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Él le pasó el vaso de agua y se sentó en la cama.

– De nada. -Su expresión era muy seria-. Y el señor Royd tenía razón. Tengo que saber qué está ocurriendo para que pueda ayudar, mamá.

Dios mío, Michael no hablaba para nada como un niño.

Pero eso no significaba que ella pudieraa hablarle de todos aquellos horrores.

Sin embargo, el horror había tocado a la puerta de su casa nuevamente. Si no le contaba al menos una parte de la historia, corría el riesgo de que Michael se hundiera aún más en sus terrores nocturnos. Lo desconocido era a veces peor que enfrentarse a la realidad. No sabía qué sería mejor para él.

– Mamá. -Michael la miraba con expresión tensa y ojos implorantes-. No me dejes fuera. Tengo que ayudarte.

– Michael. -Sophie tendió la mano para acariciarle la mejilla. Dios, cómo lo quería. ¿Qué se suponía que debía decirle? ¿Que su madre había estado dispuesta a matar a un hombre? ¿Que la noche anterior un hombre había intentado matarlos a los dos, a sólo unos metros de donde él dormía? Vale, había que saltarse esa parte de la historia y sólo darle a conocer el trasfondo. Aquello ya era bastante duro-. Hace años, estaba muy preocupada por tu abuelo. Es probable que no lo recuerdes, pero el abuelo tenía sueños horribles. Un poco como tú. Y no dormía demasiado. Yo tenía muchas ganas de ayudarlo. Así que empecé a trabajar en un…

– ¿Fue ese hombre, Sanborne, el que hizo volar nuestra casa? -inquirió Michael.

Sophie asintió.

– Es probable. Al menos, él dio la orden.

– Porque quería matarte. ¿Porque te odia?

– Creo que ni siquiera me odia. A su manera, sólo desea borrar del mapa a cualquiera que sepa de la existencia del REM-4.

– Pues yo sí lo odio a él -dijo Michael, cuyos ojos brillaban como ascuas-. Quisiera matarlo.

– Michael, te entiendo. Pero tengo que asumir una parte de la culpa. No es…

– Él hizo daño al abuelo y a la abuela y a toda esa gente. Te hizo daño a ti -dijo, y se lanzó a sus brazos-. No es culpa tuya. No es tu culpa. Él lo hizo. Él lo hizo todo.

Sophie sentía las lágrimas contra la mejilla mientras lo abrazaba.

– Será castigado, Michael. Como te he dicho, es difícil encontrar una manera de castigarlo.

– ¿Por qué? Se supone que los buenos tienen que ayudar. Se supone que los buenos ganan.

– Ganaremos. -Sophie lo apartó para mirarlo a la cara-. Te lo prometo, Michael -Tenía que hacérselo creer-. Ganaremos, sí.

– Él hizo volar nuestra casa -dijo él, enfurecido-. ¿Por qué no vamos y volamos la suya?

Dios mío.

– ¿Ojo por ojo?

– Ya lo creo que sí. El señor Royd lo haría. ¿Por qué no se lo preguntamos?

– Tenemos muchas cosas que preguntarle. No creo que ésa sea una de ellas. -Sophie lo besó en la frente. Era el momento de volver a las cosas normales y cotidianas, si quería que Michael pasara una noche sin problemas-. Ahora, ve a lavarte la cara. Ninguno de los dos comió mucho a la hora de la cena. Llamaré a Domino’s para que traigan una pizza.

– Yo no tengo hambre -dijo Michael, frunciendo el ceño-. Pera tú deberías comer. Llama.

– Gracias. Supongo que tú también podrás comer un trozo. Echaré una mirada afuera y le preguntaré a Royd si quiere comer con nosotros -dijo, y se dirigió a la puerta-. Y Jock debería llegar pronto, también. A él le gusta de salchichón y pimientos, ¿no?

– Con champiñones. -Michael fue hacia el cuarto de baño-. Vuelvo enseguida.

Michael reaccionaba más normalmente de lo que había esperado, pensó Sophie, aliviada, cuando abrió la puerta. Creía que el miedo sería la respuesta primaria, pero lo había subestimado. Primero había sufrido aquel estado de shock, luego la rabia y después había dominado esa actitud protectora.

Royd y Jock estaban sentados en el Toyota de Royd y los dos bajaron del coche al verla.

– Lo siento, Sophie -dijo Jock, con voz queda-. Tiene que haber sido terrible para ti y para Michael.

