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Conghus parpadeó y luego asintió con la cabeza.

– Eso es. Bien, averigüé que no había ido al turno anterior. Así que después de comer, la curiosidad me llevó a buscarlo en el hostal.

– ¿Dónde estaba su habitación?

– En el primer piso -respondió Conghus y empezó a levantarse de su asiento-. Os puedo mostrar su habitación ahora…

Fidelma le hizo señal de que volviera a sentarse.

– Dentro de un momento. Continuemos. ¿Así que se fue a buscar a Dacán?

– Eso es. Hay poco más que añadir. Fui a su habitación y lo llamé. No hubo respuesta. Así que abrí la puerta…

– ¿Sin respuesta alguna? -interrumpió Fidelma-. Si no había respuesta, uno podía suponer que el venerable Dacán no estaba en su habitación. ¿Cómo es que os decidisteis a abrir la puerta?

Conghus hizo una mueca y frunció el ceño.

– Porque… porque, vi luz bajo la puerta. El pasillo es oscuro, así que cualquier luz ilumina. Esa luz me atrajo. Pensé que si Dacán había dejado una candela ardiendo tenía que apagarla. La frugalidad es otra regla de san Fachtna -añadió con mojigatería.

– Entiendo. Así que visteis una luz y ¿entonces…?

– Entré.

– ¿Qué era lo que daba luz?

– Había una lámpara de aceite encendida, todavía ardía.

– Continuad -le apremió Fidelma justo cuando Conghus volvió a vacilar.

– Dacán yacía muerto sobre su cama. Eso es todo.

Fidelma reprimió su irritación.

– Intentemos establecer algunos detalles más, hermano Conghus -dijo pacientemente-. Imaginaos de nuevo ante el umbral de la puerta. Describid lo que visteis.

Conghus volvió a fruncir el ceño y pareció que reflexionaba con detenimiento sobre la cuestión.

– La habitación estaba iluminada por una lámpara de aceite que había sobre una mesita a un lado de la cama. Dacán estaba totalmente vestido. Estaba estirado boca arriba. Lo primero en lo que me fijé era que tenía las manos y los pies atados…

– ¿Con una cuerda?

Conghus sacudió la cabeza en señal de negación.

– Con tiras de tela; lino azul y rojo. También tenía una tira de la misma tela en la boca. Supuse que hacía de mordaza. Entonces vi que tenía manchas de sangre por todo el pecho. Me di cuenta de que lo habían matado.

– Muy bien. Ahora decidme, ¿había señal de algún cuchillo, del cuchillo con el que quizá le infligieron las heridas?

– No vi nada de eso.

– ¿Se encontró alguno posteriormente?

– Que yo sepa no.

– ¿Qué aspecto tenía la cara de Dacán?

– No entiendo -respondió Conghus frunciendo el ceño.

– ¿Tenía el rostro en calma y reposo? ¿Sus ojos estaban abiertos o cerrados? ¿Qué aspecto tenía?

– Calmado, diría yo. No había ni miedo ni dolor grabado en los rasgos del muerto, si eso es lo que queréis decir.

– Eso es precisamente lo que quiero decir -respondió Fidelma seria-. Ahora vamos progresando. Os disteis cuenta de que Dacán había sido asesinado. ¿Notasteis algo más en la habitación? ¿La habían registrado? ¿Estaba todo en orden? Si Dacán era tan rígido en sus hábitos, eso implicaría que también era escrupulosamente ordenado.

– La habitación estaba ordenada, por lo que yo puedo recordar. Estáis en lo cierto, por supuesto; la meticulosidad de Dacán era bien conocida. Pero sor Necht os explicará más al respecto.

Fidelma oyó un susurro, se giró y frunció el ceño en señal de advertencia, mirando a la joven novicia por si se sentía en necesidad de responder.

– Bien. -Fidelma volvió a mirar a Conghus-. Empezamos a formar un cuadro. Continuad. Después de daros cuenta de que habían matado a Dacán, ¿qué ocurrió?

– Me encaminé directamente a ver al abad. Le expliqué lo que había descubierto. Mandó llamar al ayudante del médico, el hermano Tóla, quien examinó el cuerpo y confirmó lo que yo ya sabía. Entonces el abad puso el asunto en manos del hermano Rumann. Como administrador de la abadía, era su trabajo llevar a cabo una investigación.

