qué?

– ¿Porque hace cosas que no me agradan?

– ¿No nos ha salvado la vida?

– Sí.

– Pero a ti no te gusta.

– No lo conozco bien. Pero es una de esas personas que te arrollan si no te apartas de su camino.

– A mí tampoco me gustaba demasiado al principio, pero no está tan mal.

– ¿Qué?

– Oh, no es como Jock -se apresuró a explicar Michael-. Pero es como si me hiciera sentirme seguro. Como Schwarzenegger en la peli que vi en casa de papá, Terminator.

Era lo que hacía Dave, dejarle ver películas que ella tenía en su lista prohibida.

– Royd no es ningún Terminator del futuro -Era curioso que Michael hubiera percibido aquella violencia letal que había en Royd, pero quizá no estaba mal que algo o alguien pudiera brindarle esa sensación de seguridad en esos momentos-. Pero puedes sentirte seguro con él. Perteneció a las fuerzas especiales de la marina, y sabe lo que hace.

– ¿Las fuerzas especiales?

Sophie vio que aquello lo impresionaba. Quizá demasiado.

– Siéntate e intenta descansar. Hemos tenido una noche muy agitada.

Michael negó con la cabeza.

– Tú siéntate -dijo, y fue hacia el baño-. El señor Royd dijo que te diera un vaso de agua.

– El señor Royd es un… -dijo ella, y calló. Mantener a Michael ocupado dándole ese rol protector era lo más indicado. Así, dejaría de pensar en las últimas horas. Se dejó caer en una silla junto a la cama-. Gracias, me sentaría bien.