– ¿Cómo está? -preguntó Royd.

– Está bien. -Sophie respiró hondo-. No, no está bien. Le agradará saber que he tenido una conversación con él.

– ¿Se lo ha contado todo?

– Casi todo. No tenía para qué saber lo de Caprio -explicó Sophie, y miró a Jock-. O lo que Sanborne os hizo a ti y a Royd. Hablé en un sentido general.

– Bien -dijo Royd-. Nos podría haber confundido con los malos. Seguro que está muy desorientado.

Ella sonrió con una mirada triste.

– Lo bastante confundido como para pensar que usted es Terminator. Le he dejado muy claro que usted es un hombre de carne y hueso.

– No es una mala comparación -dijo Jock, riendo por lo bajo-. Terminator protegía al chaval en las últimas dos películas.

– Y era un malo consumado en la primera. Estoy segura de que te prefiere a ti, Jock -dijo Royd-. Tú eres el puño de hierro con el guante de terciopelo.

– Yo también estoy seguro de que me prefiere a mí -dijo Jock-. ¿Qué es lo que no te gusta?

Sophie lo miró con ojos fríos.

– El hecho de que vosotros dos estéis sentados aquí fuera haciendo planes antes de entrar a hablar conmigo.

– Es verdad -dijo Jock-. Pero también pensamos que quizá necesitarías más tiempo con Michael.

Sophie se volvió hacia Royd.

– ¿Cómo sabía que la casa iba a volar por los aires?

– No lo sabía. Pensé que había muchas probabilidades. Era una coincidencia demasiado rara que hubiera una fuga de gas la noche después de un intento fallido contra usted.

– La fuga era a cuatro manzanas de distancia.

– Y entonces usted se sentiría más confiada. Sin embargo, cuando la casa estallara, todo parecería menos sospechoso a la policía -dijo, e inclinó la cabeza a un lado-. ¿Acaso no le ha parecido sospechoso?

– Sí, pensaba llamar a la compañía de gas en cuanto entrara en el garaje.

– No habría alcanzado a entrar en la casa. El garaje estaba lleno de gas. Había un mecanismo en el suelo que soltaría una chispa cuando la rueda pasara por encima. Una sola chispa habría bastado.

– ¿Cómo lo sabe?

– Es lo que habría hecho yo. Para eso nos entrenaron -dijo Royd, después de un breve silencio.

Sophie se sintió impresionada. No debería estar tan asombrada, pensó, y desvió la mirada.

– Desde luego -dijo.

– No aparte la mirada de mí. -De pronto, la voz de Royd se había vuelto dura-. Será mejor que esté jodidamente contenta de que yo supiera lo que estaba ocurriendo, o usted y su hijo estarían muertos.

Ella se obligó a volver a mirarlo.

– Me alegro de cualquier cosa que mantenga vivo a Michael. Y no tengo ningún derecho a condenar aquello que yo misma contribuí a enseñarle.

– Maldita sea, no quise decir… No era mi intención…

– Eso no significa que no esté furiosa porque usted haya dejado que mi casa saltara por los aires. Si había adivinado lo que iba a ocurrir, nos podría haber dicho a mí y a Michael que saliéramos del coche. No tenía que soltar los frenos y lanzarlo hacia el garaje. Usted quería que la casa explotara.

– Es verdad, es lo que quería.

– ¿Por qué? ¿Y por qué nos dijo a Michael y a mí que escapáramos? ¿Por qué no quería que nos vieran?

– Pensé que tendríamos una ventaja si todos creían que habían muerto.

– ¿Qué tipo de ventaja?

– Tiempo.

Sophie pensó en su respuesta.

– Sin embargo, cuando busquen entre las ruinas, sabrán que no estábamos dentro.

– Eso llevará un tiempo. Ese incendio seguirá ardiendo un buen rato porque fue alimentado por el gas. Y luego estará demasiado caliente para examinar las cenizas, hasta que estén seguros de que no hay peligro y de que no hay bolsas de gas que exploten y hieran a los bomberos. Fue una explosión terrible y se convencerán de que si usted estaba en el interior, no podrá haber sobrevivido. Cualquier búsqueda estará destinada a encontrar restos humanos y tardarán mucho tiempo en estar absolutamente seguros. Si hemos tenido suerte y no la han visto escapar, tendremos una oportunidad.