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– Entonces deja que lo mate yo en tu lugar. Sería una solución mucho más aconsejable.

A Sophie el tono de Jock le pareció relajado, casi inexpresivo.

– ¿Porque a ti no te molestaría? Eso es una mentira. Sí que te molestaría. No eres tan insensible.

– ¿No? ¿Sabes a cuántos he matado?

– No. Y tú tampoco lo sabes. Por eso me has ayudado. -Sophie pulsó el botón de la cafetera y se apoyó contra el aparador-. Uno de los guardias me vio. Quizá más de uno, no estoy segura.

Jock se puso tenso.

– Eso está mal. ¿Te habrán filmado con las cámaras de vigilancia?

Ella negó con la cabeza.

– Llevaba un abrigo y el pelo recogido bajo un gorro. Estoy segura de que nadie me vio hasta que empecé a retirarme, y fue sólo un minuto. Puede que no pase nada.

Él sacudió la cabeza.

– Ya verás como no. Lo conseguiré. Nadie va a avisar a la policía. Sanborne no quiere llamar la atención a propósito de nada raro en las instalaciones.

– Pero ahora estarán alertas.

Eso no lo podía negar.

– Tendré cuidado.

Jock negó con la cabeza.

– No puedo permitirlo -dijo, con voz suave-. Puede que MacDuff me haya contagiado su sentido de la responsabilidad. Yo maté a mi demonio personal hace muchos años, pero te señalé la dirección correcta para acabar con Sanborne. Puede que nunca lo hubieras encontrado si yo no te hubiera llevado hasta él.

– Lo habría encontrado. Sólo que habría tardado más. Sanborne tiene instalaciones farmacéuticas en todo el mundo. Las habría comprobado todas.

– Y habrías tardado un año y medio en llegar igual de lejos.

– No podía creerlo. O quizá no podía aceptarlo. Era demasiado horrible.

– La vida puede ser horrible. Las personas pueden ser horribles.

Pero Jock no era horrible, pensaba Sophie, mientras lo miraba. Quizá era el ser humano más bello que había conocido. Era delgado, tenía poco más de veinte años, pelo rubio y rasgos notablemente finos. No había nada de afeminado en él, era un tipo totalmente masculino y, aún así, su rostro era… bello. No había otra manera de describirlo.

– ¿Por qué me miras así? -preguntó Jock.

– No querrías saberlo. Ofendería tu orgullo escocés masculino. -Sophie se sirvió una taza de café-. Anoche tuve una paciente llamada Elspeth. También es un nombre escocés, ¿no?

Él asintió con la cabeza.

– ¿Y está bien?

– Creo que sí. Espero que sí. Es un bebé precioso.

– Y tú eres una buena mujer -dijo él-. Que intenta evitar una discusión cambiando de tema.

– No pienso discutir. Es mi batalla. Te he arrastrado a ella para que me ayudes, pero no dejaré que corras riesgos ni cargues con culpas.

– ¿Culpas? Dios, si lo pensaras bien, te darías cuenta de lo ridículo que es eso. A estas alturas, mi alma estará más negra que la caldera del infierno.

Ella negó con un gesto de la cabeza.

– No, Jock. -Se mordió el labio inferior. Maldita sea, no quería decirlo-. Te agradezco todo lo que has hecho, pero quizá ha llegado el momento de que me dejes.

– Esa breba no caerá. Ya hablaremos. Buenos días, Sophie. -Jock se dirigió a la puerta-. Le he prometido a Michael que lo recogeré esta tarde después de su partido de fútbol, así que no tienes que molestarte si estás ocupada. Métete en la cama e intenta dormir. Me dijiste que tenías una cita a la una.

– Jock.

Él miró por encima del hombro y sonrió.

– Es demasiado tarde para que intentes deshacerte de mí. No puedo dejar que te maten. Actúo como un egoísta. Me quedan muy pocos amigos en este mundo, como si hubiera perdido la habilidad de entablar amistades. Me dolería mucho perderte.

Al salir, cerró con un portazo.

