Выбрать главу

Y él estaba aprendiendo a lidiar con ello y sobrevivir. Ella le había dicho que se sentía orgullosa, pero aquello se quedaba corto. Michael luchaba contra la confusión, la amenaza de la muerte y el horror con un valor que la asombraba. Cualquier otro chico habría sido golpeado, aplastado y completamente destruido por el castigo que le tocaba soportar a Michael.

Dios mío, esperaba que el terror nocturno no volviera esa noche.

– Pareces cansado -dijo Kelly, mientras miraba a Royd saliendo de la aduana en el aeropuerto National, de Washington-. ¿Te he presionado demasiado?

– Me he presionado a mí mismo -dijo Royd, seco-. Y, joder, sí, estoy cansado. En los últimos días habré dormido unas tres horas.

Y lo parecía, pensó Kelly. En la cara ancha y de pómulos salientes de Royd siempre había una expresión de tirantez y de alerta, pero sus ojos oscuros estaban cansados y brillaban, agitados, y en su boca se adivinaba la tensión. Con sus pantalones vaqueros, la camisa color caqui y su complexión grande y fuerte, parecía un leñador.

– Tal como han resultado las cosas, no se han movido con tanta rapidez como yo creía -dijo Kelly-. Podrías haber tardado un poco más.

– No, no podía. Me estaba volviendo loco. ¿Qué has averiguado acerca de esa mujer? -inquirió Royd.

– No demasiado. Todos los que trabajan en la instalación hacen turnos de doce horas preparándose para la mudanza, y yo sólo he tenido acceso a la sala de archivos en una ocasión. Es terapeuta del sueño y trabaja en el hospital de la universidad de Fentway.

– Terapeuta del sueño. -Royd apretó los labios-. Sí, tendría sentido. ¿Tienes una dirección?

Kelly asintió con un gesto de la cabeza.

– Tiene una casa en las afueras de Baltimore, cerca del hospital.

– ¿Y cerca de las instalaciones?

– Sí. -Kelly guardó silencio-. ¿Has decidido ir a por ella?

– Ya te he dicho que sí. ¿Has averiguado algo más?

– En realidad, no. Está divorciada y vive con su hijo de diez años.

– ¿Hay alguien más en la casa?

Kelly se encogió de hombros.

– Ya te he advertido que tenía escasa información. He estado demasiado ocupado para seguirle los pasos. Sería preferible que esperaras a que lo averigüe…

– ¿Y darle la oportunidad de dejar el nido? -Royd negó con la cabeza-. Me pondré en marcha ahora mismo. ¿Tienes una foto?

– Una foto antigua de los expedientes del personal. -Kelly buscó en su bolsillo y le entregó una fotocopia-. Una mujer atractiva.

Royd miró la foto.

– Sí, ¿sabes si se acuesta con Sanborne?

– Ya te he dicho que no he tenido tiempo de…

– Lo sé. Lo sé. Es sólo una idea. Cuando investigues, averígualo. -Kelly se había detenido junto a un coche y Royd estudió la foto mientras Kelly abría las puertas-. Quizá no. Da la impresión de que no es alguien a quien se pueda intimidar, y a Sanborne le gustan los juegos sexuales de poder. Hace unos años en Tokio mató a una prostituta.

– Qué encantador. ¿Estás seguro?

– Estoy seguro. Hay muy pocas cosas que no sé acerca de Sanborne. Pero verifícalo de todas maneras. -Royd subió al coche-. ¿Vuelves a la instalación?

Kelly asintió.

– Para eso me pagas. Las cosas están un poco agitadas con la mudanza. Puede que se presente la oportunidad.

– También puede que te corten el cuello.

– Me conmueve tu preocupación.

Royd guardó silencio un momento.

– Es verdad que me preocupa. No quiero ofrecer más vidas humanas a Sanborne de las que ya se ha cobrado.

– Además, me aprecias -dijo Kelly, sonriendo.

– A veces.

– Eso es toda una concesión de tu parte -añadió Kelly-. Y eso que llevo casi un año arriesgando el culo por ti -dijo, haciendo una mueca. -Sabré cuidarme, ya he tomado mis precauciones. Y puede que ésta sea mi última oportunidad para conseguir esas fórmulas. ¿Tenemos absoluta certeza de que no hay otras copias?

