Había un guardia directamente frente a ella cuando se dirigió a la entrada. El hombre empezó a correr hacia ella.
Ella volvió a levantar el arma. Disparó.
El guardia cayó al suelo.
Un cuchillo. Tenía un cuchillo en la espalda.
– Venga. -Era Royd, que de repente estaba ahí y la cogía por un brazo-. En cualquier momento saldrán unos cuantos guardias más de ahí dentro. -Casi la llevaba en vilo-. Los hombres de Boch estarán confundidos, pero eso no les impedirá obedecer a las instrucciones que han recibido.
– Lo he matado -dijo ella, sin aliento, mientras corrían cerro arriba-. Boch estaba vaciando las cubas en las reservas de agua, y yo lo he matado. Le he disparado…
– Lo sé. Lo he visto -dijo él, tirando de ella al bajar por el otro lado del cerro-. Yo me encargué del primer guardia y alcancé a llegar a la ventana del otro lado. ¿Por qué diablos no saliste de ahí, sin más? Ya había contaminado las reservas de agua al vaciar la primera cuba.
– Quizá no lo suficiente para hacerle daño a nadie. No podía estar segura. Tenía que detenerlo.
– Y asegurarte de que se desatara el caos.
Sophie oía los gritos a sus espaldas. El pánico se apoderó de ella.
– ¡Muévete! -Royd la empujó hacia unos árboles a unos cien metros.
– Me estoy moviendo. Y no podemos escondernos en ese trozo de maleza. Es demasiado…
– Cállate. -Royd la empujó al suelo al llegar a los árboles. Buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó algo-. Estamos a punto de tener un poco de diversión.
Diversión. ¿Qué quería decir…?
El suelo tembló con la explosión que sacudió la tierra.
Más allá del cerro, el fuego hizo virar el cielo nocturno al rojo escarlata.
– La planta depuradora -murmuró ella-. Has volado la planta.
– Era la única manera de asegurarse de que no quedaba REM-4. Sabías que era probable que ocurriera. -Devolvió el mando a su bolsillo-. Te había dicho que la volaría de la faz de la tierra -advirtió, y se incorporó-. Venga, tengo que llevarte al otro lado de la isla. MacDuff y sus hombres deberían estar en la planta en una operación de limpieza. Kelly te espera para llevarte a la lancha.
– No.
– Sí -ordenó él, mirándola desde su altura-. Ya has hecho suficiente. Déjanos hacer el resto.
– Sanborne. Está en la casa. Tiene mis archivos en esa caja fuerte. Son mis archivos.
– Yo te los traeré.
– Mis archivos, mi trabajo, mi responsabilidad. -Sophie empezó a apresurarse hacia la casa en lo alto del cerro-. Y tengo que moverme rápido. Sanborne tiene que haber oído la explosión. Adivinará lo que está ocurriendo, cogerá los archivos y escapará. Es probable que tenga pensada una ruta para huir.
– Sophie, confía en mí.
– Confío en ti. Hubo un momento en que dejé de confiar. Tenías razón. Tengo un problema con la confianza. Pero decidí que si creía en mí misma y en mis propias intuiciones, tenía que creer en ti. -Aceleró el paso-. La confianza no tiene nada que ver con esto.
Royd masculló una maldición.
– Vale, entonces, maldita sea, lo haremos juntos. No tienes por qué pensar que debes ocuparte sola de todo. Ya me has quitado a Boch de las manos. Si recuerdas bien, tengo un enorme interés en librar al mundo de Sanborne.
¿Cómo iba a olvidarlo? Sophie le miró y asintió con un gesto de la cabeza.
– Y yo digo cómo se hace. Si no, pongo a Dios por testigo de que tendrás que dispararme para que no te derribe -advirtió, mirándola fijo a los ojos-. Y sabes que lo haré.
– Sí.
Quedaban unos cuantos cientos de metros hasta la casa. No se divisaban guardias. Eso no significaba que no hubiera guardias en el interior, pensó.
– Sanborne tiene dos guardaespaldas que siempre lo acompañan. No los veo.
– ¿No podemos llegar a la biblioteca por la parte trasera de la casa?
– Sí, la biblioteca da a una terraza. -Sophie fue hacia una esquina del edificio-. No hay guardias. ¿Dónde han ido?
– Dijiste que sólo tenía dos guardaespaldas.
