Fidelma entró en su habitación sin llamar. El médico estaba solo, al parecer ocupado en mezclar algunas hierbas. Levantó la mirada con el ceño fruncido.
– Soy Fidelma de Kildare… -empezó a decir.
El médico la examinó con atención antes de decir más cosas, pero sin parar en su actividad.
– Mi colega el hermano Tóla ha hablado con vos. ¿Me buscabais?
– No. Me han dicho que habéis examinado a los niños de Rae Na Scríne esta tarde. ¿Es así?
El médico arqueó sus oscuras y pobladas cejas.
– Así es. El abad pensó que era mejor enviarlos directamente al cuidado del hermano Molua, que tiene una casa en la costa y se ocupa de huérfanos. Sor Aíbnet recibió la orden de llevarlos allí. A mí me pidieron que comprobara que estuvieran sanos.
Fidelma mostró su decepción.
– ¿Así que se han ido todos?
Midach asintió con la cabeza sin hacer mucho caso mientras continuaba machacando hojas en un mortero.
– Aquí no tenemos instalaciones para los niños -explicó en tono familiar-. Las dos niñitas estaban muy bien -sonrió-. Y, cuanto antes esté el niño, Tressach, con otros de su edad, más feliz estará. Sí, está claro que estarán mejor en la casa de Molua.
Fidelma estaba a punto de girarse hacia la puerta cuando dudó y frunció el ceño al mirar al médico.
– ¿No me decís nada de los dos hermanos, Cétach y Cosrach?
Midach alzó de repente la vista del mortero, con los ojos oscuros e impenetrables.
– ¿Qué dos hermanos? -inquirió-. Había dos hermanas…
– Los chicos de cabello negro -interrumpió ella con impaciencia.
Midach hizo una mueca.
– No sé nada de dos chicos de cabello negro. Me pidieron que examinara a las dos niñas y a un chaval de ocho años.
– ¿No visteis a un chico de catorce y otro de unos diez?
Midach sacudió la cabeza asombrado.
– ¿No me digáis que el hermano Rumann se ha equivocado y que había otros dos chicos que tenían que ir al hogar de Molua? Yo, desde luego, no los he visto…
Fidelma ya se había ido corriendo hacia el hostal.
El hermano Rumann se movió sorprendido cuando Fidelma volvió a entrar.
– Los dos chicos de cabello negro -exigió-. Cétach y Cosrach. ¿Dónde están?
El hermano Rumann se la quedó mirando con expresión desconsolada y luego bajó la vista hacia su tablero de brandubh. Las piezas se habían salido de sus casillas, al parecer debido al gesto de sorpresa producido cuando Fidelma había atravesado la puerta.
– ¡Qué sorpresa, hermana! Un poco de paciencia. Ya casi había resuelto una nueva táctica. Una maravillosa manera de…
Hizo una pausa, observando, por primera vez, la expresión alterada de la joven.
– ¿Qué decíais?
– Os pregunto dónde están los dos chicos de cabello negro, Cétach y Cosrach.
El hermano Rumann empezó lentamente a recoger las piezas esparcidas y a volverlas a colocar en el tablero de brandubh.
– Ordenaron a sor Aíbnat que se llevara a todos los niños al hermano Midach y, si éste decía que estaban bien de salud, tenía que partir para el hogar de Molua en la costa.
– El hermano Midach dice que sólo vio a las dos niñitas, Ciar y Cera, y al niño de ocho años que se llama Tressach. ¿Qué ha pasado con los otros dos niños?
El hermano Rumann se puso en pie con expresión de preocupación, mientras agarraba las piezas de brandubh.
– ¿Estáis segura de que no se fueron con sor Aíbnat? -preguntó con incredulidad.
– El hermano Midach no sabe nada de ellos -respondió Fidelma con aire de exagerada paciencia.
– ¿Entonces dónde se pueden haber escondido? ¡Niños tercos y estúpidos! Tenían que haberse ido con sor Aíbnat. Eso significa que ahora habrá que hacer otro viaje para llevarlos al orfanato de Molua.
– ¿Cuándo los visteis por última vez?
