Peter Tremayne
Sufrid, pequeños
Nº 03 Serie Fidelma
Para mi viejo y gran amigo Christopher Lowder;
grácias a Arnold Bennett y al The Six Towns Magazine.
Dejad a los niños venir a Mí, y no se lo impidáis…
Mateo 19:14
No los temáis. Nada hay oculto que no deba ser descubierto, y nada secreto que no deba ser conocido.
Mateo 10,26
Nota histórica
Los dos anteriores misterios de Fidelma habían tenido lugar en el año 666 a.C., el primero en el sínodo de Whitby, en Northumbria, y el segundo en la ciudad de Roma. Ésta es la primera historia que se desarrolla totalmente en su ambiente. La mayoría de lectores percibirá la Irlanda del siglo VII como un lugar de lo más desconocido. Encontrará extraños los cinco reinos principales, sus reinos menores y las áreas de los clanes, con sus topónimos e, incluso, antropónimos. También le resultará desconocido el antiguo sistema social irlandés y sus leyes, las leyes del Fénechus, más conocidas popularmente como las leyes brehon (de breitheamh, «juez»). En cualquier caso, éste es el mundo de Fidelma, en el que espero que el lector se vaya introduciendo sin problemas.
Para ayudar a los lectores en cuanto a la localización geográfica, he proporcionado un mapa. También doy una lista con los personajes principales.
Por lo común, he evitado utilizar los nombres anacrónicos, por razones obvias, y he preferido emplear algunos términos modernos: por ejemplo, Tara, en vez de Teamhair, y Cashel, por Caiseal Muman; y Armagh en lugar de Ard Macha. Sin embargo, he sido fiel al nombre de «Muman», más que a la forma actual «Munster»; ésta surge cuando se añadió la palabra nórdica stadr (lugar) al nombre irlandés «Muman», en el siglo IX d.C., y luego se anglicanizó. También he mantenido el nombre originario «Laigin», en lugar de la forma anglicanizada «Laiginstadr», que en la actualidad corresponde a Leister.
En las historias anteriores, se han expuesto algunas de las diferencias existentes entre la Iglesia irlandesa, que recibe en general el nombre de Iglesia celta, y Roma. Ya ha quedado también claro que el concepto de celibato entre los religiosos no era popular en aquellos tiempos. Hay que recordar que, en la época de Fidelma, convivían personas de ambos sexos en las casas religiosas y a menudo se casaban entre sí. Es más, en aquel tiempo incluso los abades y obispos podían contraer matrimonio y, de hecho, muchos de ellos lo hacían. El conocimiento de este hecho resulta esencial para entender el mundo de Fidelma.
Esta historia se sitúa en el año 665 d.C.
Personajes Principales
Sor Fidelma de Kildare, dálaigh o abogado de los tribunales de Irlanda en el siglo VII
Cass, un miembro de la guardia personal del rey de Cashel
Cathal, el moribundo rey de Cashel
Colgú, tánaiste o presunto heredero de Cashel, y hermano de Fidelma
En Rae na Scríne:
Intat, bó-aire o magistrado local de los Corco Loígde
Sor Eisten, hermana al cargo de unos huérfanos
Cétach y Cosrach, niños hermanos
Cera y Ciar, niñas hermanas
Tressach, huérfano
En la abadía de Ros Ailithir:
Abad Brocc, primo de Fidelma
Hermano Conghus, aistreóir u ostiario
Hermano Rumann, fer-tighis o administrador de la abadía
Hermano Midach, médico principal
Hermano Tóla, ayudante del médico
Hermano Martan, el boticario
Sor Grella, bibliotecaria
Hermano Ségán, fer-leginn o profesor principal
Sor Necht, novicia y ayudante en el hostal
Hombres de los Corco Loígde:
Salbach, jefe del Corco Loígde
Scandlán, su primo y reyezuelo (petty king) de Osraige
Ross, capitán de un barc costero o velero
Hombres del reino de Laigin:
El venerable Dacán, el fallecido
Fianamail, el rey de Laigin
Forbassach, su brehon o juez
Abad Noé, hermano del venerable Dacán; abad de Fearna y consejero de Fianamail
Mugrón, capitán de un buque de guerra de Laigin
Midnat, un marinero de Laigin
Assíd de Uí Dego, un comerciante y capitán de marina de Laigin
En Sceilig Mhichiclass="underline"
Padre Mel, superior del monasterio de Sceilig Mhichil
Hermano Febal, un monje
En el hogar de Molua:
Hermano Molua, al cargo de un orfanato
Sor Áíbnat, su esposa
En la gran asamblea:
Sechnassach, el Rey Supremo de Irlanda
Barrán, el gran brehon de Irlanda
Ultan, arzobispo de Armagh, principal apóstol de la fe
Capítulo I
La tormenta irrumpió con repentina violencia. Un relámpago blanco anunció el estallido de un trueno enojado y seguidamente empezó a caer una fuerte y gélida lluvia.