– Habrá pensado que no necesitaba más, imaginando que tendría abundancia de mano de obra esclava aquí en la isla -dijo ella, señalando la puertaventana-. Ésa es la biblioteca.
– No hay luces. ¿Te quedarás aquí mientras echo una mirada?
– No.
– A la mierda -Royd se deslizó hasta la puerta-. Entonces, ve detrás de mí. -Se pegó a un lado, se inclinó y abrió la puerta ventana de un golpe.
Ni un disparo.
Se lanzó dentro y rodó por el suelo. Ella lo siguió. Nada de disparos.
Él encendió una linterna y paseó el haz de luz por la habitación. Vacía, ningún ruido en la sala. Ni en toda la casa.
– Puede que haya bajado a la planta depuradora al oír la explosión -dijo ella.
– No creo que hiciera eso. No arriesgaría su valioso pellejo. Escaparía para volver a combatir otro día. -Royd se incorporó-. Y eso significa que tienes razón y que probablemente haya escapado con los discos del REM-4.
– ¿Cómo?
– Por aire o por mar -dijo él, y fue hacia la puerta-. No he oído ningún helicóptero. Me la juego a que ha ido hacia el muelle, donde tenía su lancha. -Royd ya se había lanzado a toda carrera al llegar a la terraza.
Sanborne estaba a punto de embarcar en la lancha cuando los dos llegaron al final del largo muelle. Uno de sus guardias había puesto el motor en marcha.
– Maldita sea -murmuró Royd, apretando el arma que empuñaba-. Es un muelle muy largo. Todavía estamos demasiado lejos para disparar. Tenemos que acercarnos -dijo, acelerando la marcha.
– Querida Sophie -gritó Sanborne, cuando la lancha empezó a alejarse-. Esperaba una oportunidad para verte la cara y decirte que, en este momento, tu hijo ha comenzado a sufrir una lenta agonía. He hecho la llamada cuando he visto volar la planta depuradora.
– No está muerto -dijo Sophie-. Te hemos engañado, Sanborne.
– No te creo.
Seguro que estaban lo bastante cerca.
– Es la verdad.
– Entonces tendré que asegurarme de que nunca vuelvas a verlo. -Sanborne la señaló con un gesto de la cabeza a uno de los guardias-. Dispárale, Kirk.
El hombre levantó un rifle.
Un rifle tendría el alcance que no tendrían sus armas.
– ¡No! -Royd se situó delante de ella y la lanzó al suelo. Levantó el arma al tiempo que se lanzaba al suelo y disparaba. Sin embargo, el rifle disparó al mismo tiempo. Se oyó el impacto sordo de la bala en un cuerpo. Royd, pensó Sophie, presa del pánico.
Las piernas le flaquearon y cayó al suelo.
Sangre. Era sangre que brotaba de su pecho. Los ojos se le cerraban.
– ¡Royd!
Siguió un segundo disparo, que hizo saltar astillas en la madera del muelle a su lado. Sophie se lanzó instintivamente sobre Royd para cubrirlo con su propio cuerpo. Levantó el arma y apuntó.
Y luego la soltó.
Sanborne había caído sobre la proa del bote. La parte superior de su cabeza había saltado por los aires. El hombre que él había llamado Kirk había dejado caer el rifle al darse cuenta de que le habían dado a Sanborne y se inclinaba sobre él.
– ¿Le… he… dado? -Royd tenía los ojos abiertos y la miraba.
– Sí -dijo Sophie, con las mejillas bañadas en lágrimas-. Calla. No hables. -Empezó a desgarrarle la camisa-. ¿Por qué lo has hecho? -preguntó, con voz temblorosa-. No deberías haberlo hecho, maldita sea.
– Sí que… debería -musitó él, y sus ojos volvieron a cerrarse-. No podía hacer… otra cosa. Te… lo… había dicho.
Moriría por ti.
– No te atrevas a morirte. No lo permitiré. ¿Me has oído? Yo no te he pedido que te hagas el maldito héroe. -Dios, la herida era en la parte superior del pecho. Que no te entre el pánico, se dijo. Ella era médico. Actúa como un médico y sálvalo-. Aguanta. No permitiré que te mueras por ningún motivo. Siempre me has dicho que soy una paranoica por sentirme tan culpable. ¿Quieres que pase el resto de mi vida recordando esto?