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– Me interesa. Te lo agradezco.

– ¿Cuántas páginas tiene?

– Por lo que he visto, unas trescientas.

Suelta una carcajada, como si le hubiese contado un chiste.

– Lo siento por ti -dice.

– ¿Por qué?

– Porque no es el tipo de lectura que te gusta y sudarás tinta para terminarlo.

– Mira, me engañaré a mí mismo persuadiéndome de que es un informe oficial. También me aburren.

Katerina expresa la misma duda que me ha asaltado a mí:

– ¿Cómo han podido escribir y publicar una biografía de trescientas páginas en los diez días que han pasado desde el suicidio de Favieros?

– Debían de tenerla lista y la llevaron a imprenta después del suicidio.

– En ese caso, su familia sabrá algo. Normalmente, el biógrafo entra en contacto con las personas sobre cuyas vidas escribe.

– ¡Eres genial, Katerina! -exclamo con entusiasmo-. ¡Cómo no se me había ocurrido!

– ¿Por qué crees que quiero ser fiscal? -comenta con una risita-. Dale un beso a mamá de mi parte -añade al despedirse.

– Tu hija te manda besos -grito a Adrianí, que está charlando con Fanis.

Se levanta de un salto.

– No cuelgues, voy.

Los besos duran media hora, intercalados con todos los sucesos del día en Atenas y Salónica. Entretanto converso con Fanis, que encuentra muy sospechoso el asunto de la biografía y sostiene que el nombre del autor debe de ser un seudónimo.

– ¿Por qué lo crees? -le pregunto.

– Porque, si fuera su nombre verdadero, ahora aparecería entrevistado en todos los canales. ¿Qué escritor perdería la oportunidad de dar publicidad gratuita a su obra? Este tal Logarás no asoma las narices por ninguna parte. ¿Te parece normal?

No, no me lo parece. La biografía, los comentarios de Katerina y las observaciones de Fanis han despertado mi curiosidad, y estoy ansioso por empezar la lectura. Fanis se marcha en torno a las once y media, Adrianí se va a la cama y yo me acomodo en la sala de estar con el libro en las manos.

Por lo visto Logarás no disponía de demasiados datos relativos a la infancia de Favieros, porque despacha el tema en las primeras veinticinco páginas. Favieros nació en un edificio de la plaza Koliatsu, de padre abogado y madre maestra. Cursó la primaria y la secundaria en su barrio e ingresó en la Politécnica con una de las cinco mejores notas. A partir de ese momento, la vida estudiantil de Favieros no guarda secretos para Logarás: sabe que era un buen estudiante, conoce su círculo de amistades dentro y fuera de la facultad, sabe qué compañías frecuentaba. Favieros se contó entre los líderes del movimiento estudiantil antifascista y se incorporó muy pronto a la lucha contra la dictadura. La policía lo detuvo en el sesenta y nueve pero lo soltó a los seis meses. Fue detenido de nuevo en el setenta y dos, esta vez, por la policía militar. Logarás sabe cuánto lo torturaron, quiénes lo torturaron y hasta qué torturas le aplicaron. Es para preguntarse dónde recabó toda esta información, si no fue del propio Favieros. En todo caso, el libro traza el retrato de un joven ejemplar. Un estudiante excelente, un amigo querido por todos, un joven con conciencia política, en la primera línea de la lucha, que sufrió torturas espeluznantes y sobrevivió a la experiencia.

Justo cuando termino la parte referente a los años mozos de Favieros, aparece Adrianí en camisón y con los ojos legañosos.

– ¿Estás bien de la cabeza? -me increpa-. ¿Sabes qué hora es?

– No.

– Son las tres.

– Ni me he dado cuenta. Con razón hay tanto silencio.

– ¿Piensas pasar la noche en vela?

– No lo sé. Quiero terminar el libro que me envió Katerina.

Se santigua para que los malos espíritus no la sigan a la cama y vuelve a acostarse.

