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– ¿Yo? ¿Yo matar a Dacán? Cómo os atrevéis… -Se mordió los labios e intentó controlar su ira. Luego se puso a hablar con calma-: Sí, por supuesto que tengo una opinión. El legado de Ciarán pende como una losa alrededor de nuestros cuellos. Pero no soy una revolucionaria que quiera cambiar las cosas.

Fidelma se reclinó en su silla. Sentía que había dado un paso adelante, pero que, a su vez, le abría nuevos misterios.

– Así que proporcionasteis a Dacán todos los textos antiguos que necesitaba para recabar esta información y que el nuevo rey de Laigin presentara una nueva reclamación ante el Rey Supremo para que le devolvieran Osraige.

Sor Grella no se molestó en responder, pero otra idea asaltó a Fidelma.

– Dacán estaba estudiando los textos y tomaba notas para preparar un informe que llevaría a Laigin… ¿No es así?

– Eso es lo que he afirmado.

– ¿Entonces dónde guardaba todas las notas y escritos?

Sor Grella hizo una mueca.

– En su habitación del hostal, supongo.

– Os sorprendería saber que sólo había unas vitelas blancas, algo de material para escribir y nada más, salvo…

Fidelma sacó de su hábito la varilla de avellano que había encontrado en la habitación de Dacán.

Grella la cogió, la giró y examinó los caracteres.

– Forma parte de la «Canción de Mugain», hija de Cúcraide mac Duí, el primer Corco Loígde rey de Osraige. Enumera parte de la genealogía de los reyes originarios de Osraige. Ni siquiera sabía que se había perdido.

Se levantó de la silla y fue hacia un rincón de la habitación y empezó a rebuscar en unos contenedores en los que se guardaban los haces de varillas. Encontró uno y lo revisó, emitiendo unos chasquidos con la lengua.

– Sí; es una varilla de esta colección.

– Está escrita en un estilo curioso, parece más un testamento que una genealogía -comentó Fidelma.

Grella entrecerró los ojos.

– ¿Conocéis el ogham? -preguntó secamente.

– Sí.

– Bueno, no es un testamento -dijo Grella con voz quejumbrosa-. El simbolismo es el de un poema.

– Al parecer, Dacán se había llevado estas varillas a su habitación para transcribirlas y, cuando las devolvió, se olvidó una de ellas que se había caído al suelo de la habitación. ¿Era eso normal, que se llevara material a su habitación?

Grella sacudió la cabeza en señal de negación.

– Anormal. Dacán no trabajaba así. No quería que nadie supiera en qué estaba trabajando, por lo que normalmente no sacaba nada de la tech screptra. Por lo común trabajaba en esta misma habitación en la que estamos sentadas. Éste es mi estudio privado. Nunca se sacó nada de esta estancia.

– Entonces alguien sacó al menos una de las varillas de esta «Canción de Mugain» -señaló Fidelma-. ¿Cómo sino podría encontrarse en la habitación de Dacán?

– No puedo responder a esa pregunta.

– ¿Y decís que nunca dejaba notas o escritos suyos aquí en la biblioteca?

Sor Grella se puso rígida.

– Os puedo asegurar que no sé nada de eso.

– ¿Conocíais a Assíd, el comerciante?

El cambio de tema fue tan repentino que sor Grella le pidió que le repitiera la pregunta.

– Lo vi en la cena la noche de la muerte de Dacán -contestó sor Grella-. ¿Qué tiene que ver ese hombre en este momento?

– ¿Os fijasteis en si Dacán conocía a Assíd?

El rostro de Grella no reveló nada.

– Assíd era de Laigin. Mucha gente conocía a Dacán en ese reino o sabía de él.

– Yo creo que debió ser Assíd el que llevó la noticia de la muerte de Dacán directamente a Fearna -continuó Fidelma-. La noticia de su muerte viajó rápido y sólo un veloz barc, que tomara la ruta costera, podía llegar a Fearna en tan poco tiempo.

– No puedo comentar nada respecto a eso.

– Bien, ¿podría ser que Assíd se llevara las notas de Dacán?

