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Enfrente se encuentra el periodista Yannis Kurtis, con una barba blanca a juego con su espesa cabellera. Sólo aparece en televisión en ocasiones muy especiales porque, a pesar de su pinta de Papá Noel, representa la artillería pesada de la emisora.

– ¿No le parece que sus posiciones son demasiado avanzadas para la sociedad griega? -pregunta a Stefanakos.

– ¿Qué posiciones, señor Kurtis?

– Las que defienden la introducción de la lengua albanesa en las escuelas de los barrios con mayor densidad de refugiados de Albania y la fundación de asociaciones culturales (con ayuda del Estado) para la preservación de su identidad nacional. No sólo se opondrá la Iglesia y se sublevará la extrema derecha sino que se indignarán los ciudadanos de a pie, que no necesariamente mantienen una postura hostil frente a los refugiados pero piensan que tienen que establecerse unos límites.

– Si no seguimos esta doble vía de integración de los refugiados en la sociedad griega que garantice la preservación de su identidad nacional, si los refugiados no llegan a ser ciudadanos griegos de procedencia albanesa, búlgara o póntica, dentro de pocos años los problemas se agravarán. Nos engañamos si pensamos que podemos solucionar el conflicto sólo con el permiso de residencia.

– Permítame que le recuerde, señor Stefanakos, que lo mismo sostenía Iásonas Favieros, que a tantos trabajadores extranjeros empleaba en sus construcciones. Tras su suicidio, una organización nacionalista emitió un comunicado para reivindicar su autoría. No se ha confirmado la veracidad de esta afirmación pero tampoco ha sido desmentida, al menos por vía oficial.

– Iásonas Favieros tenía razón -responde Stefanakos sin vacilación-. Aguarde un momento y se lo demostraré.

Kurtis se queda solo pero las cámaras continúan grabando y se oye la voz del presentador, el mismo que está dando la noticia en este momento.

– Yannis, quiero que le hagas una pregunta al señor Stefanakos cuando vuelva. Quiero que le preguntes qué opina sobre el asesinato de los dos kurdos a manos de la organización nacionalista Filipo el Macedonio, y si no teme que la política que él propone pueda motivar otros crímenes de este tipo.

– Se lo preguntaré, Panos -contesta Kurtis.

Pero la pregunta nunca llega a formularse. En el mismo instante en que concluye la conversación entre el periodista y el presentador, se abre la puerta del despacho y entra Stefanakos, tambaleándose. La sangre emana de tres puntos distintos de su cuerpo: de una herida junto al corazón y de otras dos en el vientre. Su traje está teñido de rojo.

Al verlo, Kurtis se incorpora de un salto pero, en lugar de acercársele, retrocede un par de pasos. Stefanakos sigue dando tumbos hacia el centro del despacho. Allí se detiene, abre la boca, intenta decir algo pero no le sale la voz. Tras un esfuerzo considerable, logra farfullar:

– Espero que Favieros y yo no hayamos muerto en vano…

Deja la frase a medias y se desploma. Kurtis reúne el valor suficiente para acercarse e inclinarse sobre él, pero no para tocarlo.

– Señor Stefanakos… Señor Stefanakos… -lo llama como si quisiera despertarlo.

– Yannis, déjalo y trata de averiguar cómo lo ha hecho -ordena la voz autoritaria del presentador-. Por desgracia, nos ha tocado también a nosotros narrar en vivo este segundo suicidio de una personalidad destacada.

La voz se le entrecorta de la emoción. Kurtis se aparta de Stefanakos, se dirige a la puerta del despacho, y la abre de par en par. La cámara se acerca. De la cara interior de la puerta sobresalen tres hojas de cuchillo, en una disposición idéntica a la de las heridas de Stefanakos. A cada lado de la puerta hay un asidero metálico.

Es evidente lo que hizo Stefanakos: se agarró de los asideros y se lanzó con fuerza contra los cuchillos.

La imagen se funde y reaparece el debate.

