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Camino por la acera de los números pares. Paso por delante de tres casuchas de mala muerte y dos bloques de pisos baratos, cuyos balcones, en lugar de macetas, exhiben armarios, fregonas y tendederos. El número 12 corresponde a una casa vieja, con puerta de madera y postigos entornados y medio rotos. La pintura amarilla ha empezado a desteñirse. Me quedo mirándola por un momento. Estoy convencido de que aquí no vive ni Logarás ni el más mísero de los friegaplatos tamiles de Sri Lanka. A pesar de ello, con la fe descabellada que nace de la desesperación, me acerco y llamo a la puerta. No espero que nadie me abra pero golpeo de nuevo. A la tercera, la puerta se abre sola, arrastrando un trozo de papel que había en el suelo. Se trata de un aviso de correos, probablemente del contrato que envió Sarantidis. Nadie se ha molestado en recogerlo.

Entro en la casa y miro alrededor. Muebles desvencijados y dispersos por el vestíbulo y las dos habitaciones, cortinas hechas jirones y desparramadas por el suelo, hedor y humedad. Hace más de veinte años que la casa no está habitada. Salgo y cierro la puerta a mis espaldas.

El número 10, a la derecha de la casa abandonada, es una construcción de dos plantas. No hay nombres junto a los timbres. ¿Para qué?, pienso. Cuando vives en sitios como éste, nadie viene a buscarte. Llamo al primer timbre y la puerta se abre. En el umbral me espera una mujer enjuta de mediana edad.

– ¿Sabe si alguien frecuenta la casa de al lado? -pregunto. Ella extiende los brazos a ambos lados de su cuerpo sin despegar los ojos de mí. No pesca una palabra de lo que digo.

Pruebo suerte con el segundo piso y ante mí aparece una musulmana que, con este calor, lleva la cabeza envuelta en un pañuelo. Ella tampoco entiende mi pregunta. Al tercer intento, me topo con una búlgara que conoce un par de palabras en griego:

– No -dice.

No tiene sentido que continúe investigando. Favieros eligió la casa a propósito, para que el cartero no encontrara a nadie a quien entregar el contrato. No había facilitado un número de teléfono, la dirección correspondía a una casa abandonada y nadie podía seguirle la pista.

Al llegar a la esquina con la calle Sepolia me detengo; aquí terminan mis pesquisas y se esfuman mis esperanzas de reincorporarme al Departamento de Homicidios. Favieros escribió su autobiografía y se retrató a sí mismo antes de pegarse un tiro. Los motivos que lo impulsaron a hacerlo no conciernen a nadie; lo único que importa es que nada sospechoso se oculta detrás del suicidio. Yo acabo con las manos vacías, como había vaticinado desde el principio, y Yanutsos se queda definitivamente con mi puesto.

Capítulo 15

La idea me asalta en el Metro, en el recorrido de vuelta a la plaza de Omonia. Es una ocurrencia desesperada, de aquellas que surgen cuando la lógica depone las armas y busca salvación en la sinrazón. En mi desesperación, pues, decido agarrarme de la empresa off-shore de Favieros, porque representa mi única esperanza de mantener abierto el caso. Por supuesto, habré de saltarme un poco las reglas. Debo guardar en secreto mi convicción de que la biografía de Favieros fue escrita por él mismo y, en cambio, llamar la atención sobre la posibilidad de que la causa de su suicidio radique en la empresa off-shore. Con un poco de suerte, si consigo descubrir negocios sucios, chanchullos y escándalos, recuperaré mi puesto. De acuerdo, esto compete a la policía fiscal, pero eso es un detalle insignificante; cuando estalle la bomba, todo quedará sepultado bajo los escombros. Si, por otra parte, la compañía extranjera resulta estar limpia, cerraré la investigación y aquí no ha pasado nada, porque lo que tenía que pasar ya es historia.

La pequeña prórroga concedida a mi ilusión me alivia un poco, y regreso a casa, si no precisamente alegre, al menos de buen humor. Kula, en la cocina, recibe lecciones culinarias de Adrianí.

