– No necesitaré de vuestros servicios por el momento -le dijo a la novicia decepcionada-. Estoy segura de que tenéis otros deberes que cumplir en el hostal.
El hermano Rumann parecía aprobar aquella decisión.
– Por supuesto que los tiene. Hay habitaciones que limpiar y ordenar.
Cuando sor Necht se hubo marchado, no sin renuencia, Fidelma se volvió hacia el administrador.
– ¿Cuánto tiempo lleváis como administrador de la abadía, hermano Rumann? -preguntó.
Los rasgos del hombre regordete se arrugaron frunciendo el ceño.
– Dos años, hermana. ¿Por qué?
– Disculpadme -le respondió Fidelma con amabilidad-. Quiero conocer todos los antecedentes que me sea posible.
Rumann resopló como de aburrimiento.
– Entonces, sabed que he servido en la abadía desde que llegué aquí cuando alcancé la edad de elegir, y eso fue hace treinta años.
Fue recitando sus antecedentes con un tono petulante y seco, como si sintiera que ella no tenía derecho a preguntárselo.
– ¿Entonces tenéis cuarenta y siete años y lleváis dos de administrador? -preguntó Fidelma con una voz suavemente peligrosa, pues resumía los hechos que él le había proporcionado.
– Exactamente.
– ¿Entonces tenéis conocimiento de todo lo que se puede saber sobre la fundación de Ros Ailithir?
– De todo -respondió Rumann sin complacencia.
– Eso está bien.
Rumann frunció levemente el ceño preguntándose si Fidelma se estaba burlando de él.
– ¿Qué queréis saber? -preguntó en tono brusco, al ver que Fidelma se quedaba un rato sin preguntar nada.
– El abad Brocc os pidió que llevarais a cabo una investigación sobre la muerte de Dacán. ¿Cuál fue el resultado?
– Que lo asesinó un atacante desconocido. Eso es todo -confesó el administrador.
– Empecemos por el momento en que el abad os dio la noticia de la muerte de Dacán.
– No me lo dijo el abad. Fui informado por el hermano Conghus.
– ¿Cuándo fue eso?
– Poco después de informar al abad de su descubrimiento. Me lo encontré cuando iba a informar al hermano Tóla, el ayudante del médico. Tóla examinó el cuerpo.
– ¿Qué hicisteis?
– Fui a ver al abad para preguntarle qué debía hacer yo.
– ¿No fuisteis primero a la habitación de Dacán?
Rumann lo negó con la cabeza.
– ¿Qué podía hacer yo allí antes de que Tóla hubiera examinado a Dacán? El abad me pidió entonces que me encargara del asunto. Luego me dirigí a la habitación de Dacán. El hermano Tóla estaba allí acabando de examinar el cuerpo. Dijo que habían atado a Dacán y lo habían acuchillado varias veces en el pecho. El y su ayudante Martan se llevaron el cuerpo para examinarlo mejor.
– Sé que la habitación no estaba desordenada y que una lámpara de aceite seguía encendida.
Rumann asintió con la cabeza.
– Tóla apagó la lámpara cuando se fue -dijo Fidelma-. Eso implicaba que vos ya habíais abandonado la habitación cuando se retiró el cuerpo.
Rumann miró a Fidelma con cierto respeto.
– Tenéis una mente aguda, hermana. De hecho, así es. Mientras Tóla acababa su examen, miré rápidamente alrededor de la habitación en busca de un arma o algo que pudiera identificar al atacante. No encontré nada. Así que me fui justo antes de que Tóla se llevara el cuerpo.
– ¿No volvisteis a examinar la habitación?
– No. Por orden del abad, cerré la habitación tal como estaba. Sin embargo, allí no había visto nada que ayudara a descubrir al culpable. Pero el abad pensó que había que investigar más.
– ¿No rellenasteis el aceite de la lámpara que había junto a la cama en ningún momento?
Rumann arqueó las cejas sorprendido por la pregunta.
– ¿Por qué habría de rellenarla?
