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– ¿Una oportunidad para qué?

– Para sacar a Michael de aquí -dijo Jock-. Para alejar a Michael de ti, Sophie.

Sophie se tensó enseguida.

– ¿De qué hablas?

– Michael ha estado a punto de morir dos veces en las últimas veinticuatro horas, y ni siquiera era el blanco. Mientras permanezca a tu lado, correrá peligro.

– ¿Queréis que lo mande a algún sitio? -preguntó ella, con los puños apretados-. No puedo hacer eso. Me necesita.

– Necesita seguir vivo -dijo Royd-. Y usted necesita libertad de movimientos sin tener que preocuparse de él.

– Usted cállese. Esto no le concierne. Usted no sabe… -dijo Sophie, y calló. La verdad era que le concernía. Ella lo había provocado al destruir su vida con la invención del REM-4-. Usted no ha estado con él cuando sufría sus terrores nocturnos.

– Yo sí -dijo Jock-. Confías en mí, ¿no?

– ¿A qué te refieres?

– Quiero llevarme a Michael al castillo de MacDuff.

– ¿A Escocia? Ni hablar.

– Allí estará seguro. MacDuff se asegurará de ello -dijo, y sonrió-. Yo mismo velaré porque así sea. Y yo he cuidado de Michael cuando ha tenido sus terrores nocturnos y tú trabajabas. Nos entendemos.

Michael a miles de kilómetros de distancia.

– Estaría muerta de miedo.

– Entonces será mejor que decida qué es más importante para usted -sentenció Royd-. Les he prometido mantenerlos a salvo, pero esto me facilitaría mucho las cosas.

Sophie cerró los ojos, dominada por la sensación de un miedo enfermizo. Rara vez había estado separada de Michael por más de ocho kilómetros desde que saliera del hospital, después de la muerte de sus padres.

– Es mi hijo. Yo puedo cuidar de él.

Ninguno de los dos hombres le contestó.

Todo había sido dicho. Sophie se portaba como una bruja egoísta en nombre del amor maternal. No podía hacerle eso a Michael. Abrió los ojos.

– ¿Has hablado con MacDuff de esto?

– Sí -dijo Jock-. En cuanto Royd me llamó y me contó lo que ocurría. MacDuff no puso reparos.

– Eso no basta. No quiero que Michael sea aceptado a regañadientes.

Jock negó sacudiendo la cabeza.

– Si el terrateniente se ha comprometido, eso no ocurrirá. Aceptará a Michael como uno de los suyos. -Jock hizo una mueca-. Y, créeme, MacDuff tiene un profundo sentido de la familia.

– Tengo que hablar con él.

– Ya me había imaginado que querrías. ¿Te parece bien mañana? MacDuff ha dispuesto lo necesario para que Michael y yo partamos mañana a las nueve en un avión privado.

Santo Dios, todo estaba ocurriendo demasiado rápido.

– Michael ni siquiera tiene pasaporte.

– MacDuff ha enviado un pasaporte británico para él esta noche.

– ¿Qué?

– Bajo el nombre de Michael Gavin -anunció Jock, y sonrió-. Es mi primo.

– ¿Un pasaporte falso?

Jock asintió con un gesto de la cabeza.

– MacDuff estuvo en los marines y en ocasiones tuvo una vida muy agitada. Adquirió unos cuantos contactos que han demostrado ser útiles.

– Delincuentes -dijo ella, sin más.

– Pues, sí. Delincuentes muy bien preparados. En esta vida a menudo es necesario pasar por encima de los papeleos y la burocracia.

Sophie guardó silencio un momento.

– Hablaré con él. No he prometido que dejaré marchar a Michael.

– Lo dejarás marchar -dijo Jock-. Podrás hablar con él todos los días y sabes que yo lo protegeré y cuidaré. -Lanzó una mirada pícara a Royd-. A pesar de que yo no soy ningún Terminator.

– Ya lo creo que sí. -Royd se volvió hacia Sophie-. ¿Quiere que yo me ausente mientras ustedes se lo dicen al chico?

Sophie pensó en ello.