– Una pregunta aquí: habéis dicho que el abad mandó llamar al ayudante del médico, el hermano Tóla. ¿Por qué no llamó al médico principal? Después de todo, el venerable Dacán era un hombre de cierto prestigio.

– Eso es cierto. Pero nuestro médico principal, el hermano Midach, no estaba en la abadía en ese momento.

– Decís que Dacán llevaba en la abadía dos meses -observó Fidelma-. ¿Habíais llegado a conocerlo bien?

El hermano Conghus abrió bien los ojos.

– ¿Bien? -dijo con una mueca áspera-. El venerable Dacán no era un hombre al que se llegara a conocer bien. Era reservado, austero si queréis. Tenía una gran reputación de piedad y sabiduría. Pero era un hombre de maneras bruscas y comportamiento irritable. Era un hombre de hábitos regulares…, tal como he dicho antes…, y no perdía el tiempo en chismes. Cuando salía de su habitación, lo hacía con un motivo específico y no se detenía a intercambiar cumplidos o a perder una hora o dos conversando.

– Habéis pintado una imagen muy clara, hermano Conghus -dijo Fidelma.

Conghus se lo tomó como un cumplido y se acicaló un momento.

– Como ostiario que soy, mi trabajo consiste en evaluar a la gente y conocer su comportamiento.

– ¿Físicamente, qué tipo de hombre era?

– Mayor, pasados de largo los sesenta. Un hombre alto, a pesar de su edad. Delgado, como si necesitara una buena comida. Llevaba largo su pelo blanco. Ojos oscuros y piel cetrina. Quizás el único rasgo distintivo era su nariz bulbosa. Sus rasgos eran en general melancólicos.

– Me han dicho que vino aquí a estudiar. ¿Sabéis el qué?

El hermano Conghus alzó el labio inferior.

– Respecto a ese asunto tendréis que consultar con la bibliotecaria de la abadía.

– ¿Y cómo se llama la bibliotecaria?

– Sor Grella.

– Me han dicho que el venerable Dacán también enseñaba -dijo Fidelma tomando nota mentalmente-. ¿Sabéis qué enseñaba?

Conghus se encogió de hombros.

– Enseñaba algo de historia, creo. Pero sería mejor que vierais al hermano Ségán, nuestro profesor principal.

– Sin embargo, hay algo más que me preocupa -dijo Fidelma al cabo de un rato-. Decís que Dacán era austero. ¿Ésa ha sido la palabra que habéis utilizado, no?

Conghus asintió con la cabeza.

– Es una palabra muy interesante, muy descriptiva -continuó-. ¿Entonces cómo es que tenía una reputación de ser tan querido por la gente? Normalmente un hombre que es ascético, sin compasión y severo, pues eso es lo que parece implicar «austero», difícilmente sería una persona agradable.

– Hemos de hablar por lo que conocemos, hermana -declaró Conghus-. Tal vez la reputación, que sin duda procedía de Laigin, era injustificada.

– Siendo así, ¿por qué os preocupasteis tanto cuando Dacán faltó a una única comida? ¿Si no era tan agradable, seguro que la naturaleza humana reaccionaría y diría, por qué, hermano, ir en busca de tal hombre? ¿Por qué fuisteis a buscar al venerable Dacán?

Conghus parecía incómodo.

– No estoy seguro de seguir vuestros pensamientos, hermana -dijo secamente.

– Son bien simples -insistió Fidelma lentamente y con claridad-. Según parece, os preocupó en gran manera el hecho de que un hombre, al que consideráis antipático, se saltara el desayuno, hasta el punto de que fuisteis en su busca. ¿Podéis explicar esto?

El ostiario apretó los labios, la miró durante un momento y se encogió de hombros.

– Una semana antes de la muerte de Dacán, el abad me mandó llamar y me dijo que tuviera especial cuidado de Dacán. Por eso fui a su habitación después de que faltara a la comida.

Ahora le tocaba a Fidelma quedarse sorprendida.

– ¿Os explicó el abad por qué habíais de tener especial cuidado de Dacán? -preguntó-. ¿Tenía miedo de que le sucediera algo al venerable Dacán?