Maldita sea, no necesitaba ese tipo de reacciones de Jock. Debería haberse callado la boca y no contarle que la habían visto. Ella sabía que él era muy protector. Jock no había parado de discutir con ella para que le dejara a él ejecutar el asesinato y, cuando Sophie se había negado, él le había enseñado la manera más segura y eficaz de hacer lo que tenía que hacer. Se había quedado con ella esos meses para supervisarla y protegerla, y para estar presente en caso de que cambiara de parecer. Ella debería haberlo despachado después de que él le enseñara todo lo que tenía que aprender. Jock decía que se portaba como un egoísta, pero la egoísta era ella. Tenerlo ahí para que cuidara de Michael mientras ella trabajaba era una bendición. Se sentía muy sola, y la presencia de Jock había sido un consuelo, pero ahora tenía que obligarlo a marcharse.

– Tengo cinco minutos. -Michael entró a toda prisa en la cocina. Cogió el zumo de naranja y lo tragó-. No tengo tiempo para desayunar -dijo. Cogió su mochila y fue hacia la puerta. Ella le dio un beso en la mejilla al pasar-. No llegaré a casa hasta las seis. Tengo fútbol.

– Lo sé. Me lo ha dicho Jock -Sophie lo abrazó-. Te veré en el partido.

– ¿Podrás venir? -preguntó él, con la cara iluminada.

– Llegaré tarde, pero llegaré.

– Estupendo -Michael sonrió. Dio unos pasos y se giró-. Deja de preocuparte, mamá, estoy bien. Esto ya lo tenemos resuelto. Sólo ha ocurrido tres veces esta semana.

Tres veces en que su corazón se había disparado hasta triplicar su ritmo y él se despertaba gritando. Tres veces en que Michael podría haber muerto si ella no lo hubiera conectado al monitor. Y, aún así, él quería que ella no se preocupara. Sophie se obligó a sonreír.

– Lo sé. Tienes razón. Ahora lo tienes cuesta arriba. ¿Qué puedo decir? Me preocupo demasiado. Todo viene con el mismo paquete -lo empujó hacia la puerta-. Llévate una barrita de proteínas ya que no tienes tiempo para desayunar.

Él cogió la barra y desapareció.

Sophie esperaba que se acordara de comerla. Michael estaba demasiado delgado. Después de los terrores nocturnos, había tenido problemas para retener la comida y, sin embargo, insistía en jugar al fútbol y practicar atletismo. Lo más probable era que le hiciera bien estar ocupado, y ella quería desesperadamente que tuviera una vida lo más normal posible. Pero sin duda el deporte le había ayudado a perder peso.

Sonó su teléfono móvil.

Sophie se puso tensa al ver el nombre en la pantalla. Dave Edmunds. Dios, no tenía ganas de hablar con su ex marido en ese momento.

– Hola, Dave.

– Esperaba hablar contigo antes de que te fueras al trabajo -dijo él, y siguió una pausa-. Jean y yo vamos a coger un vuelo a Detroit el sábado por la noche, así que antes tendré que llevar de vuelta a Michael. ¿Te parece bien?

– No, pero supongo que así tiene que ser. -Sophie apretó con fuerza el auricular-. Dave, es la primera vez en seis meses que tienes a Michael un fin de semana. ¿Crees que no se enterará de por qué no se queda a dormir? No es tonto.

– Claro que no. -Siguió otra pausa-. Son esos malditos cables, Sophie. Tengo miedo de hacer algo mal. Está mejor contigo.

– Sí, es verdad. Pero te enseñé cómo conectar el monitor. Es sencillo. Sólo el dedo índice con la pinza y el cinturón de respaldo del pecho. Ahora Michael sabe hacerlo solo. Lo único que tienes que hacer es verificar que el monitor funcione correctamente. Eres su padre y no quiero que lo engañes. Por Dios, Michael no tiene la peste. Está herido.

– Lo sé -dijo Dave-. Estoy trabajando en ello. A mí me da un miedo de muerte, Sophie.

– Entonces, supéralo. Él te necesita. -Sophie colgó, y parpadeó para reprimir las lágrimas que le quemaban. Esperaba que Dave hubiera cambiado por fin, pero las perspectivas no eran demasiado halagüeñas. El santuario de seguridad que ella había construido para Michael con su padre se estaba viniendo abajo ante sus ojos. Tendría que pensar en otra cosa, hacer otros planes. Antes de aquel día horrible, pensaba que podían superarlo como pareja, a pesar de que tenían unos cuantos problemas. Se había equivocado. Seis meses después de que la hubieran dado de alta en el hospital, el vínculo no había sido lo bastante sólido para perdurar.