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Mientras Fidelma pensaba en una respuesta, Brocc se levantó y fue junto a una ventana que, incluso desde su posición sentada, daba a la cala. El abad se quedó mirando hacia abajo con las manos cogidas a su espalda.

– Soy consciente de la importancia del tiempo, prima -dijo lentamente-. Y soy consciente de que yo, como abad, soy responsable de la muerte del venerable Dacán. Por si necesitara que me recordaran el hecho, el rey de Laigin me ha enviado una señal para que lo recuerde.

Fidelma se lo quedó mirando un momento.

– ¿Qué queréis decir? -preguntó Cass; justo lo que iba a decir Fidelma.

Brocc señaló con su cabeza al otro lado de la ventana.

– Mirad ahí abajo, en la boca de la ensenada.

Fidelma y Cass se levantaron y fueron hasta donde estaba el abad y otearon con curiosidad por encima de su hombro hacia el lugar que había indicado. Había varios barcos anclados en la ensenada, entre ellos dos grandes naves oceánicas. Brocc señalaba uno de éstos, junto a la salida de la bahía protegida.

– Vos sois un guerrero, Cass -dijo Brocc con voz malhumorada-. ¿Podéis identificar esa nave? ¿Veis a cuál me refiero? No digo el mercante franco, sino el otro.

Cass entornó los ojos mientras examinaba atentamente el barco.

– Ondea el estandarte de Fianamail, el rey de Laigin -contestó sorprendido-. Es un barco de guerra de Laigin.

– Exactamente -suspiró Brocc, haciéndolos regresar a sus asientos-. Apareció hace una semana. Un barco de guerra de Laigin para recordarme que allí se me considera culpable de la muerte de Dacán. Está ahí en la ensenada, día tras día. Para darle más importancia, cuando llegó, su capitán bajó a tierra a informarme de la intención del rey de Laigin. Desde entonces, nadie del barco ha venido a la abadía. Ahí está, en la entrada de la ensenada, y espera (como un gato acechando a un ratón). Si su intención era destruir mi paz, lo han conseguido. Sin duda esperarán aquí hasta que la asamblea del Rey Supremo tome una decisión.

Cass se sonrojó de ira.

– Esto es un ultraje a la justicia -dijo con rabia-. Es una intimidación. Es una amenaza física.

– Es, tal como he dicho, un aviso de que Laigin exige ojo por ojo, diente por diente. ¿Qué dicen las Escrituras? ¿Si un hombre destruye el ojo de otro hombre, han de destruirle su ojo?

– Ésa es la ley de los israelitas -señaló Fidelma-. No es la ley de los cinco reinos.

– Algo discutible, prima. Si hemos de creer que los israelitas son los elegidos de Dios, entonces deberíamos seguir su ley al igual que su religión.

– Luego nos ocuparemos del debate teológico -replicó Cass-. ¿Por qué os consideran responsable, Brocc? ¿Matasteis al venerable Dacán?

– No, claro que no.

– Entonces Laigin no tiene por qué amenazaros -dijo Cass, para quien el asunto era simple.

Fidelma se giró hacia él como regañándolo.

– Laigin se atiene a la ley. Brocc es el abad de aquí. Es el cabeza de familia de esta abadía y, ante la ley, se le considera responsable de cualquier cosa que suceda a sus huéspedes. Si no puede pagar las multas y compensaciones debidas, entonces la ley dice que su familia ha de hacerlo. Como es Eóganachta la familia que gobierna en Muman, la totalidad de Muman es considerada rehén por el acto. ¿Seguís la lógica, Cass?

– Pero eso no es justicia -señaló Cass.

– Es la ley -replicó Fidelma con firmeza-. Deberíais saberlo.

– Y con frecuencia la ley y la justicia son dos cosas que no son sinónimos -observó Brocc con amargura-. Pero tenéis razón en mostrar el caso tal como lo ve Laigin. No tenemos mucho tiempo para presentar una defensa antes de que la asamblea del Rey Supremo se reúna en Tara.

– Tal vez entonces -Fidelma intentó reprimir un bostezo- deberíais explicarme los hechos esenciales de manera que yo pueda establecer un plan de hacia dónde dirigir mi investigación.

El abad Brocc no percibió su fatiga. Al contrario, tendió las manos con un gesto elocuente de desconcierto.

