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– Buenas noches, Sophie -Sanborne sonrió-. Espero que tengas buenas noticias para mí. Mi amigo, aquí, se muestra muy escéptico respecto a tu capacidad de sacarnos de nuestro apuro.

– Todavía no lo he conseguido. Quiero que traigas las otras cubas del Constanza para que pueda examinarlas.

– ¿Por qué? -preguntó Boch fríamente.

– He descubierto huellas de un elemento desconocido en las cubas en la planta depuradora. Quiero asegurarme de que viene de las cubas y no de algún ingrediente que Gorshank agregó en ellas.

– Es una pérdida de tiempo -dijo Boch-. Está ganando tiempo, Sanborne.

– Quizá. -Sanborne escrutó el rostro de Sophie-. Quizá he confiado demasiado en el instinto materno.

– Necesito esas cubas. -No tenía para qué fingir la desesperación en su voz. Esa sutil amenaza implícita en las palabras de Sanborne le hizo sentir un estremecimiento de pánico-. Si no me dejan examinarlas, es como atarme las manos.

– Dios no lo quiera -dijo Sanborne, que dudaba-. Desde luego que te traeremos las cubas. -Se volvió hacia Boch-. Las trasladaremos a la planta esta misma noche. Es lo que querías de todos modos, ¿no?

Boch lanzó una mirada enérgica a Sanborne.

– ¿Piensas desembarcarlas?

– No soy una persona testaruda. Llegaremos a un acuerdo. Vaciaremos las cubas en las fuentes de agua esta noche, después de que ella tome sus muestras. Luego le daremos un par de días para que encuentre una solución a los errores de Gorshank. Si el REM-4 provoca un número preocupante de muertes en los próximos días, entonces tendremos a Sophie como la respuesta a los problemas de nuestro cliente.

– No -dijo Sophie, con voz cortante-. No hay necesidad de vaciar las cubas. Denme un poco de tiempo y yo me aseguraré de que el REM-4 sea seguro.

– Boch cree que se nos ha acabado el tiempo -dijo Sanborne-. No tiene ninguna fe en ti. ¿Te lo puedes creer?

– No. -Sophie apretó los puños-. Tienes a mi hijo. No me imagino que alguien pueda creer que no haría todo lo que está en mi poder para darte lo que quieres.

– No le hagas caso -dijo Boch-. Ya no importa. Tú estabas de acuerdo, Sanborne.

– Así era. -Se giró nuevamente hacia Sophie-. Vuelve a la planta depuradora. Tendrás tus cubas.

– No -murmuró ella-. No lo hagas.

– Pero si yo no he sido, Sophie, has sido tú. No me has traído los resultados que necesitaba. Te advertí que Boch tenía prisa. Es culpa tuya, no mía.

Su culpa. Por un instante, quedó como paralizada, hasta que la parálisis fue barrida por la ira.

– Y una mierda que es culpa mía. Eres un hijo de puta. ¿En qué te perjudicaría esperar?

– No seas desagradable. No me agrada. -Se giró hacia Boch-. Manda unos hombres al barco a buscar las cubas. ¿Cuántas quedan en el Constanza?

– Ocho. -Boch ya se alejaba a toda prisa-. Estarán en tierra en dos horas.

– Excelente.

Sanborne observó a Boch un momento antes de volverse hacia Sophie.

– Más te vale que el cliente de Boch ponga objeciones a la potencia del REM-4. De otra manera, no tendré más necesidad de tus servicios. Empieza a molestarme tu arrogancia -advirtió, alejándose hacia la casa-. Y en tu lugar no le hablaría a Boch como me has hablado a mí cuando te traiga esas cubas. Es un hombre que se deja llevar fácilmente por sus emociones, y podría adoptar medidas que podrían resultar desagradablemente fatales para ti. Después, como es natural, yo tendría que llamar a Franks y decirle que mate al niño. Ya no lo necesitaría para nada.

Sophie se lo quedó mirando, embargada por la ira y la frustración. ¿Por qué el muy cabrón no habría esperado un día más antes de ceder a las exigencias de Boch? Dos horas…

Dio media vuelta, bajó corriendo las escaleras y se alejó por el camino hacia la planta depuradora. Dos horas. No podía permitir que eso ocurriera. Tenían que detenerlo. Se mantuvo a distancia del guardia y pulsó el micro. Intentó hablar en voz baja.

