Pero, maldita sea. Dave tenía que estar presente si Michael lo necesitaba. Tenía que estar.
Conserva la calma. En ese momento, nada podía hacer. Encontraría una manera de proteger a Michael. Se metería en la cama y se dormiría. Y luego volvería al hospital, donde podría mantenerse ocupada y dedicada a aquello para lo que había estudiado. Ayudar a las personas, en lugar de planear cómo matarlas.
– Te pido que me liberes de mi promesa -dijo Jock Gavin cuando MacDuff contestó el teléfono-. Puede que tenga que matar a un hombre. -Esperó, mientras escuchaba al terrateniente lanzar imprecaciones al otro extremo de la línea. Cuando terminó, Jock dijo-: Es un hombre malvado. Merece morir.
– No a manos tuyas, maldita sea. Eso ha acabado para ti.
Nunca acabaría, pensó Jock. Él lo sabía, aunque el terrateniente lo ignorara. Pero MacDuff deseaba que aquello acabara con tanto ahínco que él también lo quería.
– Sophie va a matar a Sanborne, si no lo hago yo. No puedo permitirlo. Ya le han hecho demasiado daño. Aunque no la descubrieran, la marcaría para siempre.
– Es probable que se eche atrás. Dijiste que no tenía instinto de asesina.
– Pero ahora tiene la destreza. Yo se la he dado. Y, además de la destreza, tiene el odio y la noción de que hace algo malo por el motivo correcto. Eso la empujará más allá del abismo.
– Entonces, déjala que lo haga. Vete de ahí.
– No puedo hacer eso. Tengo que ayudarla.
MacDuff guardó silencio un momento.
– ¿Por qué? ¿Qué sientes por ella, Jock?
Jock rió por lo bajo.
– No te preocupes. Nada de sexo. Y, Dios me libre, nada de amor. Bueno, quizá amor. La amistad también es amor. Los aprecio, a ella y al chico. Siento un vínculo debido a todo lo que ha sufrido. Lo que todavía sufre.
– Con eso basta para que me preocupe, porque podría llevarte a adoptar viejos hábitos. Quiero que vuelvas a los dominios de MacDuff.
– No. Libérame de mi promesa.
– Ni lo sueñes. Te he dejado solo mucho tiempo para que encuentres tu camino. Fue jodidamente difícil para mí. Lo único que te pedí es que te mantuvieras en contacto y que no hubiera más crímenes.
– Y no los ha habido.
– Hasta ahora.
– No ha ocurrido nada… todavía.
– Jock, no… -MacDuff calló y respiró hondo-. Déjame pensar. -Siguieron unos minutos de silencio. Jock casi oía el tic-tac de la mente del terrateniente, barajando las posibilidades-. ¿Qué te haría volver al castillo?
– No quiero que Sophie mate a Sanborne.
– ¿No podemos dejarlo en manos del FBI o de algún organismo de gobierno?
– Ella dijo que ya lo ha intentado. Cree que hay sobornos de por medio.
– Podría ser. Sanborne tiene casi tanto dinero como Bill Gates y ese potencial podría parecer muy atractivo a ciertos políticos. ¿Qué pasa con los medios de comunicación?
– Sophie estuvo tres meses ingresada en un hospital, con una crisis nerviosa, después de aquellas muertes. Es uno de los motivos por los que no conseguía que nadie le hiciera caso.
– Mierda.
– Libérame de mi promesa -repitió Jock, paciente.
– Olvídalo -dijo MacDuff, terminante-. ¿No quieres que Sophie mate a Sanborne? Entonces mandaremos a alguien que haga el trabajo en su lugar.
– Si no me deja a mí, no dejará a nadie. Dice que es responsabilidad suya.
– ¿Quién va a contárselo? Nos deshacemos del cabrón, y ya está.
Jock rió.
– Hasta ahí llegan tus ganas de impedir un homicidio -dijo-. Empiezas a hablar como yo, MacDuff.
– No me importa pisar una cucaracha. Sólo que no quiero que lo hagas tú. ¿Qué pasa si metemos a Royd en la foto?