– Poco es lo que puedo decir, prima. Los hechos son como siguen: El venerable Dacán vino a esta abadía con permiso del rey Cathal a estudiar nuestra colección de libros antiguos. Tenemos un buen número de «varillas de los poetas», antiguas historias y sagas grabadas en el alfabeto ogham en varitas de avellano y álamo temblón. Nos enorgullecemos de esta colección. Es la mejor de los cinco reinos. Ni siquiera en Tara tienen una colección como ésta.

Fidelma entendía el orgullo de Brocc. A ella le habían enseñado el antiguo alfabeto, cuya leyenda decía que se lo había dado a los irlandeses su dios pagano de la literatura, Ogham. El alfabeto estaba representado por un número variable de trazos y nudos respecto a una línea base y los textos estaban tallados sobre unas varas de madera llamadas «varillas de los poetas». El antiguo alfabeto estaba cayendo en desuso con la adopción del alfabeto latino debido a la penetración de la fe cristiana.

Brocc prosiguió.

– Estamos especialmente orgullosos de nuestra tech screptra, nuestra gran biblioteca, y nuestros estudiosos han demostrado que nuestro reino de Muman fue el primero que llevó el arte de ogham a las gentes de los cinco reinos. Como debéis saber, esta abadía fue fundada por san Fachtna Mac Mongaig, un alumno de Ita, hace casi cien años. Fundó este lugar no sólo como una casa para el culto, sino también como depósito de libros de sabiduría, un lugar de aprendizaje, un lugar donde la gente de los cuatro puntos de la tierra pudiera recibir instrucción. Y vinieron y siguen viniendo aquí desde entonces; un flujo interminable de peregrinos en busca de saber. Nuestra fundación de Ros Ailithir se ha hecho famosa en los cinco reinos e incluso más allá.

Fidelma no podía ocultar que le hacía gracia el repentino arranque de entusiasmo del abad por su fundación. Incluso entre los religiosos, quienes se suponía que eran ejemplo de humildad, la vanidad no se hallaba muy lejos de la superficie.

– Y por eso la abadía se conoce como el promontorio de los peregrinos -dijo Cass, como si deseara mostrar que podía contribuir con algún conocimiento.

El abad lo miró con fría valoración e inclinó levemente la cabeza.

– Así es, soldado. Ros Ailithir, el promontorio de los peregrinos. No sólo peregrinos de la fe, sino peregrinos de la verdad y del saber.

Fidelma se removía impaciente.

– Así pues, el venerable Dacán, con permiso del rey Cathal, vino aquí a estudiar. Esto ya lo sabemos.

– Y a dar algunas enseñanzas en pago por tener acceso a nuestra biblioteca -añadió Brocc-. Su mayor interés residía en descifrar los textos de las varillas de los poetas. La mayoría de los días trabajaba en nuestra tech screptra.

– ¿Durante cuánto tiempo se hospedó aquí?

– Unos dos meses.

– ¿Qué sucedió? Quiero decir, ¿cuáles son los detalles referentes a su muerte?

Brocc se reclinó en la silla y colocó ambas manos con la palma hacia abajo sobre la mesa.

– Sucedió hace dos semanas. Fue justo antes de que sonara la campana de la hora tercia. -Se volvió hacia Cass para ofrecerle una explicación pedante-. El trabajo de la abadía se lleva a cabo entre la hora tercia de la mañana y las vísperas por la tarde.

– La hora tercia es la tercera del día canónico -explicó Fidelma cuando vio que Cass fruncía el ceño asombrado ante la explicación del abad.

– Es la hora en que empezamos el estudio y cuando algunos de los hermanos van a los campos a trabajar, pues tenemos tierras cultivadas que cuidar y animales a los que dar de comer y peces que pescar.

– Continuad -le indicó Fidelma, que se irritaba por el tiempo que llevaba aquella explicación. Los párpados se le caían y anhelaba un pequeño descanso, un sueño reparador.

– Como he dicho, fue justo antes de que la campana sonara la tercia cuando el hermano Conghus, mi aistreóir, que es el ostiario de la abadía, quien también tiene el deber de sonar las campanas, prorrumpió en mi habitación. Naturalmente yo le pregunté a qué se debía aquello…