La vida estudiantil de Favieros termina, más o menos, a mitad del libro, y empieza su vida profesional, su ascenso en el mundo empresarial. Logarás no oculta que Favieros se benefició en gran medida de su amistad con ministros y demás miembros del gobierno.

Había compartido la lucha antifascista al menos con cuatro ministros y numerosos dirigentes del partido. Con su ayuda, conoció al resto del gabinete. Partió de la nada, con una pequeña empresa que construía aceras y realizaba obras menores de canalización del agua y, al cabo de tan sólo siete años, ya dirigía Erige S.A., más una fábrica de cemento y una compañía que manufacturaba tubos de amianto. Según su biógrafo, no obstante, al margen de sus relaciones con el partido en el poder, todo eso prosperó gracias al instinto de Favieros para los negocios, el buen rendimiento de sus empresas, las inversiones atrevidas que hacía de vez en cuando y su capacidad de elegir buenos colaboradores. La suya fue la primera constructora que se abrió a los Balcanes tras la caída de los regímenes socialistas, y actualmente opera en todos los países vecinos. En esencia, Logarás corrobora las palabras que el propio Favieros pronunció poco antes de suicidarse. En lugar de ofrecer algún dato que clarifique este suicidio, la biografía confirma lo que ya sabíamos: que no tenía ningún motivo para suicidarse. En líneas generales, el libro canta las virtudes de Favieros.

Sólo hacia el final Logarás deja un pequeño margen de sospecha sobre negocios sucios. En dos párrafos escuetos, menciona una empresa con sede en el extranjero, muchas conexiones internacionales y unos objetivos un tanto turbios. No era más que una pequeña mancha en el expediente, por lo demás impecable, de Favieros, aunque Logarás pasa de puntillas sobre el tema de la empresa off-shore, es decir, radicada en un paraíso fiscal, y no ahonda en sus actividades. No deja de ser curioso, porque, en lo tocante a los demás asuntos, revela información de lo más íntima sobre la vida de Favieros. Me produce la sensación de que pretende proporcionar una pista sin seguirla él mismo.

Cierro el libro y consulto mi reloj. Son las cinco. Me pregunto si la empresa off-shore podría facilitarme alguna información. Mañana enviaré a Kula a las oficinas de Erige, a ver si averigua algo de Zamanis. Evidentemente, él se mosqueará cuando se entere de que seguimos investigando, pero no me importa. Si es necesario, le diré que hable con Guikas.

Capítulo 14

Al final, he pasado la noche en el sillón. No sé en qué momento se me cerraron los ojos, pero de pronto me he despertado para descubrir que el libro se me había caído al suelo. El sol se cuela caluroso por entre las rendijas de las persianas. Consulto mi reloj y me pongo de pie sobresaltado. Son las nueve, y Kula llegará de un momento a otro. Me lavo la cara mientras pienso en el siguiente paso. Debo empezar con la empresa off-shore de Favieros. Al menos en teoría, existe la pequeña esperanza de que la causa del suicidio resida en las actividades más o menos clandestinas de esta empresa. Es el único punto oscuro en su vida al que apunta Logarás y merece ser investigado. Me pregunto qué conviene más: consultar los archivos del Ministerio de Comercio o entrevistarme directamente con Zamanis. En los registros encontraré respuestas fácilmente, pero ¿qué información valiosa cabe extraer de una fría entrada en un registro? Recogerás los datos y luego habrás de recurrir a los colaboradores de Favieros, me digo. Al final, opto por una versión modificada de lo segundo: no acudiré en persona; mandaré a Kula. De este modo, parecerá que no le concedo demasiada importancia a la pesquisa y no despertaré sospechas. A continuación, mejor dicho, paralelamente, debo encontrar a Logarás, el biógrafo de Favieros. Esto no reviste mayor dificultad; basta con que haga una visita al editor del libro.

La cocina está vacía. Mi café me espera sobre la mesa, la taza tapada con el platillo para que no se enfríe. No bien he tomado el primer sorbo, Adrianí llega del supermercado con su carrito de la compra.