Jock guardó silencio.
– ¿A Royd?
– Me dijiste que anda a la caza de algo. Al parecer, no hay duda de que Royd podrá ocuparse y llegar hasta el final, si tiene la oportunidad.
– Sin duda. Royd es una apisonadora. Sólo tendría que preocuparme de que no arrase a Sophie a su paso.
– Eso no estaría mal si la mantiene a salvo.
– Sophie no pensaría igual -dijo Jock, seco-. Te aseguro que volvería a levantarse y lo buscaría hasta encontrarlo, como me encontró a mí.
– Llama a Royd y luego vuelve a casa.
– No.
Silencio.
– Por favor.
– No quiero… -Jock dejó escapar un suspiro. Una promesa era una promesa y él le debía a MacDuff más de lo que podría pagarle en mil años-. Me lo pensaré. Puede que tarde un poco en encontrarlo. Según mis informaciones, Royd podría estar muerto. Lo último que supe es que estaba en algún sitio en Colombia. Intentaré dar con él.
– Si necesitas ayuda, dímelo. Hazle venir, y tú, coge ese avión. Nos veremos en Aberdeen -dijo MacDuff, y colgó.
Jock colgó, lentamente, a su vez. La respuesta de MacDuff no era inesperada, pero lo decepcionaba. Quería acabar con el tormento de Sophie de la manera más rápida y eficaz, y no había nadie más eficaz que él para la tarea que ella se había propuesto.
Excepto, quizá, Matt Royd.
Como le había advertido a MacDuff, Royd era una apisonadora en todo el sentido de la palabra. Jock le había pedido a MacDuff que investigara los antecedentes de Royd cuando éste se había puesto en contacto con él hacía un año. Parecía un hombre lleno de pasión y amargura, pero Jock había vivido con mentiras y engaños demasiado tiempo y no iba a correr el riesgo de que volvieran a manipularlo. Royd era un tipo listo, implacable, y conseguía salir con éxito de operaciones difíciles, cuando no imposibles.
Royd tenía motivos para alimentar esa pasión y amargura que Jock había percibido. No había duda de que se centraría solamente en Sanborne y en el REM-4 una vez que averiguara dónde estaban las instalaciones.
Pero, joder, a Jock no le gustaba la idea de no estar para controlar la actuación de Royd. Apreciaba a Sophie Dunston y a Michael y, en su vida, cualquier tipo de emoción era algo raro y preciado. Había tenido que volver a aprender cómo responder al afecto, y ese aprendizaje era algo que debía atesorar y proteger.
Sonrió desganadamente con ese último pensamiento. Era raro reflexionar sobre la gentileza mientras se resistía a no cometer el más abominable de los pecados en nombre de la bondad.
Y puede que existiera la necesidad de hacerlo, en caso de que Royd hubiera perdido interés por la caza.
Aquello era una probabilidad jodidamente remota.
Capítulo 2
– ¿Podría ser ella? -preguntó Robert Sanborne, levantando la mirada del informe que tenía en su mesa.
– ¿Sophie Dunston? -Gerald Kennett se encogió de hombros-. Supongo que podría ser ella. Ya ha leído el informe del guardia de seguridad. Sólo tuvo un atisbo del intruso. Sexo no identificado, altura media, constitución delgada, chaqueta marrón, gorra de tweed. Llevaba un rifle. Supongo que habrá huellas de las pisadas. ¿Debería tirar de algún hilo y pedirle a la policía que mande un equipo de forenses a comprobarlas?
– Vaya, qué pregunta más descabellada. No podemos tener a la policía en las inmediaciones. Envía a un par de hombres a echar una ojeada.
Gerald procuró que Sanborne no viera cómo lo crispaba el desprecio implícito en su voz. Cuanto más contacto tenía con Sanborne, más le irritaba. El muy hijo de puta se creía Dios y sólo se mostraba complaciente con quien estaba a obligado a serlo. Que pensara que Gerald era inferior a él. Aguantaría a Sanborne todo lo que pudiera y luego lo dejaría.