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– ¿A qué hora?

– A las seis, hora de Escocia.

– ¿Lo prometes?

– Lo prometo.

Michael no volvió a hablar, pero ella sabía que no dormía. Cada cierto rato, él le apretaba las manos.

– Duérmete Michael. Yo cuidaré de ti.

Él sabía que era verdad, que ella estaría con él pasara lo que pasara. Hasta esa noche, Sophie no se había dado cuenta de que su hijo temía estar perdiendo el juicio. Sin embargo, tendría que haberlo sabido. Era bastante comprensible en un niño que creía que su abuelo se había vuelto loco.

La mano empezaba a relajarse, a quedarse floja. ¿Se estaba quedando dormido, por fin?

Sophie se reclinó en el sillón. Estaba cansada pero no podía cerrar los ojos. Dormiría después de dejar a Michael en ese avión. Debería llamar y asegurarse de que MacDuff tenía el monitor adecuado. De todas maneras, debía hablar con él. Confiaba en Jock, pero tenía que asegurarse de que MacDuff era todo lo que Jock le había dicho.

– Mamá -dijo Michael, casi dormido-, deja de sufrir…

– Estoy bien, Michael -dijo ella, con voz suave.

– No lo estás. Lo siento. No sufras. No es culpa tuya…

Se había dormido.

Sophie se inclinó y lo besó suavemente en la frente, antes de volver a reclinarse en la silla.

Capítulo 7

Royd observó a Michael subir torpemente la escalerilla del avión privado con Jock.

– De pronto tendrá una reacción -dijo, con voz queda-. Ahora se dará cuenta de lo que está pasando.

Dios mío, ojalá que no, pensó Sophie. Michael había guardado silencio en el camino, pero era normal que no estuviera contento.

– Puede que no. Jock ha sido muy persuasivo.

– De pronto tendrá una reacción -repitió Royd-. Prepárese para ello.

¿Cómo podía estar preparada para…?

De repente, Michael giró sobre sus talones, bajó la escalerilla como pudo y echó a correr por la pista de alquitrán. Se lanzó a los brazos de Sophie.

– No quiero ir -murmuró-. No sirve de nada. No está bien.

Ella lo estrechó con fuerza.

– Sí que está bien -dijo, con voz temblorosa-. Nunca te pediría que te marcharas si no fuera la mejor solución.

Michael guardó silencio un momento y luego se separó de ella. Tenía los ojos humedecidos por las lágrimas.

– ¿Me prometes que estarás bien? ¿Me prometes que no te pasará nada?

– Lo prometo. Ya hemos hablado de esto -dijo ella, intentando sonreír-. Y Royd también te lo prometió. ¿Quieres que firmemos un contrato?

Él sacudió la cabeza.

– Pero a veces pasan cosas. A veces son cosas sin sentido.

– A mí no -afirmó Sophie, mirándolo a los ojos-. ¿Quieres decir que te estás echando atrás?

Él volvió a decir que no sacudiendo la cabeza.

– Yo no haría eso. Quiero quedarme contigo, pero Jock dice que estarás más segura sin mí.

– Es verdad.

– Entonces, me iré. -Michael la abrazó desesperadamente antes de volverse a Royd, con semblante grave-. Usted cuide de ella. ¿Me ha oído? Si deja que algo malo le ocurra, lo seguiré a donde vaya y se las verá conmigo.

Antes de que Royd pudiera responder, Michael se había dado la vuelta y corría hacia el avión, donde Jock lo esperaba. Al cabo de un momento, la puerta se cerró.

Royd soltó una risilla.

– Vaya, vaya. Hasta creo que sería capaz de hacerlo. Creo que empiezo a sentirme muy cerca de su hijo.

– Cállese. -Sophie se secó los ojos y observó mientras el avión se alejaba rodando por la pista. Sentía como si algo la estuviera desgarrando viva. Le había dicho a Michael que aquello era lo mejor. Y esa mañana temprano había hablado con MacDuff, que le prometió mantener a su hijo sano y salvo. Sin embargo, eso no había hecho las cosas más fáciles. Esperó hasta que el avión desapareció de su vista antes de girarse-. Vámonos de aquí -pidió, y se dirigió al aparcamiento-. ¿Ha hablado con su amigo Kelly?

