La campana dio la hora del ángelus.
Fidelma se sintió obligada a acompañar al abad en la oración ritual.
Cuando Brocc se levantó después de estar arrodillado, se quedó un momento mirando a Fidelma con cierta incomodidad.
– Hay otra noticia -empezó a decir algo dubitativo-. No he querido decir nada delante de Salbach antes de decíroslo.
Fidelma esperaba con incertidumbre, pues su primo había puesto una cara muy solemne.
– Justo antes de la llegada de Salbach, llegó un mensajero de Cashel. El rey, Cathal mac Cathail, murió hace tres días. Vuestro hermano, Colgú, es ahora el nuevo rey de Muman.
Fidelma ni se inmutó. En cuanto Brocc había mencionado al mensajero procedente de Cashel, ya sabía de qué se trataba. Sabía que era una cuestión de tiempo incluso antes de irse de Cashel. Entonces se levantó e hizo una genuflexión.
– Sic transit gloria mundi. Que nuestro primo descanse en paz -dijo-. Y que Dios otorgue a Colgú la fuerza necesaria para la dura tarea a la que se enfrenta.
– Ofreceremos una misa por el alma de Cathal esta noche, hermana -dijo Brocc-. Queda poco tiempo para que toque la campana anunciando la comida de mediodía. ¿Tal vez me acompañaréis con una copa de vino antes de ir al refectorio?
Con gran decepción por parte del abad, Fidelma sacudió la cabeza en señal de negación.
– Tengo mucho que hacer antes de la comida de mediodía, primo -contestó-. Pero os tengo que hacer una pregunta. El hermano Conghus me dijo que, una semana antes del asesinato, le habíais pedido especialmente que vigilara de cerca a Dacán. ¿Por qué?
– No hay ningún misterio -contestó inmediatamente el abad-. Resultaba evidente que el venerable Dacán no era un hombre simpático. De hecho, había oído que había contrariado a varios estudiantes de aquí. Fue tan sólo una precaución pedirle al hermano Conghus que se asegurara de que Dacán no tuviera mayores problemas con su… ¿cómo diría?… su desafortunada personalidad.
– Muchas gracias, Brocc. Os veré en la comida de mediodía.
Fidelma abandonó la habitación y de repente volvió a dirigir sus pensamientos hacia el joven Cétach. ¿Por qué no quería el chico que ella mencionara a él y a su hermano Cosrach? ¿Por qué temía a Salbach?
Sin embargo, esto no tenía nada que ver con el asesinato del venerable Dacán y el tiempo se iba agotando deprisa antes de que se hubiera de discutir el asunto ante la asamblea del Rey Supremo en Tara.
Regresó directamente al hostal y fue en busca de Cétach. También recordó que tenía que hablar con sor Eisten. Los niños no estaban en sus habitaciones; tampoco estaba sor Eisten. Fidelma miró en las demás habitaciones pero no vio a nadie. La única de los niños de Rae na Scríne que encontró fue una de las hermanas de cabello cobrizo, llamada Cera. La niña estaba sentada jugando con una muñeca de trapo y no respondería a ninguna de sus preguntas.
Fidelma descartó la idea de intentar obtener alguna información de ella y se fue a registrar las habitaciones de arriba, y luego regresó al piso inferior. Oyó un ruido procedente de la officina del hermano Rumann y se apresuró hacia allí. Su interior se encontró a Cass sentado con el hermano Rumann. Estaban en cuclillas a ambos lados de un tablero de brandubh jugando al popular black raven. Al parecer Rumann era un jugador experimentado, pues había ganado a Cass dos piezas de reyes de provincias, Cass se había quedado sólo con su Rey Supremo y otros dos reyes de provincias defensores, mientras que sus ocho piezas estaban intactas. Cass intentaba en vano alcanzar un lugar a salvo en el lateral del tablero, que estaba dividido en cuarenta y nueve cuadrados, siete de un lado y otros siete del otro. Mientras Fidelma miraba, Rumann, con un movimiento diestro, colocó sus piezas de manera que el Rey Supremo se veía amenazado sin ningún cuadrado donde retirarse. Cass, a regañadientes, se rindió al hermano fortachón.