– No lo recuerdo. Tal vez cuando Salbach llegó aquí. Recuerdo que la joven sor Necht estaba hablando con ellos en su habitación. La orden de que los niños tenían que ir al orfanato la dio Brocc poco después.
– ¿Hay algún sitio en el que resultara obvio que se pudieran esconder? -preguntó Fidelma al recordar lo asustado que se había mostrado Cétach de Salbach. ¿Se habrían ocultado él y su hermano en alguna parte esperando a que Salbach se fuera de la abadía? ¿Estarían todavía ocultos sin saber que ya se había marchado?
– Hay muchos escondrijos -le aseguró Rumann-. Pero no os preocupéis, hermana. Pronto serán vísperas y la campana y el hambre los sacarán de su escondrijo.
Fidelma no estaba convencida.
– Se suponía que la campana para la comida de mediodía los haría salir a causa del hambre. Si veis a sor Eisten, decidle que quisiera verla.
El hermano Rumann asintió sin prestar atención, volviendo a fijarse en el juego de brandubh. Lentamente volvió a reunir las piezas en el tablero.
Al volver a su habitación, Fidelma se estiró exhausta sobre la cama. ¡Ojalá hubiera dicho a Brocc que quería que los niños de Rae na Scríne se quedaran en la abadía hasta que hubiera resuelto el misterio! No se le había ocurrido que se los llevarían tan pronto. Por cada misterio que se resolvía, enfrentaba a otros nuevos.
¿Por qué le había rogado el joven Cétach que no dijera nada de él ni de su hermano Cosrach ante Salbach? ¿Por qué se habían esfumado los chicos? ¿Por qué era tan remiso Salbach a creer la acusación contra Intat? ¿Y tenía alguno de estos asuntos relación con la muerte de Dacán? ¿Qué misterio era el que tenía que resolver principalmente?
Resopló con frustración mientras permanecía estirada boca arriba y con las manos detrás de la cabeza.
Por el momento, esta investigación tenía poco sentido. Sí, había un par de teorías que podía desarrollar, pero el anciano brehon Morann la había advertido que no montara teorías antes de conocer todas las pruebas. ¿Cuál era su frase preferida? «No hagas queso hasta que hayas ordeñado las vacas.» Sin embargo, era plenamente consciente del paso rápido de su mayor enemigo, el tiempo.
Se preguntaba cómo se sentiría ahora su hermano Colgú, que era rey de Muman. Se angustiaba al pensar en su hermano mayor.
Habría poco tiempo para llorar al rey muerto, Cathal mac Cathail, su primo. Ahora lo principal era evitar esa guerra. Y esa gran responsabilidad recaía enteramente en ella.
Una vez más deseó que Eadulf de Seaxmund's Ham estuviera con ella para poder discutir con él sus ideas y sospechas. Luego se sintió algo culpable por tener ese pensamiento sin saber bien por qué.
El sonido repentino de un portazo hizo que se levantara. Oyó unos pasos pesados que corrían por el suelo enlosado del piso inferior y luego subían por escaleras hasta el segundo piso del hostal. Tales pasos no auguraban nada bueno. Cuando las pisadas llegaron hasta su puerta y se detuvieron, ella ya había saltado de la cama y estaba frente a ella.
Era Cass, que empujó la puerta, después de llamar con premura. Jadeaba con fuerza tras el ejercicio realizado.
Se metió hasta el centro de la habitación de Fidelma y se quedó allí plantado con los hombros levantados frente a ella.
– ¡Sor Fidelma! -tuvo que detenerse para recobrar la respiración.
Ella se lo quedó mirando, preguntándose qué era lo que había alterado tanto al joven guerrero. Enseguida adivinó que tenía que haber corrido una larga distancia para llegar en semejante estado. Un guerrero como él no se quedaba sin respiración fácilmente.
– ¿Bueno, Cass? -le preguntó en voz baja-. ¿Qué hay?
– Sor Eisten. La han encontrado.
Fidelma lo leyó en sus ojos.
– ¿La han encontrado muerta? -preguntó sin inmutarse.
– ¡Sí! -confirmó Cass con amargura.