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– ¿De verdad cree que intentaría dispararle?

– Claro que sí -dijo Sanborne, que volvía a mirar el informe-. Si no puede hacerme daño de otra manera. Ya esperaba que hiciera algún movimiento desde que el senador Tipton se negó a escucharla. Es una mujer desesperada.

– ¿Y qué piensa hacer? Yo no he venido a trabajar para inmiscuirme en nada violento -se apresuró a añadir Gerald-. Sólo dije que se la traería si ella aceptaba tener una reunión conmigo.

– Pero, Gerald, es Sophie Dunston la que se ha vuelto violenta -dijo Sanborne, con voz sedosa-. ¿Y qué otra cosa se puede esperar cuando piensas en su historial de desequilibrio? Uno debería sentir pena por esa pobre mujer. Tiene que soportar una carga tan enorme que a menudo debe tener impulsos suicidas.

Gerald lo miró con expresión cauta.

– ¿Impulsos suicidas?

– Estoy seguro de que sus compañeros en el trabajo declararían que estaba sometida a mucha tensión. Su pobre hijo, ya sabes.

– ¿De qué está hablando?

– Estoy diciendo que ha llegado el momento de deshacerse de esa puta. He estado esperando a que se presente la ocasión propicia, porque sería demasiado sospechoso, después de todo lo que Sophie Dunston ha hablado con el FBI y los círculos políticos. Además, pensaba que podría obtener de ella parte de la información que necesito -dijo, golpeando el informe con un dedo-. Pero esto me inquieta, y puede que me obligue a modificar mis planes. Es posible que esa chiflada tenga un golpe de suerte si esos ineptos de seguridad no saben cumplir con su trabajo. No he llegado hasta aquí perseverando en el éxito de este proyecto para que venga Sophie Dunston e intente hacerlo saltar todo por los aires.

Gerald frunció el ceño.

– Ya veo que sería un grave inconveniente.

– ¿Es un sarcasmo, Gerald? -inquirió Sanborne, entrecerrando los ojos.

– No, claro que no -se apresuró a decir Kennett-. Sólo que no sé cómo…

– No, desde luego que no. Aquí tú no pintas nada. Quieres llevarte las ganancias de nuestro trato y conservar las manos limpias -dijo Sanborne-. Pero seguro que no te importaría mirar hacia otro lado mientras Caprio se ensucia las suyas.

Caprio. Garwood había visto sólo una vez a aquel tipo desde que Sanborne lo había contratado, pero la sola mención del nombre lo ponía instintivamente alerta. Suponía que esa desazón que sentía era la reacción que experimentaba la mayoría de las personas ante Caprio.

– A Caprio no le importaría un poco de suciedad. Disfruta con ello -dijo Sanborne-. Y tú ya te has ensuciado. Has robado más de quinientos mil dólares a tu empresa, y habrías dado con el culo en la cárcel si yo no te hubiera dado el dinero para restituirlo.

– Habría encontrado el dinero.

– ¿En tu árbol de navidad?

– Tengo contactos. -Gerald se humedeció los labios-. No me daba miedo que me descubrieran. Vine a verlo porque me hizo una oferta que no podía rechazar.

– La oferta sigue sobre la mesa. Puede que incluso la haga más suculenta si me demuestras tu valor trayéndome a Sophie Dunston la semana que viene. Entretanto, yo haré mis propios movimientos. -Cogió el teléfono y marcó-. Lawrence, las cosas se agitan. Puede que tengamos que movernos rápido. -Siguió una pausa, y luego-: Dile a Caprio que tengo que verlo.

Las cadenas le cortaban los hombros.

Tenía que moverse. Tenía que liberarse.

Dios mío.

¡Sangre!

Royd se despertó en la cama con los ojos exageradamente abiertos. El corazón le latía aceleradamente y estaba empapado de sudor.

Sacudió la cabeza para despejarse y se giró para posar los pies en el suelo. Otra de aquellas malditas pesadillas. Tenía que bloquearla. Las pesadillas no le devolverían a Todd y sólo lo llenaban de rabia y frustración.