Rumann levantó la vista y sonrió satisfecho al ver a Fidelma.
– ¿Sabéis jugar, hermana?
Fidelma asintió secamente. Todo hijo de rey o de jefe había aprendido a jugar a brandubh y otros juegos de mesa; formaban parte de su educación. El juego tenía gran significado, pues la pieza principal representaba al Rey Supremo de Tara, cuyos defensores eran los cuatro reyes de las provincias de Ulaidh, Laigin, Muman y Connacht. A las ocho piezas que atacaban, tenían que detenerlas los cuatro reyes de provincias y, si la pieza central se veía amenazada, podía escapar hacia el lateral del tablero, aunque esta huida tan sólo se hacía en caso de desesperación, cuando el jugador ya no tenía otra opción.
– ¿Tal vez tengamos ocasión de medir nuestras fuerzas? -la invitó Rumann ansioso.
– Tal vez -contestó Fidelma con educación-. Pero ahora no tengo tiempo.
Con los ojos, indicó a Cass que la siguiera y, una vez fuera, le dio la noticia procedente de Cashel. Al igual que Fidelma, no se mostró sorprendido. La muerte de Cathal era inminente cuando habían abandonado la sede de los reyes de Muman.
– Vuestro hermano hereda una pesada carga, Fidelma -observó Cass-. ¿Cambia esto las cosas aquí?
– No. Tan sólo hace que el éxito de nuestra misión sea más apremiante.
Fidelma le preguntó si había visto a los chicos Cétach o Cosrach.
Cass sacudió la cabeza en señal de negación.
– Como si no tuviera yo bastante -dijo Fidelma desesperada-. ¿No es suficiente que tenga que resolver el misterio de la muerte de Dacán para tenerme que ocupar de este otro que afecta a estos niños?
Como Cass se mostraba asombrado, se inclinó y le explicó lo que Cétach le había dicho y lo de la discusión con Salbach.
– Me han dicho que Salbach es autoritario y arrogante -confesó Cass-. ¿Tal vez os tenía que haber avisado?
– No. Ha sido mejor que lo haya comprobado yo misma.
– En cualquier caso, por lo que decís, parece que casi intentaba proteger a Intat de esa acusación.
– Casi. Tal vez lo único que quería eran pruebas de la acusación. Después de todo, al parecer fue él mismo el que nombró magistrado a Intat.
La campana empezó a llamar para la comida de mediodía.
– Olvidémonos de estos misterios hasta más tarde -sugirió Cass-. De todas maneras, los niños deben estar dirigiéndose al refectorio. No he conocido a ningún niño que se salte una comida. Y, si no están allí, puedo buscarlos esta tarde mientras vos seguís con vuestra investigación.
– Eso es una sugerencia excelente, Cass -admitió Fidelma con prontitud-. He de interrogar a la bibliotecaria y al profesor principal sobre las ocupaciones del venerable Dacán en Ros Ailithir.
Entraron en el vestíbulo del refectorio. Fidelma echó una mirada pero no vio a Cétach o a Cosrach, ni siquiera a sor Eisten. Cass, tal como había prometido, abandonó el refectorio en cuanto hubo comido y fue a buscarlos.
Cuando Fidelma salía del vestíbulo al acabar la comida, oyó a un par de estudiantes que saludaban a un hombre alto y anciano llamándole hermano Ségán. Se detuvo y examinó al profesor principal, el fer-leginn del colegio. Su aspecto escuálido y pensativo parecía no concordar con su personalidad, pues saludó a los dos estudiantes con una rápida sonrisa y contestó a sus preguntas con frases salpicadas por una risa ronca.
Fidelma esperó a que los alumnos se fueran y el hermano Ségán empezaba a marcharse cuando la saludó por su nombre.
– ¿Ah, vos sois Fidelma de Kildare? -dijo con una sonrisa y extendiéndole la mano para saludarla-. Me he enterado de vuestra llegada. El abad Brocc me dijo que veníais. Me han hablado encarecidamente de vuestros juicios en casos de muertes violentas.
– Es del venerable Dacán de quien quisiera hablar.
– Eso pensaba -dijo sonriendo burlonamente el larguirucho profesor-. Venid conmigo y hablaremos.