– Sanborne no se arriesgaría a que hubiera otras copias circulando por ahí. El valor del REM-4 reside en su exclusividad. Sanborne era un obseso del secreto y de su control sobre el proceso cuando yo trabajaba para él. Pero puede que sea posible conseguirlas a través de Sophie Dunston -dijo Royd, y apretó los labios-. Esta noche lo averiguaré.

– ¿Piensas ir ahora mismo?

– No correré el riesgo de que escape bajo mis narices.

– Al menos podrías esperar a que averigüe algo más acerca de ella.

– Ya he esperado demasiado. Me has dicho que Dunston ha tenido una participación decisiva en los experimentos iniciales. Es muy probable que sepa dónde están localizados esos archivos en el interior de la planta. Es lo único que necesito para seguir.

– ¿Quieres que te acompañe?

– Tú haz lo que sabes hacer. Yo haré lo que yo sé hacer -dijo Royd, y una mueca le torció los labios-. Gracias a Sanborne.

– Y, quizá, a Sophie Dunston.

– Como he dicho, ella encaja en todo esto. Te llamaré si veo que puedes abandonar la búsqueda de los archivos.

– Si consigues obligarla a hablar.

Royd respondió sólo con una fría mirada, pero fue suficiente. Aquello era una estupidez, pensó Kelly. Además de ser uno de los hombres más peligrosos que jamás había conocido, Royd era imparable. No había ninguna duda de que haría lo que tenía que hacer.

Y que Dios se apiadara del alma de Sophie Dunston.

Capítulo 3

– He hablado con MacDuff dos veces en los dos últimos días -dijo Jock cuando Sophie contestó el teléfono-. Quiere que vuelva a casa.

Sophie intentó disimular la natural reacción de decepción. Al fin y al cabo, ¿no era lo que ella deseaba?

– Entonces, vete. No te necesito. Esperaba que, al no haber aparecido por aquí en los últimos días, me hubieras tomado la palabra.

– Deja de intentar deshacerte de mí. Le he dicho a MacDuff que volvería a casa si las cosas salían bien. Eso todavía no ha ocurrido. Te estás portando como una testaruda. ¿Qué tal está Michael?

– Anoche tuvo un episodio, pero lo desperté muy rápido.

– Vaya. Las cosas no son nada fáciles. Dile que vendré mañana para llevarlo a ver esa peli de ciencia ficción que quería ver. O podríamos ir a comer a Check E. Cheeses, si tiene ganas.

– Jock, yo lo llevaré. Michael no necesita un hermano mayor. Vete a casa -dijo Sophie, y guardó silencio un momento-. Su padre le ha preguntado por ti.

– Bien. Tal vez lo estimule un poco de competencia por el afecto del hijo. No admiro tu elección de marido, en este caso. Es un milagro que Michael haya salido bien parado.

– Dave tiene muchas cualidades.

– Pero he observado que le importa más el dinero que cuidar de Michael.

– El dinero es importante para Dave, pero también lo es Michael.

– No vamos a discutir por eso ahora -dijo Jock-. He ido a las instalaciones -dijo, después de una pausa-. Tienen mucha prisa en cargar esos camiones con todo lo que no esté clavado al suelo. Puede que hayas puesto nervioso a Sanborne. Los hombres nerviosos son impredecibles. Hay más cosas de las que tenemos que hablar. Invítame a una taza de té cuando traiga a Michael a casa.

– Ni te lo pienses.

– Pensándolo bien, creo que vendré enseguida. Tengo que empezar a trabajar contigo. Te vuelves cada vez más testaruda a medida que pasa el tiempo.

– Cerraré la puerta con llave. Vuelve a Escocia.

Jock oyó su risilla antes de colgar.

Sophie sonrió después de colgar y se quedó pensando. No debería experimentar aquel sentimiento de alivio. No era justo que obligara a Jock a quedarse, y no lo obligaría. Llamaría a MacDuff y le pediría que ejerciera más presión sobre Jock. A ella, desde luego, no le hacía ningún caso.

Lo haría al día siguiente.

Era tarde y tenía una cita a las ocho de la mañana. Se alejó por el pasillo y fue a echar una mirada a Michael. Por favor, duerme profundo y tranquilo, hijo mío. Cada noche es un regalo.