– No puedes esperar. Van a vaciar las cubas en el agua dentro de dos horas. Tenemos que movernos esta noche. Yo estaré en la planta depuradora. -El guardia casi la había alcanzado y no se atrevió a decir más.

Dios mío. Sólo dos horas…

Capítulo 19

– Coja sus muestras. -Boch observaba a sus hombres colocar las cubas en el borde de los tanques-. Le daré veinte minutos.

– Qué generoso. -Sophie cogió la bandeja con las probetas vacías y se acercó a la hilera de ocho cubas que acababan de traer del barco. ¿Cuál de ellas portaba el arma que le había pedido a Royd? ¿Y qué ocurriría si no estaba en ninguna de ellas? ¿Qué pasaría si Royd no había tenido tiempo para subir al barco en las pocas horas transcurridas desde que hablara con él, por la mañana? ¿Cómo podía saber ella si el maldito micrófono funcionaba o no?

Confía en él. Contra todo pronóstico, Royd le había hecho llegar el micro. Se habría asegurado de que funcionaba. Tampoco habría corrido el riesgo de esperar para hacerle llegar el arma.

Moriría por ti.

Por amor de Dios, tenía que parar de cuestionar todo lo que Royd hacía. No le habría confiado su hijo si su intuición no le hubiera dicho que Michael estaría a salvo con él. Aún así, no había hecho otra cosa que preocuparse y sospechar de él desde que había llegado a la isla. Royd no la abandonaría para que pusiera fin a esa locura por sus propios medios. Royd llegaría porque había dicho que llegaría.

Confía en él.

Había llegado junto a las cubas. Se acercó a la primera, levantó la tapa y llenó la probeta.

No había nada en el tanque.

Colocó la probeta en la bandeja y fue hacia la segunda cuba. Más lentamente, tómate tu tiempo. No había ningún arma.

En la quinta cuba vio el arma en cuanto levantó la tapa. Se encontraba en una bolsa negra sellada sujeta a una de las paredes del tanque. Sintió un momentáneo alivio.

Se giró de manera que quedaba entre el tanque y Boch. Gracias a Dios, él no le prestaba atención en ese momento. Gritaba órdenes a los obreros sobre cómo colocar el resto de las cubas. Sophie llenó la probeta, abrió la bolsa y dejó caer el arma en el suelo de hormigón entre dos cubas. Dejó la bandeja plástica con las otras probetas y siguió.

– Deprisa -gritó Boch-. Estamos listos para partir.

– Quedan dos cubas. -Llenó rápidamente las dos probetas y volvió a la bandeja de plástico. Se arrodilló, puso las probetas en la bandeja, recogió el arma y la metió debajo de la bandeja de plástico-. Ya está. -Se incorporó y fue hacia la puerta-. Las llevaré al laboratorio.

– Espere.

Sophie se tensó y miró por encima del hombro. Boch le sonreía maliciosamente.

– No se vaya tan rápido. Quiero que me vea vaciar el REM-4 en el agua.

– ¿Porque sabe que no quiero que lo haga?

– Quizá. Creo que ha estado ganando tiempo. Nos ha causado enormes problemas. Sanborne no ha sabido manejarla. Debería habérmela dejado a mí.

– Créame, Sanborne ha sido lo bastante sádico como para complacerlo incluso a usted.

– Quédese ahí y mire -dijo Boch, y se volvió hacia los hombres-. Uno por uno. Primera cuba.

– No lo haga -murmuró ella.

– Primera cuba.

Los hombres inclinaron la cuba y el líquido fluyó hacia el tanque.

– Segunda cuba -ordenó Boch.

Sophie deslizó la mano en la bandeja de las probetas y sacó la pistola de la bolsa plástica.

– Tercera cuba.

Sophie sacó el arma de la bandeja.

– Boch.

Él se giró para mirarla.

Y Sophie le descerrajó un disparo entre ceja y ceja. La mirada de sorpresa se congeló en la cara de Boch cuando se desplomó.

Ella se giró y salió corriendo de la instalación.

A sus espaldas se produjo un ruidoso tumulto.