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– Tendría que discutir eso -admitió Fidelma-, pero en mi alegato de apertura había dos puntos. Dejaremos de momento el primero. Puedo demostrar que es un modo de culpabilidad desestimada. Pero nos ocuparemos de asuntos más importantes primero. Como la identidad del asesino de Dacán.

Se oyó otro clamor de murmullos entre la asamblea. Barrán entornó los ojos, se inclinó hacia adelante y golpeó la mesa pidiendo silencio.

– ¿Estáis diciendo que conocéis la identidad del asesino? -preguntó.

Fidelma sonrió enigmática.

– Llegaremos a eso en un momento. Antes debo explicar algunos otros puntos.

Barrán le hizo un gesto impaciente para que continuara.

– Como he dicho, Dacán vino a Ros Ailithir con un único propósito. El propósito era seguir la pista de la genealogía de Illian. Para su sorpresa, Dacán se encontró con que su ex mujer, Grella de la abadía de Cealla, estaba trabajando aquí de bibliotecaria. Creyó que aquello era una gran suerte, pues Grella era de Osraige y su relación con él no había acabado en enemistad. Así que consiguió su ayuda para obtener los archivos que requería. Ella colaboró con Dacán de buen grado, porque también estaba interesada en encontrar a los herederos de Illian. Sin embargo, las razones de su interés no eran las mismas que las de Dacán.

Un alboroto se elevó de los bancos que estaban detrás de Fidelma.

Barrán levantó su cabeza con aspecto cansado y llamó al orden, mientras que su ollamh empezó a hablarle en voz baja y con prisa.

Fidelma se giró y vio que sor Grella estaba de pie, con la cara desencajada y embargada por la pasión.

– ¡Sor Grella, sentaos! -ordenó Barrán cuando su ollamh la identificó.

– ¡No me voy a quedar sentada mientras me insultan! -gritó Grella histérica-, ni permitiré que me acusen injustamente.

– ¿Os ha insultado sor Fidelma? -inquirió el gran brehon con cansancio-. No tengo conocimiento de que así sea. Si es así, decidme de qué manera os ha insultado. ¿Estuvisteis casada o no con Dacán de Fearna?

– Mugrón, el capitán del barco de guerra de Laigin, está dispuesto a testificar -advirtió Fidelma rápidamente, señalando hacia los bancos donde estaba sentado el marino.

– Estuve casada con Dacán -admitió Grella-, pero…

– ¿Y ese matrimonio acabó en divorcio? -le preguntó interrumpiéndola el gran brehon.

– Sí.

– Cuando Dacán vino a Ros Ailithir, ¿sabía que vos erais la bibliotecaria de la abadía?

– No.

– ¿Pero consiguió vuestra ayuda para su investigación?

– Sí.

– ¿Y vos se la disteis de buen grado?

– Sí.

– ¿Compartíais los motivos de Dacán en su investigación?

Grella se puso roja e inclinó la cabeza.

– Entonces no hay insulto -dijo Barrán, suponiendo cuál era la respuesta-. Sentaos, sor Grella, si no queréis insultar a este tribunal con vuestra animosidad.

– ¡Pero yo sé que esta mujer intenta alegar que yo maté a Dacán! ¡Está jugando al ratón y al gato! ¡Dejadla que me acuse abiertamente!

– ¿Acusáis a sor Grella del asesinato de Dacán? -preguntó el gran brehon a Fidelma.

Fidelma sonrió irónicamente.

– Creo que finalmente podré aclarar este asunto, Barrán, pero interrogando a Salbach, jefe de los Corco Loígde.

– Cualquier acusación que hagáis, Fidelma, tenéis que probarla -advirtió Barrán.

– Estoy preparada para hacerlo.

Barrán se dirigió hacia uno de los guerreros de fianna, la guardia personal del Rey Supremo. Al cabo de un rato, trajeron a Salbach con las manos atadas delante. Se quedó con un aspecto algo desafiante ante la asamblea.

– Salbach de los Corco Loígde -empezó diciendo Fidelma-, os presentáis ante esta asamblea denunciado como responsable de las acciones de vuestro bó-aire, Intat. Él fue el responsable de la matanza de muchos inocentes en vuestro nombre, tanto en Rae na Scríne como en el hogar de Molua.

