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Tomó el camino hacia Ros Ailithir a través del bosque, rogando que el Rey Supremo no tardara mucho en dar la orden a sus hombres de acompañarla de regreso para rescatar a Cass. También deseó que su huida mantuviera alejado a Intat de Cass y así éste tuviera la oportunidad de huir, tal como el valiente soldado había hecho que ella pudiera escaparse.

Ahora empezaba a lamentar amargamente su impetuosidad, surgida de la rabia. Tenía que haber hecho caso del consejo de Cass.

Con la cabeza agachada junto al cuello de su caballo, iba lanzando unos chillidos agudos que habrían hecho ruborizar a su superiora, la abadesa de Kildare, si aquella piadosa mujer hubiera oído a la joven emitir tan variados insultos para que su corcel se apresurara más.

Echó una mirada atrás por encima del hombro.

Un par de jinetes iban tras ella. Se dio cuenta de que el que iba a la cabeza no era otro que el propio Intat. Se quedó helada. Intentó no pensar en lo que eso significaba. No había duda de que Intat cabalgaba un caballo más fuerte que el de Fidelma, pues la iba alcanzando sin dificultad.

A la desesperada, Fidelma hizo que su caballo girara y se saliera del sendero principal, esperando que podría ganar por allí lo mucho que iba perdiendo respecto a sus perseguidores por el camino más directo. Eso fue un error, pues al no conocer los enrevesados senderos del bosque, se encontró con que no podía mantener la misma velocidad que por el camino directo. Intat la iba alcanzando. Oía el sonido de los cascos de su caballo y sus jadeos.

De repente se encontró con un río que le cerraba el paso. Era el mismo río que fluía junto a la cabaña, que hacía una curva en su curso. No tuvo más elección que meterse directamente en él, con la esperanza de que fuera poco profundo, como sucedía en el tramo junto a la cabaña. No lo era. Había atravesado la mitad cuando el caballo tropezó, perdió pie y se hundió con pánico bajo las aguas. Fidelma intentó agarrarse bien pero se soltó; el animal avanzó con rapidez, volvió a tocar fondo y salió a trompicones del agua.

Desesperada, Fidelma se puso a nadar pero Intat estaba ya espoleando su caballo hacia el interior del agua.

Soltó un grito sonoro y triunfal.

Fidelma se giró, vio que venía y volvió a nadar con gran desesperación para alcanzar la otra orilla. En su fuero interno, sabía que era imposible escapar.

Chapoteó en el bajío, tropezó y resbaló en la orilla fangosa.

La montura de Intat alzaba las patas casi por encima de ella. El guerrero corpulento saltó de la silla de montar y se quedó en una posición superior a la de Fidelma, agarrando con ambas manos la empuñadura de su espada.

– Bien, dálaigh, ya me habéis ocasionado bastantes problemas. Aquí se acaba.

Levantó la espada.

Fidelma se retorció, levantó el brazo en un gesto defensivo automático y cerró los ojos.

Oyó que Intat gruñía y, al sentir que no sucedía nada, abrió los ojos.

Intat la estaba mirando fijamente, con la mirada perdida. Todavía se balanceaba desde una posición superior. Entonces empezó a desplomarse lentamente. Fidelma vio que tenía dos flechas clavadas en el pecho. La espada se le escurrió de las manos y cayó de cara en el río delante de ella.

Fidelma pegó un grito, más para aliviar emoción contenida que para pedir ayuda, y con rapidez subió gateando por la orilla fangosa.

Se dio cuenta de que unos caballos se arremolinaban alrededor de ella y se giró para enfrentarse a la nueva amenaza.

– ¡Fidelma! -gritó un voz familiar.

Se quedó mirando con incredulidad a su hermano, que descendía de la montura y corría hacia ella con los brazos extendidos.

– ¡Colgú!

La abrazó con fuerza y luego la cogió de los brazos y, habiendo comprobado que no estuviera herida, sonrió irónicamente.

– ¿Dónde está la hermana que decía que podía cuidar de sí misma?

Fidelma parpadeó mientras le caían unas lágrimas de alivio. Del otro lado del río, algunos miembros de la guardia de Colgú habían rodeado al otro partidario de Intat.

