Consiguió reprimir su odio, calmarse y ponerse en movimiento.
Allí estaba el cuerpo de la otra hermana de la fe que tocaba el caramillo; yacía todavía bajo el mismo árbol donde Fidelma la había visto. El caramillo estaba partido en dos cerca de su mano extendida y sin vida; lo había aplastado con el pie algún asesino maníaco. Había más cuerpos infantiles cerca de ella.
Los edificios ardían con fuerza.
– Cass -Fidelma tuvo que hacer un esfuerzo para hablar entre las lágrimas y el dolor que sentía-. Cass, hemos de contar los cuerpos. Quiero saber si los niños de Rae na Scríne están entre ellos… Que no falte ninguno.
Cass asintió.
– El niño no hay duda de que está -dijo en voz baja-. Yace allí. Voy a buscar a las niñas.
Fidelma avanzó hacia donde le había indicado Cass y encontró el cuerpo retorcido de Tressach. Le habían partido la cabeza de un golpe. Sin embargo, parecía que estuviera dormido, con una mano echada hacia adelante y con la otra todavía sujetando con fuerza su espada de madera.
– Pobre soldadito -murmuró Fidelma, arrodillándose y acariciando con su mano delgada el cabello rubio del niño.
Cass regresó al cabo de un rato. Todavía con mayor tristeza en su rostro.
Fidelma alzó la mirada.
La expresión de Cass era suficiente.
– ¿Dónde están?
El guerrero señaló con el dedo detrás de él.
Fidelma se levantó y se fue hacia una esquina de la capilla. Las dos niñitas de cabello cobrizo, Cera y Ciar, estaban abrazadas, como si intentaran protegerse mutuamente del destino cruel que aplastó sus cabezas sin compasión alguna.
Con la cara blanca, Fidelma se quedó contemplando lo que había sido una alquería idílica que Aíbnat y Molua habían convertido en orfanato.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y éstas le resbalaron por las mejillas.
– Veinte niños, tres religiosas, incluida sor Aíbnat, y el hermano Molua -informó Cass-. Todos muertos. ¡Esto es absurdo!
– Malvado -admitió Fidelma con vehemencia-. Pero encontraremos algún retorcido sentido detrás de esto.
– Tendríamos que regresar a Ros Ailithir, Fidelma. -Cass estaba claramente preocupado-. No deberíamos demorarnos; tal vez esa horda bárbara regrese.
Fidelma sabía que tenía razón, pero no pudo evitar llevar el cuerpo del pequeño Tressach junto a la capilla para que estuviera con las dos niñitas de Rae na Scríne. Allí les dedicó una oración, luego se giró y rezó por todos los que habían encontrado la muerte en la alquería de Molua.
En la puerta de entrada se detuvo y miró el cuerpo de Molua.
– ¿Había por ventura una causa justa en las mentes de la gente que perpetró esta infamia? -susurró-. Pobre Molua. Nunca volveremos a discutir de filosofía. ¿Erais sólo animales arrancados de la tierra bajo un terrible arado que trabajaba por algún misterioso bien supremo?
– ¡Fidelma! -La voz de Cass reflejaba temor, pero no sólo temía por la seguridad de ella-. ¡Hemos de irnos ahora!
Fidelma se subió a su caballo y él al suyo y se alejaron al galope de aquel lugar mortal.
– No puedo creer que haya gente tan bárbara en esta tierra -dijo Cass cuando se detuvieron en la cima de la colina y echaron la vista atrás en dirección al asentamiento en llamas.
– ¡Bárbaros! -La voz de Fidelma sonó como un latigazo-. Os aseguro, Cass, que esto es malvado. Aquí hay una terrible maldad y juro por esas ruinas destrozadas que hay allí abajo que no descansaré hasta que la haya extirpado.
Cass se estremeció ante la vehemencia de su voz.
Capítulo XVII
– ¿Y ahora adónde hay que ir, hermana? -preguntó Cass cuando Fidelma, en lugar de conducir su caballo por el camino que llevaba a la abadía de Ros Ailithir, continuaba en dirección oeste.
– A la fortaleza de Salbach -contestó Fidelma apretando la boca-. Vamos a enfrentarlo con esta atrocidad.