– ¿Qué has averiguado de la empresa off-shore de Favieros? -pregunto en mi más severo tono profesional.

– Enseguida se lo cuento.

– Enseguida, no. Primero hemos de terminar la comida -interviene Adrianí y se vuelve hacia mí-: Lee tus diccionarios y ya te llamaré.

Estoy a punto de echar la bronca a Kula, recordarle que Guikas le dio permiso para que me ayudara y no para que aprendiera a cocinar musakás y albóndigas envueltas en hojas de parra. Pensándolo mejor, sin embargo, he de reconocer que la normalización de las relaciones entre Kula y Adrianí me quita un peso de encima, de modo que más vale que cierre el pico para no dinamitar la tregua recién firmada. De todas maneras, no voy en busca de mis diccionarios sino que me dirijo a la sala de estar, donde me siento en actitud de espera, para dejar claro que el asunto es urgente y deben darse prisa.

Kula aparece al cabo de una media hora.

– Perdone, pero como no estaba en casa… -se disculpa.

– No importa. Dime qué has averiguado.

– Varias cosas relacionadas con las actividades de la empresa off-shore.

– ¿Zamanis no te ha puesto trabas?

– No he hablado con Zamanis.

– ¿Con quién has hablado? ¿Con Lefaki?

Kula esboza una sonrisa taimada.

– Mi padre solía decir: «Zapatero, a tus zapatos.»

– ¿Y eso qué significa?

– Significa que yo no estoy a la altura de Lefaki ni de Zamanis. De modo que hablé con alguien más a mi medida.

– ¿Y quién es éste?

– Aristópulos. El joven que nos guió al despacho de Zamanis. ¿Se acuerda de él?

– Vagamente. ¿Qué sabía él de la empresa?

– Señor Jaritos, Aristópulos tiene tantas ansias de ascender que hace exactamente lo mismo que en el colegio. Allí se aprendía las lecciones de memoria para conseguir buenas notas, aquí se ha aprendido con pelos y señales la historia de Favieros y de sus empresas, para conseguir un ascenso. Me invitó a tomar un café y me lo contó todo.

– ¿Qué es todo?

– Un momento; lo escribí en el ordenador para no olvidarme de nada.

Se acerca al ordenador, pulsa unas cuantas teclas y lee en voz alta:

– La empresa off-shore de Favieros se dedica a los terrenos.

– ¿Otra constructora?

– No, es una inmobiliaria. Se llama… -Chapurrea el inglés más o menos como yo-: Balkan Prospect. Real Estáte Agents. Tienen oficinas por toda Grecia y también en los Balcanes.

– ¿Y qué venden?

– Parcelas, pisos, inmuebles… -Se interrumpe y me mira-: ¿No le parece extraño?

– ¿El qué?

– ¿Por qué transformaría Favieros su inmobiliaria en una empresa off-shore. Elias no lo sabía.

– ¿Quién es Elias?

– Es el nombre de pila de Aristópulos.

– ¿Ahora lo llamamos por su nombre de pila? -me burlo para picarla.

Kula se encoge de hombros en un gesto fatalista.

– No se consigue nada sin dar algo a cambio. -Lo sé. Yo, que voy de íntegro por la vida, me he llevado más de una hostia-. Me ha pedido una cita -concluye Kula con picardía.

– ¿Y has aceptado?

– Le he dicho que lo llamaría por teléfono. -Se echa a reír-. Ya sabe cómo son estas cosas. Le dices que lo llamarás por teléfono. En el momento mismo de despedirte olvidas el número y no te vuelve a la memoria hasta que tienes que pedirle otro favor.

– Yo te explicaré por qué transformó la empresa en off-shore, ya que Elias no lo sabe -digo para darle una lección-. Porque sus abogados y sus contables investigaron el asunto y descubrieron las ventajas de una off-shore. Seguramente, pagaría menos impuestos, estaría sometida a un control menor, y ve tú a saber qué más. ¿Tiene oficinas en Grecia, esta empresa?