El caballo y su jinete acababan de salir del abrigo de un bosque y se detuvieron en una cresta a contemplar una llanura ancha y plana. El jinete era una mujer; iba vestida con una larga capa y una capucha parda de lana, gruesa y cálida que le envolvía y protegía el cuerpo del frío del otoño avanzado. La mujer levantó los ojos al cielo sin temer el frenesí de la tormenta. Las nubes eran de un color gris oscuro y daban vueltas cerca del suelo ocultando las cimas de la montaña lejana como si fuera neblina. Aquí y allá, unos pedazos de nubes más oscuros, negros y agoreros traían consigo el trueno amenazador.
La mujer parpadeaba cuando la lluvia fría le salpicaba el rostro; era tan helada que llegaba a producirle dolor. Su rostro era joven, atractivo sin llegar a ser bello, y unos mechones rebeldes de cabello pelirrojo se le escapaban por debajo de la capucha de la capa y le cruzaban la ancha frente. Su piel pálida era ligeramente pecosa. Sus ojos reflejaban el color de los cielos sombríos y parecían grises, pero, cuando el relámpago brilló en ellos, descubrieron un leve fulgor verde. Cabalgaba con agilidad juvenil y controlaba firmemente al animal inquieto con su cuerpo alto. Examinándola de cerca, se habría visto que llevaba un crucifijo de plata colgando del cuello y que, bajo la capa y la capucha de montar, se ocultaba un hábito de religiosa.
Sor Fidelma, de la comunidad de Santa Brígida de Kildare, llevaba esperando la llegada de aquella tormenta durante varias horas y no le había sorprendido su estallido aparentemente repentino. Hacía rato que veía los signos. Mientras iba avanzando había observado que las copas de los pinos se acercaban unas a otras, que los pétalos de las margaritas y de los dientes de león se ocultaban y que los tallos de los tréboles del prado se hinchaban. Todo revelaba a su mirada observadora y aguda la llegada de la lluvia. Incluso la última golondrina, que se preparaba para desaparecer de los cielos de Éireann durante los meses de invierno, se había mantenido cerca del suelo; una indicación clara de que amenazaba tormenta. Por si fueran necesarias más señales, al pasar por la cabaña de un leñador en el bosque que quedaba a su espalda, había visto que el humo del fuego descendía en lugar de elevarse en espiral; caía y se arremolinaba alrededor de la construcción, y luego se dispersaba en el aire frío. La mujer sabía por experiencia que el humo que se comporta de tal manera siempre indica que va a llover.
Estaba totalmente preparada para la tormenta, aunque no para su ferocidad. Se detuvo un momento y se preguntó si le convendría regresar al interior del bosque y buscar abrigo allí hasta que el chaparrón amainara. Pero tan sólo estaba a unas pocas millas de su destino y la urgencia del mensaje que había recibido, de ir a toda velocidad, le hicieron golpear con los talones los costados del caballo para que avanzara por el sendero que conducía a la gran llanura en dirección a la colina lejana, que todavía era visible a pesar de la lluvia torrencial y de la oscuridad del cielo.