Salbach levantó la barbilla con beligerancia, pero no contestó.

– ¿No negáis estos cargos? -preguntó entonces el gran brehon.

Salbach siguió sin contestar.

Barrán suspiró profundamente.

– No tenéis que responder a la acusación, pero el tribunal extraerá una interpretación de vuestros silencios. Si no respondéis, las alegaciones, entonces, se considerarán ciertas y a ellas seguirá su correspondiente castigo.

– Estoy preparado para vuestro castigo -dijo Salbach cortante.

Era evidente que Salbach había reflexionado respecto al peso de las pruebas que había contra él y no veía más alternativa que admitir su culpabilidad.

– ¿Y sor Grella también está preparada para aceptar el castigo? -preguntó Fidelma, esperando haber juzgado correctamente los sentimientos de Salbach hacia la bibliotecaria.

Si Salbach estaba de acuerdo con recibir un castigo, Fidelma se preguntaba si también estaba dispuesto a que lo recibiera Grella.

Salbach se giró hacia Fidelma con expresión impasible.

– Ella no es culpable de ninguno de los delitos que se me atribuyen -dijo en voz baja-. Dejadla ir.

– Sin embargo, sor Grella era vuestra amante, ¿no es así, Salbach?

– Eso lo he admitido.

– Fue vuestro primo, Scandlán, o vos -no importa de quién viniera la idea- quien sugirió que Grella podría valerse de su puesto de bibliotecaria para revisar los libros genealógicos de Osraige, que se conservan en la abadía, con la intención de encontrar a los herederos de Illian. ¿No es eso cierto?

– Tenéis que responder -instruyó el gran brehon al ver que Salbach dudaba.

– Es cierto.

– Entonces se dio una casualidad. Grella os dijo, probablemente durante vuestras conversaciones íntimas, que su ex marido, Dacán, había llegado a Ros Ailithir justo con el mismo propósito. Él también buscaba a los herederos de Illian. Sabiendo que él era mejor estudioso, Grella lo persuadió para que trabajara junto a ella y así poder informaros de cómo iba avanzando la investigación. ¿No es así? Vos queríais saber quién era el heredero de Illian tanto como Dacán. Pero, mientras que Dacán lo quería encontrar para utilizarlo según el propósito de Laigin, vos lo queríais identificar para destruir al último de la familia de los reyes originarios. Esto salvaguardaría para siempre la dinastía de los Corco Loígde en el trono de Osraige.

Se hizo un silencio tenso. Nadie decía nada. Todos los ojos estaban puestos en Salbach. Fue sor Grella quien rompió el silencio con un gemido de terror, pues, por primera vez, se daba cuenta de la atrocidad que se había cometido.

– Pero no es verdad… Yo no sabía que Salbach… Yo no sabía que quería matarlos… Yo no soy responsable de la muerte de todos esos niños inocentes… Yo no.

Salbach se giró hacia ella y la hizo callar.

– Cuando Dacán descubrió el paradero del heredero de Illian -continuó Fidelma implacable-, Grella corrió a decíroslo. Fue el día anterior a la muerte de Dacán. Había averiguado que el padre superior de Sceilig Mhichil, el monasterio del arcángel Miguel, era primo de Illian. También había descubierto que habían llevado allí a salvo al heredero de Illian. Escribió todo esto y anunció que iba a marchar a Sceilig Mhichil. Lo mataron antes de que pudiera hacerlo.

– ¿Cómo descubrió esa información? ¿Seguro que los archivos aquí depositados no daban cuenta del escondrijo de los herederos de Illian? -preguntó el gran brehon.

– Curiosamente, sí daban cuenta. Dacán encontró el testamento de Illian en unas varillas de los poetas. La ironía de esta historia reside en que, cuando Scandlán mató a Illian, se apropió de su fortaleza y de sus bienes, incluyendo la biblioteca de Illian. En esa biblioteca estaba su testamento, que él había hecho escribir en ogham sobre varillas. La ironía es que Scandlán, incapaz de leerlo, lo envió junto con otros libros como obsequio a esta abadía, la principal de los Corco Loígde.