– No importa -contestó Fidelma con rapidez y sonriendo-. ¿Y entonces? ¿Cómo llevasteis a cabo vuestra investigación?
Rumann se frotó la barbilla pensativo.
– Sor Necht y yo estábamos descansando en el hostal aquella noche y dormimos profundamente hasta que la campana de la mañana nos llamó. Tan sólo había otro huésped y él tampoco había oído ni visto nada.
– ¿Quién era el huésped? ¿Todavía está en el monasterio?
– No. En realidad no era nadie… Sólo un viajero. Se llamaba Assíd de los Uí Dego.
– Ah, sí. -Fidelma recordó que Brocc había mencionado aquel nombre-. Assíd de los Uí Dego. Decidme, Rumann: ¿Los Uí Dego habitan justo al norte de Fearna en Laigin?
Rumann se sacudió incómodo.
– Eso creo -admitió-. Tal vez el hermano Midach le pueda decir algo más al respecto.
– ¿Por qué el hermano Midach? -preguntó con curiosidad Fidelma.
– Bueno, él ha viajado a esas tierras -dijo Rumann un poco a la defensiva-. Creo que nació en ellas o cerca.
Fidelma suspiró exasperada. Laigin parecía surgir en cada sendero oscuro de aquella investigación.
– Decidme más cosas de este viajero, Assíd.
– Hay poco que decir. Bajó de un barc. Creo que era comerciante, tal vez de los que hacen cabotaje. Se fue con la marea de la tarde el día en que Dacán había muerto. Pero sólo después de que yo lo interrogara a conciencia.
Fidelma sonrió con cinismo.
– ¿Y después de que os asegurara que no había oído ni visto nada?
– Eso mismo.
– ¿El hecho de que Assíd fuera de Laigin, y que ahora Laigin tenga un papel importante en este asunto, no os parece suficiente para pensar que había que retenerlo para interrogarlo más?
Rumann lo negó con la cabeza.
– ¿Cómo íbamos a saber eso entonces? ¿Basándonos en qué podíamos retener al hombre aquí? ¿Estáis sugiriendo que es el asesino de su paisano? Además, al igual que Midach, hay varios hermanos y hermanas en esta abadía que han nacido en Laigin.
– Yo no estoy aquí para sugerir cosas, Rumann -espetó Fidelma irritada por la suficiencia del administrador-. Estoy aquí para investigar.
El corpulento religioso se reclinó de repente y tragó saliva. No estaba acostumbrado a que le hablaran así.
Fidelma, por su parte, lamentó inmediatamente haber mostrado su irritación y admitió para sí que el administrador no podía haber actuado de otra manera. ¿Basándose en qué podían retener a Assíd de los Uí Dego? En nada. Sin embargo, la identidad de la persona que había llevado a Fearna la noticia de la muerte de Dacán resultaba ahora obvia.
– Este Assíd -volvió a empezar Fidelma con un tono más amigable- ¿qué os lleva a asegurar que era un comerciante?
Rumann retorció los músculos de su cara haciendo una mueca.
– ¿Quiénes sino los comerciantes viajan por nuestra costa en barca y buscan hospitalidad en nuestro hostal? No era algo insólito. A menudo nos visitan comerciantes como él.
– ¿Es de suponer que su tripulación se quedó a bordo del barc?
– Creo que eso hicieron. Desde luego, no estuvieron aquí.
– Uno se pregunta, en consecuencia, por qué no se quedó él también a bordo y buscó alojamiento por una noche aquí -musitó Fidelma-. ¿Qué habitación ocupó?
– La que ahora ocupa sor Eisten.
– ¿Conocía a Dacán?
– Eso creo. Sí, recuerdo que se saludaron de forma amistosa. Eso fue la noche en que Assíd llegó. Era natural, supongo, siendo ambos de Laigin.
Fidelma ocultó su preocupación. ¿Cómo podía resolver este misterio si su testigo principal había abandonado la escena? Sentía una gran frustración.
– ¿No interrogasteis luego a Assíd sobre su relación con Dacán?