Se levantó, cogió su cantimplora y salió de la tienda. Se salpicó la cara con agua y respiró hondo. Casi había amanecido y tendría que salir en busca de Fredericks. Si es que los rebeldes no habían decidido aplicar un castigo ejemplar y le habían volado la cabeza.

Rogaba a Dios que no lo hubieran hecho. Por lo que había escuchado de Soldono, su contacto con la CIA, Fredericks era un tipo bastante decente, tratándose de un director ejecutivo. Lo cual no significaba ni una mierda en este mundo. El juego se llamaba Poder, y los tíos simpáticos acababan siendo los últimos si no tenían los músculos para protegerse. Fredericks tenía los músculos, pero sus guardaespaldas habían sido unos ineptos o habían sido sobornados…

Sonó su teléfono móvil. ¿Sería Soldono el que llamaba para decirle que la operación de rescate se había anulado?

– Royd.

– Nate Kelly. Lamento llamarte tan temprano pero acabo de volver de las instalaciones. Creo que tengo algo. ¿Tienes un momento para mí?

Royd se había puesto tenso.

– Habla, y que sea rápido. Tengo que irme en unos minutos.

– Sólo unos minutos. He localizado los informes experimentales iniciales del REM-4. No hay fórmulas. Seguro que las guardan en algún otro sitio. Pero tengo tres nombres. Sanborne, tu favorito, el general Boch y un nombre más.

– ¿Quién?

– La doctora Sophie Dunston.

– ¿Una mujer? ¿Quién coño es?

– Todavía no lo sé. No he tenido tiempo para investigar. Te he llamado enseguida. Pero sus antecedentes aparecían como referencia en un archivo actual. Iba a revisarlo pero he tenido que salir a toda prisa de la sala de archivos.

– Eso quiere decir que sigue implicada.

– Diría que afirmativo.

– Quiero saberlo todo acerca de ella.

– Haré lo que pueda. Pero la próxima semana van a vaciar las instalaciones. No sé por cuánto tiempo tendré acceso a la sala de registros.

Mierda.

– ¿Una semana?

– Así parece.

– Debo tener esa información. No puedo hacer nada contra Boch ni Sanborne a menos que también consiga esos archivos de investigación del REM-4 también. Tiene que estar todo en el mismo paquete. Sin embargo, la mujer podría ser una pista, si llego a encontrarla.

– ¿Y qué harás con ella?

– Averiguar todo lo que sabe.

– ¿Y luego?

– ¿Qué te creías? ¿Qué la dejaría ir sólo porque se trata de una mujer?

Kelly guardó silencio un momento.

– No, supongo que no.

– Eso es porque no eres tonto. ¿Puedes conseguir información acerca de ella antes de que retiren los archivos?

– Si trabajo rápido y no me descubren.

– Hazlo. -Royd hablaba pausadamente, pronunciando cada palabra con claridad-. No he investigado lo del REM-4 durante tantos años para acabar aquí. Quiero saberlo todo sobre Sophie Dunston. La necesito. Y la tendré.

– Volveré esta noche. Me encontraré contigo en el National Airport mañana, con todo lo que pueda averiguar.

– No puedo llegar mañana. -Royd se quedó pensando en ello, estaba tentado a renunciar a la misión y dejarla en manos de la CIA, pero ya era demasiado tarde. Para cuando hubieran superado todos los escollos, Fredericks estaría muerto-. Dame una semana.

– No te puedo prometer que todavía estará por ahí. Si Boch y Sanborne se marchan, puede que ella se reúna con ellos.

Royd dejó escapar una imprecación.

– Dos días. Necesito al menos dos días. Encuéntrala y llámame si pareciera que se marcha. Mantenla a buen recaudo hasta que yo vuelva.

– ¿Acaso sugieres que la secuestre?

– Lo que sea necesario.

– Me lo pensaré. Dos días. Llámame cuando cojas el avión a Washington -dijo Kelly, y colgó.

Royd desconectó su móvil, con una punzada de frustración. Joder. Estaba tan cerca, pero ésta era la primera oportunidad que tenía en los últimos tres años. Y se presentaba justo cuando tenía que solucionar lo de Fredericks.