– Anoche no pude ponerme en contacto con él. Me dijo que me llamaría sólo si era seguro -explicó Royd, que caminaba junto a ella-. Si Sanborne está muy ocupado eliminando a todos los que tenían alguna relación con el REM-4, acercarse a esos archivos debe de ser cada día más difícil.

– ¿Eso significa que no piensa intentarlo?

– No diga tonterías -dijo él, con expresión fría-. Significa que voy a esperar hasta saber que es seguro.

– ¿Y si no es seguro? ¿Qué pasará si consigue escapar con todos esos archivos y establece su fortaleza en el extranjero?

Royd le abrió la puerta del coche.

– Lo encontraré y haré volar su madriguera hasta el infierno.

Lo dijo con un tono neutro y un semblante inexpresivo, pero ella sintió la fuerza que lo impulsaba como si fuera algo tangible. Respiró hondo y decidió cambiar de tema.

– ¿Adónde vamos? ¿Volvemos al motel?

Él negó con la cabeza.

– Saldremos de la ciudad. He hecho una reserva en un motel a unos sesenta kilómetros. No quiero correr el riesgo de que alguien la vea y la reconozca. Según las noticias de anoche, a usted y Michael se les da por presuntamente muertos. Quiero que siga siendo así todo el tiempo posible.

– Supongo que no puedo contarle a mi ex marido que Michael está vivo.

– Claro que no.

No era lo que ella pensaba.

– Será un golpe duro para él. Dave quiere a Michael.

– Una lástima. -Royd salió de la plaza de parking-. ¿Y a usted? ¿Todavía la quiere a usted?

– Ha vuelto a casarse.

– Eso no es lo que le he preguntado.

Ella se encogió de hombros.

– Tuve un hijo con él. ¿Cómo saber qué sentimientos habrá conservado?

– ¿Y usted?

Sophie se giró para mirarlo, pero él no la miró a ella.

– ¿Qué?

– ¿Qué siente usted por él?

– Eso no es asunto suyo. ¿Por qué quiere saber eso?

Él no respondió enseguida.

– Quizá porque quiero explorar posibles debilidades. Sería lo correcto.

– ¿Y es ésa su intención?

– No.

– ¿Curiosidad?

– Quizá. No lo sé -dijo él, encogiéndose de hombros.

– Entonces, que se joda su maldita curiosidad. Lo único que tiene que saber es que no iré corriendo junto a Dave para contarle que Michael y yo estamos vivos. -Se reclinó contra el respaldo y cerró los ojos-. Y estoy cansada de hablar con usted. Es como abrirse camino a través de un campo de zarzas. Despiérteme cuando lleguemos al motel.

La habitación en el Holiday Inn Express era limpia y sobria, pero disponía de más comodidades que el motel donde habían pasado la noche anterior.

Royd le entregó la llave después de haber echado una mirada por la habitación. Sonrió sin ganas.

– Michael se enfadaría si yo no me encontrara a una distancia prudente.

Sophie dejó caer su bolso sobre la cama.

– Necesito ropa. Todo lo que tenía estaba en esa casa.

– Saldré y compraré algo -dijo Royd, y la miró de arriba abajo-. ¿Talla seis?

– Ocho -corrigió ella-. Calzo un treinta y siete. Y necesitaré un portátil. Me daré una ducha y luego dormiré un rato -dijo, yendo hacia el cuarto de baño-. ¿Averiguará usted si hay noticias sobre nuestro fallecimiento?

– Lo que usted diga.

– Qué servicial. Nadie reconocería al hombre que prácticamente destruyó todo lo que tenía en este mundo.

– Le prometo que le reemplazaré todos los objetos de valor.

– No podría. Me dan igual los muebles y las cosas de la casa pero, ¿qué hay de mis álbumes de fotos? ¿Y los recuerdos de mi hijo y los juguetes que más le gustaban?

– No, eso no lo puedo reemplazar -dijo él, con voz queda-. Supongo que no pienso en esas cosas. Yo crecí en ocho hogares de acogida y nunca nadie pensó en sacar fotos de familia. Pero intentaré compensar a Michael. Sólo usted puede decidir si el tiempo que hemos ganado valía lo que yo le he arrebatado.