– Has llegado en el momento oportuno -dijo Fidelma resollando alegre-. ¿Cómo ha sido?

Colgú hizo una mueca y señaló hacia un grupo de unos treinta hombres a caballo que cabalgaban bajo su bandera.

– Vamos de camino a Ros Ailithir a la asamblea que ha convocado el Rey Supremo. Mis exploradores vieron que te perseguían y vinimos en tu ayuda. Pero ¿dónde está Cass? -dijo frunciendo el ceño preocupado-. Le di la orden de que te protegiera.

Fidelma estaba angustiada.

– Cass está en la cabaña en el bosque de ahí. Intentó retener a los atacantes mientras yo escapaba para conseguir ayuda en Ros Ailithir. Hemos de regresar allí inmediatamente. Estaba luchando con Intat. -Señaló el cuerpo del hombre que estaba flotando en el río-. Hemos de ser rápidos, pues tal vez esté herido.

Colgú se puso serio.

– Muy bien. De camino me tendrás que decir qué sucede. ¿Quién es…, quién era ese tal Intat?

Uno de los hombres de Colgú había ido a sacar el cuerpo de Intat del río y se inclinaba sobre él.

– Este hombre todavía vive, señor -gritó el soldado-. Pero dudo que durante mucho tiempo.

Fidelma se giró y descendió hasta la orilla lodosa donde el guerrero sostenía la cabeza y los hombros de Intat fuera del agua. Se puso de cuclillas junto a él y le cogió la cabeza con ambas manos.

– ¡Intat! -gritó con fuerza-. ¡Intat!

El hombre entreabrió los ojos, pero tenía la mirada perdida.

– Os estáis muriendo Intat. ¿Queréis morir en pecado?

No contestó.

– ¿Quién os mandó que matarais a los niños?

No obtuvo respuesta.

– ¿Fue Salbach? ¿Os lo dijo él?

Fidelma vio que empezaba a mover los labios y se inclinó hacia delante para oír mejor su respiración asmática.

– ¡Nos… nos veremos, nos volveremos a ver en el… infierno!

De repente el cuerpo se convulsionó y se quedó quieto. El hombre de Colgú se encogió de hombros y miró a Fidelma.

– Muerto -dijo lacónicamente.

Fidelma se levantó y su hermano le tendió una mano para sacarla de la orilla del río.

– ¿Por qué habéis preguntado por Salbach? -dijo con incisiva curiosidad-. ¿Qué sucede?

– Intat era uno de los jefes de Salbach.

– ¿Salbach es el responsable de esto?

Fidelma señaló hacia donde estaba retenido el compañero de Intat.

– Haz que tus hombres lo interroguen. Estoy segura de que incriminará a Salbach en este asunto. Pero ahora apresurémonos en busca de Cass.

Colgú indicó a uno de sus hombres que fuera a por una capa seca y se la colocó a Fidelma por encima de los hombros. Fidelma temblaba de frío y humedad y también por la conmoción de lo que le había sucedido. Su hermano la ayudó a subirse a su caballo y dio órdenes a sus hombres. Cuando todos habían montado, Colgú y su guardia personal fueron a cruzar el vado del río con su prisionero. Tomaron el camino hacia el bosque que había al norte de Cuan Dóir. Por el camino, Fidelma explicó a su hermano todo lo que pudo. En particular, le habló de la matanza de inocentes que había llevado a cabo Intat, instigado por Salbach, según creía ella.

– ¿Cómo encaja esto con la muerte de Dacán? -preguntó el hermano de Fidelma.

– No he averiguado todos los detalles, pero, créeme, hay una conexión. Y argumentaré esta conexión en la asamblea del Rey Supremo.

– ¿Sabes que esa asamblea será cualquier día de éstos? Sin ir más lejos, tan pronto como lleguemos a Ros Ailithir. Me han dicho que el Rey Supremo ya está allí y los barcos de Fianamail de Laigin ya se han avistado en la costa.

– Brocc ya me ha advertido -admitió Fidelma.

Colgú no estaba nada contento.

– Si lo que afirmas es que Salbach está involucrado en la muerte de Dacán y es responsable de ella, también hemos de admitir que Laigin tiene derecho a exigir un precio de honor a nuestro reino. Salbach es un jefe de Muman y debe responder ante Cashel.