Cass estaba inquieto.
– Eso podría ser un plan de acción peligroso, hermana. Habéis dicho que Intat era un hombre de Salbach. Si es así, el mismo Salbach ha ordenado este crimen.
– Salbach todavía es jefe de los Corco Loígde. ¡No se atrevería a hacer daño a un dálaigh de los tribunales y hermana de su rey!
Cass no respondió. No advirtió a la joven rabiosa que, si Salbach había aprobado la violencia de Intat, entonces esa misma violencia probaba que había olvidado su honor y juramento como jefe. Si estaba involucrado y consentía la masacre de niños y religiosos inocentes, no dudaría en hacer daño a cualquiera que lo amenazase. Tan sólo cuando hubieron continuado un rato por el sendero en dirección a Cuan Dóir, Cass se atrevió a sugerirle algo.
– ¿No sería mejor esperar hasta que vuestro hermano, Colgú, llegara con su guardia personal y entonces interrogar a Salbach desde una posición de fuerza?
Fidelma no se molestó en responder la pregunta. En aquel momento, su mente estaba dominada por la ira y por la determinación de seguir la pista de Intat. Si Salbach estaba detrás de Intat, entonces también él debía caer. Permitía que la ira la cegara y le impidiera pensar con lógica y, con aquella rabia dentro, no estaba preparada para detenerse y reflexionar.
Cuan Dóir parecía tan tranquilo como siempre cuando llegaron ante la entrada de la fortaleza de Salbach. Parecía imposible que sólo a una pequeña distancia de allí una alquería entera y más de veinte personas, adultos y niños, hubieran sido asesinados.
El mismo soldado indolente de antes seguía apoyado contra un poste montando guardia. Una vez más negó que Salbach estuviera en la fortaleza, pero esta vez le hizo un guiño a Fidelma.
– Probablemente esté cazando otra vez en los bosques, hermana.
Fidelma reprimió su ira.
– Sabed, soldado, que soy dálaigh de los tribunales -dijo tensa-. Sabed también que soy la hermana de Colgú, rey de Cashel.
El guerrero se movió incómodo y cambió su postura por una más respetuosa.
– Esa información no cambia mi respuesta, hermana -contestó a la defensiva-. Podéis desmontar y registrar los salones de Cuan Dóir vos misma, pero no encontraréis a Salbach. Estuvo antes aquí un momento, pero luego regresó cabalgando al bosque de Dór.
– ¿Cuándo fue eso? -preguntó Cass.
– Hace sólo unos minutos. Supongo que tenía una cita a escondidas en la cabaña del leñador. Pero eso es lo único que sé.
Fidelma clavó los talones en los costados de su caballo e indicó a Cass que la siguiera.
– ¿Volvemos a la cabaña del leñador? -gritó Cass mientras iban a medio galope por el sendero.
– Empezaremos primero por allí -admitió Fidelma-. Obviamente, Salbach ha regresado a por Grella.
Fueron cabalgando a medio galope por el camino en dirección norte hacia los bosques, atravesaron el río por el vado y luego fueron siguiendo la orilla hasta la cabañita que había en el claro del bosque. No tardaron mucho. Esta vez Fidelma no se ocultó. Cabalgó directamente hacia la cabaña y se detuvo frente a ella.
– ¡Salbach de los Corco Loígde! ¿Estáis ahí dentro? -gritó sin desmontar.
No esperaba una respuesta, pues no había rastro del caballo de Salbach.
Recibieron un silencio por respuesta.
Cass descendió de su caballo, desenvainó la espada y se aproximó con cautela a la cabaña. Abrió la puerta de un empujón y desapareció en el interior.
Al cabo de un momento regresó con la espada en la mano.
– No hay rastro de nadie -informó Cass con preocupación-. ¿Y ahora?
– Miremos en la cabaña -contestó Fidelma-. Tal vez haya algo que nos sugiera dónde podemos buscar a Salbach.
Fidelma desmontó. Ataron los caballos en la baranda y entraron en la cabaña.
Estaba vacía, tal como había dicho Cass. Estaba exactamente como la habían dejado cuando se habían llevado a Grella.