– Como ya sabéis, la cadena llamó enseguida una ambulancia -nos informa el presentador con el tono de un hombre que acaba de realizar una hazaña-. Pero el diputado Lukás Stefanakos falleció antes de llegar al hospital.

No necesito ver ni oír nada más y apago el televisor. Fanis se vuelve para mirarme.

– ¿Y qué? ¿Qué te parece?

– Está cortado por el mismo patrón que el suicidio de Favieros. De eso no hay duda.

Adrianí considera innecesario recordarnos su triunfo por tercera vez y se limita a sonreír con orgullo. Me levanto y marco el número de Guikas.

– Lo he visto -anuncio en cuanto contesta y le repito lo que acabo de decirle a Fanis-: Está cortado por el mismo patrón que el suicidio de Favieros.

– ¿No te comenté que algo me olía mal? ¡Tenía razón! -se congratula con una voz que suena como las campanas de la resurrección.

Esta vez su engreimiento no me irrita. A fin de cuentas, tanto a él como a mí nos conviene pisar cadáveres. Él, para que se le reconozca su acierto, y yo, para salvar mi puesto.

Capítulo 19

El vendedor de periódicos no me ha visto desde que Favieros se voló la tapa de los sesos. Me guiña el ojo con complicidad y mete todos los periódicos, menos los deportivos, en una bolsa de plástico.

– El suicidio del diputado, ¿eh?

También quiso hacerse el gracioso después de la muerte de Favieros, y esta vez siento la necesidad de aclarar las cosas:

– Oye, no sólo leo los periódicos cuando alguien se suicida.

– ¡Vamos, comisario! No tiene por qué justificarse. Hay clientes que sólo compran la prensa deportiva cuando gana su equipo.

¿Qué insinúa? ¿Que compro los diarios porque he salido ganador? Prefiero no ahondar en su pensamiento y reemprendo el camino a casa. Por primera vez en muchos años, Adrianí abandona su cocina antes de las tres de la tarde y se sienta a mi lado a leer la prensa.

Las cosas han cambiado por completo desde el primer suicidio. Entonces todos se preguntaban qué motivos habían llevado a Iásonas Favieros a quitarse la vida, y cada medio de comunicación aventuraba sus propias conjeturas. Ahora todos asocian el suicidio de Stefanakos con el de Favieros y hablan abiertamente de un tejemaneje gubernamental que los mandó a ambos a la tumba. «¿Huida desesperada de un escándalo?», reza la portada de un diario de la oposición. Un diputado, también de la oposición, amenaza con hacer revelaciones sensacionales. «El secreto mortal de las obras olímpicas», proclaman los titulares de un tercer periódico, mientras que un cuarto reflexiona en su artículo editoriaclass="underline" «Aunque de momento no existen pruebas que lo confirmen, sigue abierta la posibilidad de que tras los suicidios de Favieros y Stefanakos se oculte un escándalo que, si alguna vez saliese a la luz pública, podría causar nuevas víctimas.»

Entre nosotros, la teoría del escándalo no es desdeñable. Cuando Favieros se pegó un tiro, nadie sabía nada. Ahora, después del suicidio de Stefanakos, aparece un rayo de luz. Un empresario y un político se matan para evitar que un escándalo a punto de estallar los salpique. Queda, por descontado, el misterio del doble acto público. ¿Por qué se quitarían la vida delante de las cámaras personas que, precisamente, desean proteger su reputación? ¡Como si el suicidio ante los ojos de miles de espectadores no fuera un escándalo en sí! Quién sabe, si algún día averiguamos algo, quizá lleguemos a entenderlo. De todas formas, tal como están las cosas, el miedo al desprestigio constituye un motivo convincente, y no hace falta que lo investigue. Que salga a la luz o no depende de otros, y yo corro el riesgo de estrellarme.

De pronto, se me ocurre una idea y marco el número de Sarantidis, el editor que publicó la biografía de Favieros.