– No, Michael no querrá marcharse. Está preocupado por mí. No debe creer que me he quedado sola.

Jock sonrió sin ganas.

– Ya has tomado tu decisión. Sólo quieres encontrar la mejor manera de llevarlo a cabo.

Ella se giró y abrió la puerta.

– La mejor manera es llamar a Domino’s para que traigan unas pizzas y que luego Jock hable con Michael mientras comemos. Lo escuchará.

– ¿Y yo qué hago? -preguntó Royd.

– Usted se sienta y adopta un aspecto serio y responsable. -Sophie le lanzó una mirada fría-. Y si tiene que hablar, domine esa extrema franqueza suya e intente no decir nada que pueda preocupar a Michael.

– ¿Por qué no te vas a dormir? -preguntó Michael cuando se giró para mirarla, sentada en el sillón-. Yo estaré bien.

Sus ojos brillaban en la oscuridad y su cuerpo parecía rígido bajo la manta. Dios, sería un milagro si esa noche no tenía uno de sus terrores nocturnos, después de todo lo que había vivido, pensó Sophie. Primero la explosión, y luego las horas de emoción vividas con Jock, que intentaba persuadirlo de ir a Escocia con él. A Sophie le parecía increíble que finalmente hubiera cedido.

– No estoy cansada. Duérmete, cariño.

Michael guardó silencio un momento.

– Tienes miedo porque no tengo el monitor. Te quedarás toda la noche despierta porque, si no, te dará miedo.

– Es sólo una noche. Jock prometió que MacDuff tendría un monitor en el castillo cuando llegues.

– Eso no te ayudará esta noche. Debería ser yo el que se quede despierto. Siempre te estoy dando problemas.

– Tú no… Sí, tienes problemas, pero lo mismo le ocurre a todo el mundo.

– No como a mí -dijo Michael, y calló-. Mamá, ¿estoy loco?

– No, no estás loco. ¿Qué te hace pensar eso?

– No puedo parar. Lo intento una y otra vez, pero no puedo parar los sueños.

– Hablar de ellos te ayudaría. -Sophie le cogió las manos-. No me cierres la puerta, Michael. Deja que te ayude a luchar.

Él negó con la cabeza y Sophie percibió su inhibición.

– Estaré bien. Me siento mejor ahora que sé que el abuelo no se volvió loco. O que se volvió loco, pero que no era culpa suya. Antes, me preocupaba… No entendía. El abuelo me quería. Yo sé que me quería.

– Yo también lo sé.

– Pero no entendía lo que había ocurrido.

– Tendrías que ser Einstein para entenderlo. Yo tardé meses en entenderlo y sabía más que tú.

Después de un silencio, Michael volvió a hablar.

– Sé que Sanborne debe ser castigado pero no quiero que estés aquí. No quiero que lo hagas. Te hará daño.

– Michael, ya hemos hablado de esto.

– Te hará daño.

– No lo dejaré. No nos hará daño a ninguno de los dos. Pero, sí, tiene que ser castigado. Y ninguno de los dos estaremos seguros mientras él esté en libertad. -Mientras esté vivo, pensó para sí-. Confías en Jock, ¿no?

– Sí.

– Y él te ha dicho que yo estaré a salvo. Te dijo que Royd es muy bueno cuando hay que proteger a las personas.

– Y perteneció a las fueras especiales -añadió él, asintiendo.

Gracias a Dios por aquello, pensó ella. Michael se había agarrado rápidamente ae ese detalle del pasado de Royd.

– Así que todo estará bien.

– Sí -Michael le apretaba las manos y luego aflojaba-. ¿Crees que Dios ha perdonado al abuelo por lo que hizo?

– Sé que la abuela lo habría perdonado. Estoy segura de que habrá intercedido por él. No fue culpa suya.

– Supongo que sí. -Michael apretó con más fuerza-. Tampoco fue culpa tuya. Tienes que dejar de pensar eso.

– Duérmete, Michael. Tienes un vuelo muy largo mañana.

– ¿Cuánto tiempo tendré que quedarme allí?

– No lo sé. No demasiado -Dios, como iba a echarlo de menos-. Pero hablaremos todos los días.