– ¿Estáis diciendo que Assíd las robó? -inquirió Grella.

No parecía ni sorprendida ni ofendida.

– Es una explicación posible.

– Posible, sí -admitió sor Grella-. Pero eso implica seguramente que Assíd mató a Dacán.

– Todavía no he llegado a esa conclusión.

Fidelma se levantó de su asiento.

Sor Grella la miraba impasible.

– Tal explicación permitiría al rey de Cashel sacarse la responsabilidad de encima.

Fidelma la miró esbozando una sonrisa.

– ¿Y eso?

– Porque, si Dacán fue asesinado por un hombre de Laigin, la exigencia de Laigin respecto a Osraige como precio de honor de Dacán resultaría irrelevante. ¿No es así?

– Ciertamente, eso es exacto -admitió Fidelma con solemnidad.

Se giró y dejó a sor Grella todavía sentada en su silla y regresó a la tranquilidad de la tech screptra, entre los suspiros, el crujir de las vitelas y el raspar de las plumas.

Una figura le llamó la atención entre las hileras de sacas colgadas. Le sorprendió principalmente porque resultaba obvio que no quería que ella la observara. Si hubiera estado examinando los libros, ella no se habría fijado. Pero la figura intentaba de forma tan ostentosa parecer un lector entusiasmado en la biblioteca que en seguida se merecía una segunda mirada. En fin, si la figura resultaba obvio que no quería ser vista, Fidelma concluyó que tenía que hacer ver que no la había visto.

Era la joven y entusiasta sor Necht.

Fuera de la sombría tech screptra iluminada por velas, el día se había vuelto frío y las nubes de tormenta se arracimaban otra vez procedentes del oeste y traían llovizna.

Fidelma gruñó suavemente y empezó a apresurarse hacia el hostal.

En el vestíbulo, el hermano Rumann se había asegurado de que ardiera un fuego lento en la gran chimenea. Fidelma agradeció aquel calor, pues el tiempo era realmente desagradable. Se preguntó si sor Eisten o los niños ya habrían aparecido y se encaminó hacia las habitaciones. Las puertas estaban abiertas, pero las habitaciones seguían vacías.

Fidelma frunció los labios un momento. Se dio cuenta de que no sólo las habitaciones de los niños estaban vacías, sino que no había señal alguna de que hubieran estado ocupadas.

Frunciendo el ceño, Fidelma se apresuró por el pasillo hasta la habitación que el hermano Rumann utilizaba como officina.

El cenobita rechoncho estaba sentado frente a su tablero de brandubh, al parecer resolviendo algunos movimientos.

Levantó la vista sorprendido al ver que Fidelma entraba después de llamar brevemente a la puerta.

– Ah, sois vos hermana. -Su rostro se arrugó esbozando una sonrisa y bajó la mirada a su escritorio-. ¿Habéis venido a retarme?

Fidelma sacudió rápidamente la cabeza en señal de negación.

– Aún no, hermano Rumann. Me interesa más saber dónde están los niños.

– ¿Los niños?

– Los niños de Rae na Scríne.

Su rostro se mostró sorprendido.

– A los niños los llevaron junto al hermano Midach después de la comida de mediodía. ¿Queríais verlos antes de que se fueran?

– ¿Se fueran? ¿Adónde?

– El hermano Midach les iba a hacer un último examen para asegurarse de que no había señales de la peste y luego sor Aíbnat se los iba a llevar al orfanato que hay en la costa que regentan esta buena hermana y el hermano Molua. Yo creo que ya deben de haberse ido.

– ¿Se han ido todos?

– Eso creo, hermana. El hermano Midach lo ha de saber.

Fidelma corrió en busca del médico de la abadía.

El hermano Midach tenía unos rasgos redondeados más propios de un animador que de un médico. Para Fidelma, todos los médicos tenían sentido del humor, pues todos tenían muchas arrugas en las líneas de la risa. Era bastante calvo, así que resultaba difícil ver dónde empezaba su tonsura y dónde la carencia de pelo era natural. Sus labios eran finos, los ojos de un castaño cálido y amables y mostraba una barba incipiente en las mejillas.